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Ese bronce tan deseado

BUENOS AIRES -- El propio Emanuel Ginóbili, cuya palabra es aconsejable escuchar cuando se trata de analizar la realidad de la selección argentina, dejó en claro que pelear por el oro en los Juegos Olímpicos de Londres "es casi imposible, por la presencia de Estados Unidos y España". Sin embargo, su apetito competitivo lo llevó a asegurar que "en cambio, creo que podemos pelear por la medalla de bronce".

El lugar más bajo del podio olímpico se cotiza en un alto precio en el mercado del básquetbol internacional. La misma selección argentina puede atestiguarlo. Aquel fantástico bronce conseguido en Beijing 2008 se festejó casi como un título y le valió un prestigio y un respeto sin fecha de vencimiento.

Para la historia del básquetbol argentino no fue ese aún recordado partido ante Lituania en capital china la única vez que se peleó por el tercer puesto en unos Juegos Olímpicos.

Aún con 60 años de diferencia el deseo de grandeza emparenta a este grupo que participará en Londres con aquel otro de Helsinki 1952.

Hace ya seis décadas nuestra selección también llegó a la misma instancia con la intención de recibir la corona de laureles y quedar para siempre en el recuerdo olímpico, aunque aquella vez no se consiguió el objetivo.

Para los Juegos de Finlandia el básquetbol ya mostraba su indetenible evolución como deporte de alcance mundial. Los países sudamericanos, a los que la Segunda Guerra Mundial no había tocado de cerca, mostraban sus progresos. Argentina obtuvo la clasificación por ser el reciente primer campeón mundial, y por ese logró, además, llegó al torneo rodeado del respeto de todo el ambiente.

El plantel había realizado una extensa preparación y si bien la base era casi la misma del Campeonato Mundial, se había hecho un retoque, apuntando a la principal falencia del equipo: la falta de altura.

Para disimular esa carencia se decidió la incorporación de Juan Gazsó, un centro de 1,95 metro. Aún con movimientos limitados, el hombre de Platense permitía pelear debajo de los cestos con otras posibilidades. Eso llevó a Oscar Furlong, la figura del equipo, a reconocer que "es equipo del 52 fue mejor que el del Mundial 50. Nos conocíamos más, teníamos más experiencia y más altura". Gaszó, de movimientos muy limitados, terminó siendo el jugador más regular de Argentina en esos Juegos Olímpicos.

El arranque de Argentina fue formidable, ya que le ganó con claridad a Filipinas por 85-59, luego sufrió, pero de manera agónica derrotó a un rival poderoso como Canadá por 82-81, y cerró el Grupo 3 con una amplia victoria frente a Brasil por 72-56.

A este partido, el equipo argentino se presentó con un crespón negro en su camiseta, por la muerte de Eva Duarte de Perón, esposa del Presidente de la Nación, cumpliendo con una orden de la Confederación Argentina de Deportes. El dato no resulta menor, ya que años después la dictadura militar enjuiciaría a esos basquetbolistas, entre otros argumentos endebles e infames, por haber utilizado ese crespón negro.

En lo deportivo para el equipo dirigido por Jorge Canavesi no se ahorraban elogios. Y no de la prensa nacional, que fue muy escasa la que cubrió el evento en Helsinki, si no de los extranjeros. A los argentinos se les reconocían sus triunfos, pero sobre todo las formas de lograrlo. Se mencionaba la técnica prolija de sus jugadores, la velocidad de ejecución y la aceitada coordinación ofensiva.

Cuando comenzó la segunda no quedaron dudas de que Argentina estaría en la lucha por las medallas. La aplastante victoria sobre Bulgaria, que había sido cuarto en el Campeonato de Europa del año anterior, por 100-56, no solo que significó la primera vez en la historia que la selección nacional llevaba a los tres dígitos en un marcador, si no que además provocó un gran impacto en el torneo.

La siguiente prueba no era menos exigente. El rival fue Francia, tercero en el último Europeo y medalla de plata en los Juegos de Londres 1948. Los argentinos conservaron el invicto con una sólida actuación, que les permitió imponerse por 61-52.

Ahí sí, ya nadie dudaba de que los campeones del mundo enfrentarían a Estados Unidos, el otro invicto que le quedaba al torneo, por la medalla de oro.

Sin embargo, en el cierre de la segunda ronda comenzaría el tramo negativo del equipo argentino. En un partido duro ante Uruguay, dejó escapar la chance de terminar primero en el grupo y cruzar ante la Unión Soviética, que a pesar de su antecedente inmediato de ser campeón de Europa, había mostrado un nivel inferior.

Tras dar vuelta el trámite y de quedar con el triunfo al alcance de la mano, Argentina desperdició una ventaja y permitió que los uruguayos igualaran y forzaran un tiempo suplementario y allí, con ventaja de un punto, no retuvo el balón y permitió a Acosta y Lara, con un extraño lanzamiento, le diera el triunfo a Uruguay por 66-65 a 10 segundos del final.

