ESPNdeportes.com 12y

Más grande, imposible

BUENOS AIRES -- Ilustre. Maestro. Genio. Monstruo. Y siguen los adjetivos para tratar de describir y sintetizar la grandeza de Roger Federer. Cuántos hubieran dicho que, a un mes exacto de cumplir 31 años, el talentoso, dúctil, ofensivo y agresivo tenista suizo iba a igualar la marca de siete títulos en Wimbledon, para además aumentar su cosecha récord a 17 coronas en los Grand Slam y, como la gran frutilla del postre, recuperar el Nº 1 del mundo con tiempo récord de permanencia de 286 semanas en la cima del ránking.

Todo eso junto. Sí, realmente de película, realmente con el sello indiscutido de este excelente y monumental jugador, dueño de una mentalidad tan ganadora, capaz de volver a llorar como un niño y de acaparar los mayores elogios en cualquier rincón del planeta. Sin distinción, ex y actuales colegas, figuras del deporte internacional y personalidades de todo tipo se maravillan frente a semejante momento. Sólo en el más hermoso de sus sueños, este genio de perfil bajo, humilde, como los verdaderos grandes, pudo añorar tal hazaña.

Tantas veces se vio a Federer brillar con su muñeca tan habilidosa para concretar jugadas, golpes y tiros sólo producto de su calidad que quizás no muchos creían que iba a poder repetirlos. Como si no hubiese sido suficiente todo el talento, la categoría y la convicción que ya había derrochado durante años, esta vez copió otras de sus estupendas proezas y fue hilvanando un supertorneo en el mítico césped del All England Club de Londres. Y vaya cómo remató su obra, con su marca registrada.

En su trayecto en el tercer Grand Slam de 2012, empezó demoliendo a sus rivales, hasta que sufrió horrores contra el francés Julien Benneteau en la tercera ronda, al punto de quedar 0-2 en sets y vencerlo fácil en el desenlace, luego salió adelante pese a los dolores en la espalda, retomó el pulso de sus mejores días y se dio el gran placer de eliminar en semis al serbio Novak Djokovic, quien había arribado como rey del circuito y en condición de campeón defensor.

Pensar que millones y millones de aficionados querían cortar una serie nefasta de más de 70 años sin un campeón británico en La Catedral, desde que festejó el inglés Fred Perry en 1936, ilusionados con la primera escalada de Andy Murray hasta la final, que inclusive empezó ganando, pero que el escocés terminó cediendo ante la calidad inigualable del gran Roger. Por eso, se sabía que se trataba de una definición para la historia, ganase quien ganase, por todo lo que había en juego.

Tan exquisito y vistoso es el tenis de Federer que aglutina a fanáticos muy fácil. Es el más completo y atractivo para ver jugar, más allá de los gustos por diferentes estilos, porque sabe planificar y llevar a la práctica todo tipo de jugadas y definiciones. Y si se trata de moverse en canchas rápidas, sus favoritas, su potencial se agiganta. Además, si es hora de actuar en Wimbledon, el patio de su casa, como le pasó a Sampras, lo suyo es cosa seria, con el plus de que aumenta el respeto de sus rivales.

Tranquilo, sin estridencias, se mostró más humano en ciertos momentos sublimes de su carrera, con lágrimas en sus mejillas. Cómo no recordar a aquel jovencito que se coronó por primera vez en un Grand Slam, en Wimbledon 2003, hace ya nueve años. Cómo no recordar al que, muy maduro, conquistó por única vez la lenta arcilla de Roland Garros, en 2009, para igualar a Sampras con los por entonces 14 'Majors' como récord. Y cómo no recordar al que, acto seguido, ganó por sexta vez en Londres y alcanzó los 15.

En esta ocasión, post-título, se lo vio al helvético "muy feliz", tal cual sus propias palabras. Como él mismo aclaró, "nunca" dejó de creer en su tenis. Por eso se entiende esta resurrección a lo grande, ya que si bien había levantado cabeza desde fines de 2011, necesitaba demostrarse y demostrarle al mundo entero que estaba a la altura de poder volver a ganar un Grand Slam, de ser el mejor en una de las cuatro máximas citas del calendario.

