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Un revolucionario

BUENOS AIRES -- Vittorio Pozzo, Hebert Chapman, Helenio Herrera, Mario Zagallo, Rinus Michels, César Menotti, Johan Cruyff, Arrigo Sacchi, Josep Guardiola. Estos nombres fueron los que revolucionaron el fútbol, los que le dieron un vuelco a la manera de entender este juego en diversas etapas de la historia. Estos entrenadores son los revolucionarios de la pelota. Y Pep ya se ganó un lugar en la lista.

Pozzo le otorgó importancia de la táctica y la estrategia; Chapman, DT del Arsenal inglés, consolidó el sistema de la WM; Herrera perfeccionó el "Catenaccio"; Zagallo encontró la fórmula para juntar talentos sin que se resinta la estructura; Michels fundó el "Fútbol total", así, con mayúsculas; Menotti volvió a situar a la pelota en el centro de la escena; Cruyff creó la escuela más maravillosa de la era contemporánea; Sacchi fue la mezcla justa entre defensa y ataque y Guardiola nos devolvió la esperanza a los amantes del pase.

"Las revoluciones no se hacen: llegan. Una revolución es un desarrollo tan natural como el de un roble. Proviene del pasado, sus raíces llegan a tiempos muy remotos", dijo alguna vez Wendell Phillips. Esta revolución que lidera Pep Guardiola comenzó hace décadas, de la mano de un inglés llamado Vic Buckingham, pero se consumó en una época en la que la velocidad es más importante que cualquier otra virtud. Y eso es lo que transforma al ídolo de Santpedor en el héroe de esta historia.

"En nuestro equipo no hay ni un sólo ejercicio que no se haga con la herramienta más importante, que es el balón". Las palabras de Guardiola son claras y sirven para enterrar el discurso de los "pragmáticos" que durante años creyeron que la única forma de llegar al éxito era destruir y jugar más al ajedrez que a la pelota. La enorme cantidad de títulos que ganó este Barcelona demuestra que es mucho más fácil ganar si se tiene el control del único elemento imprescindible de este deporte.

En esta columna no encontrará números ni tampoco la lista de los campeonatos ganados por el conjunto culé desde la llegada de Guardiola. Sólo leerá un intento de explicar por qué este entrenador es uno de los más importantes de todos los tiempos.

En mayo de 2008, el campeón del mundo era Italia y el campeón de Europa era Grecia. Los Seleccionados ganadores de los trofeos más importantes del planeta tenían al orden defensivo como principal virtud y todos los demás aspectos del juego tenían menor importancia que la de la última línea. El fútbol se debatía entre aquellos que apostaban por sufrir menos goles y los que mostraban algún mínimo interés por atacar. El Barça de Pep llegó para romper ese paradigma y crear uno nuevo, mucho más valioso. Eso es una revolución.

Desde hace cuatro años el mundo disfruta de un equipo que le rinde culto al pase, a la paciencia, a la búsqueda constante del arco rival. Muchos han intentado copiarlo y fueron mucho mejores por eso, otros han buscado superarlo y también crecieron. Es un equipo único, inigualable, pero su legado lo trasciende, como también lo trasciende a Guardiola.

Pep no sólo es distinto al resto de los futbolistas y de los directores técnicos porque gusta de la música y de la literatura, o porque puede sentarse a charlar con un escritor o con un director de cine. No, es diferente por sus convicciones, por sus ideales. Eso también suma a la hora de liderar un cambio como el que él lideró.

Hoy, Pep se va de Barcelona. Pero su idea queda, ya jamás dejará de existir. Sus jugadores seguirán en el plantel, sus pensamientos se mantendrán en cada partido. Su legado seguirá inalterable con Tito Vilanova, pero también con Xavi, Iniesta, Messi, Tello, Cuenca, Thiago y Puyol. La revolución está viva.

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