Esto provocó que Argentina tuviera que enfrentar a Estados Unidos, el gran candidato al oro, en semifinales. Los norteamericanos asustaban con un plantel con cuatro jugadores por encima de los 2,03 metros y con un promedio general de altura infrecuente para la época de 1,94.

Ese día el estadio Messuhalli se colmó en sus casi 3 mil localidades, ya que se anunciaba la final anticipada del torneo olímpico. Luego de un comienzo para el olvido de 0-14, los argentinos se recuperaron con una excelente defensa de Juan Carlos Uder (1,84) sobre Robert Kurland (2,13) para nivelar el partido en 43-39 al final del primer tiempo. Las agencias de noticias internacionales destacaban de los argentinos "el juego vistoso, efectivo y perfectamente coordinado".

En la segunda mitad Estados Unidos impuso la altura de sus hombres para dominar los rebotes y desequilibró con la calidad de Clyde Lovelette, un centro de 2,06, que luego disputó 11 temporadas y logró tres títulos en la NBA con Lakers y Celtics. Aun así, Argentina peleó hasta el final, para caer por un muy digno 85-76, que fue muy valorado.

Así Argentina, el equipo con el mejor promedio ofensivo del torneo (75 puntos de media), llegó al partido por la medalla de bronce, con la intención de entrar en la historia. Pero Uruguay, equipo con el que había mantenido enfrentamientos muy parejos en los años anteriores, tampoco renunciaba a un destino de grandeza.

El panorama era favorable a los argentinos, porque más allá de la derrota en la fase clasificatoria, los uruguayos llegaban debilitados por las ausencias de los suspendidos Roselló y Peláez (habían agredido a un árbitro norteamericano Farrell en la derrota frente a Francia) y del lesionado Costa.

El partido se disputó el 1º de agosto y desde el comienzo, se desarrolló en un clima de gran tensión y las acciones violentas se produjeron una tras otra, provocando varias interrupciones del juego por incidentes. No hubo dudas de que fue el partido más duro de los 70 que se disputaron en el torneo.

Uruguay, sin dejar de lado la habilidad de varios de sus hombres, impuso desde el inicio el estilo recio y fuerte que lo caracterizaba en esa época. Y el error de Argentina, reconocido por sus propios jugadores, fue haber entrado en ese juego, que los alteró y los sacó de su plan.

El primer conflicto importante se produjo a los pocos minutos, en una entrada al canasto de Furlong, quien fue derribado por dos jugadores uruguayos. El pivote argentino, siempre tranquilo, reaccionó y comenzó un incidente que obligó a la suspensión del partido.

Un equipo argentino muy nervioso e impreciso, en medio de un ambiente en ebullición permanente, no pudo evitar que Uruguay sacara ventajas y se fuera al descanso ganando 31-24, apoyado en la personalidad de Lovera y la enorme calidad el pivote Lombardo.

En el comienzo de la segunda mitad se vio lo mejor de Argentina, que logró imponer su mejor técnica y su juego de equipo para igualar en 32. El partido siguió parejo y cuando los uruguayos se escaparon por 48-41, se produjo otro incidente entre los jugadores, los asistentes y algunos hinchas, que obligó a que los casi 30 policías distribuidos en el estadio tuvieran que intervenir para calmar a todos.

El juego siguió durísimo, con acciones fuertes de ambos lados, lo que provocó que fueran saliendo por faltas, que en aquel tiempo se provocaba tras el 4º foul, la mayoría de los jugadores. A 7 minutos para el final Uruguay quedó con cuatro jugadores (Lovera, Lombardo, Cieslinskas y Baliño). Pero a Argentina no le sirvió de mucho, porque en los minutos de cierre también penó con las personales y quedó con apenas tres hombres en cancha (Monza, Pagliari y Lledó), cuando ya perdía por 62-55.

Para tener noción de lo que fue el juego, vale destacar que a Uruguay le sancionaron 26 faltas (una técnica con expulsión a Larre Borges), mientras que a los argentinos les pitaron 42 infracciones. Uno de los árbitros, el egipcio Wahby, explicó que "decir que este fue el partido más duro del que me tocó participar es muy suave. ¡Fue terrible!".

Tras la victoria final por 68-59, para los uruguayos quedó el merecido festejo de un triunfo que fue colocado entre lo más selecto de su épica deportiva.

En cambio los argentinos cargaron con un gran desconsuelo. "Nunca fui de festejar mucho los triunfos, pero esa derrota me dejó con mucha bronca. Estuvimos muy cerca de conseguir una medalla y creo que la merecíamos. Pero cometimos errores y los pagamos caro", reconoce hoy Furlong, la gran estrella argentina.

El capitán del equipo, Ricardo González, también deja entrever su frustración por aquella derrota: "Es cierto que todos elogiaron nuestro juego, pero al final nos volvimos sin medalla, que es lo que te deja en la historia. Ese equipo se merecía una medalla olímpica".

Para los argentinos, aun cuando muchos de ellos habían disfrutado de la gloria eterna por el título mundial, el no poder alcanzar el podio en los Juegos Olímpicos de 1952 significó una inacabable decepción que los acompañó por siempre.

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