Todo lo que venía dejando en claro en varios certámenes de ATP debía reconfirmarlo en un 'Major'. Todos sabían perfectamente que, si había un gran torneo que él tenía más chances de obtener, ese era justo Wimbledon, por las condiciones veloces de la cancha. Y más aún, como le pasó en los dos sets finales ante Murray, eso se incrementó por la lluvia, ya que terminó jugando bajo techo, donde el suizo incrementa aún más sus credenciales.

Hay que tener en cuenta que el último Grand Slam que había logrado Federer fue el Abierto de Australia 2010. Sí, habían pasado ya dos años y medio sin levantar una copa de las más soñadas. Y eso que en el medio se adjudicó dos Copas Masters más y llegó al récord de seis títulos de 'Maestro'. Desde aquella victoria en Melbourne, el suizo había participado en nueve 'Majors' y sólo había jugado una final, la que perdió con el español Rafael Nadal en Roland Garros 2011. Por eso, la deuda personal pendiente.

Pensar que el ofensivo Sampras, dueño de un saque potente y de gran ubicación, aún un poco mejor en ese rubro que Federer, pero no tan completo y versátil como el helvético en líneas generales, fue el jugador en el que se fijó el suizo como modelo a seguir. Pensar que Federer le ganó a Sampras el único duelo entre sí, en los octavos de Wimbledon 2001, con un dramático triunfo en cinco sets. Y pensar que ahora el estadounidense vuelve a ser testigo de cómo el helvético le igualó y/o quebró sus más grandes hazañas.

Por eso, qué otro tenista pudo aparecer en la cabeza de Federer en el mismo instante de la victoria final sobre Murray y en la ceremonia de premiación. "Es impresionante, Sampras siempre fue mi héroe. Esto todavía no me lo creo", afirmó el suizo, todavía impresionado por lo que él mismo acababa de concretar. Por eso su grandeza sin límites, consciente de que mostró su mejor versión en la hora más importante, la de superar a Djokovic en semi y la de la mismísima final.

De la mano de Paul Annacone, Federer se mostró este tiempo renovado. Aún cuando padeció algunas derrotas muy ajustadas el año pasado, en especial ante Djokovic, venía siendo peligroso y amenazante, aunque le faltaba terminar de confirmarlo. Y vaya si lo hizo en el torneo y ante la situación más comprometida, por tener sólo esta vez en contra a un público que siempre lo idolatró y alentó, ya que del otro lado de la red estaba justo Murray.

Por su parte, el escocés, el cuarto del ránking, conducido por Ivan Lendl, se dio el lujo de arribar a su cuarta final de Grand Slam y la primera en La Catedral. Esa ayuda le sirvió para mejorar el servicio y el drive y saber mejor cómo atacar, ya que su propuesta variada, con una gran defensa y un magistral contragolpe, siempre le había dado buenos dividendos. Con 25 años, Murray soñaba despierto, hasta que se encontró con Federer y todo su arsenal.

En sus tres finales "grandes" anteriores, el británico no había podido ni siquiera llevarse un set. Y esta vez, ante su gente, buscando manejar lo mejor posible la inmensa carga de presión, empezó muy bien, molestando al suizo y no dejándolo jugar como mejor sabe, siendo más oportuno en los puntos de quiebre y adueñándose del primer parcial. Primera prueba superada, era la sensación que flotaba en el ambiente, con un gran sabor de boca para los anfitriones. Pero...

También Federer sabía que había muchísimas cosas de sumo valor en juego y que tenía una tremenda responsabilidad sobre sus hombros. De a poco el papá de mellizas se fue soltando más, empezó a forzar al escocés, con tiros y efectos de toda clase y gusto, deleitando a propios y extraños. A eso le agregó un ítem clave, determinante: aprovechó algunas chances de rotura y puso tablas al quedarse con el segundo set, ante la locura de sus fans y la desazón de los locales.

Luego apareció la lluvia en escena y, con el estadio cubierto, Federer inclinó la balanza a su favor, ya sacando mejor y conectando más primeros intentos. Con su experiencia y aplomo y ya con un césped más veloz, todo le sentaba ideal. Tuvo ese mix de muñeca y determinación, como en sus años dorados, para ponerle el moño. Por eso el sentido reconocimiento de Murray. Por eso la emoción de volver a sentirse el rey. Y ya nadie, o casi nadie, puede dudar que es el más grande de la historia. Ah, y ahora buscará, también en Wimbledon, el oro olímpico. Más que nunca, felicitaciones.

^ Al Inicio ^