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Los atletas que combatieron lesiones y dolor para completar sus metas olímpicas

Kerri Strug ganó la medalla dorada para el equipo de Estados Unidos con el tobillo dislocado Getty Images

BUENOS AIRES -- Sin dudas, las lesiones son la pesadilla de cualquier atleta. Para algunos, significa quedar en la puerta de un Juego Olímpico. O aun peor, perder la posibilidad de subirse a un podio. Otros no logran reponerse, o vuelven a la actividad pero sin ser los mismos. Pero un puñado pasó a la historia por no abandonar. Continuaron a pesar del golpe, la quebradura o la luxación. A continuación, tres de estas historias, tal vez las favoritas para los autores de libros de autoayuda.

RODILLA ROTA, META INTACTA
A Shun Fujimoto se le planteó un dilema en medio de la competencia. El objetivo estaba cerca, era claro, pero los riesgos de continuar con una rodilla rota también. El médico lo había revisado y la advertencia no era menor: podía sufrir una incapacidad permanente si caía mal en el siguiente ejercicio, el de anillas.

El gimnasta japonés se había fracturado la rótula derecha tras un mal cálculo en el salto final durante el ejercicio de piso. "Lo hice bien durante la primera parte, pero después sentí dolor y una sensación extraña, como si hubiera un hueco de aire en mi rodilla", explicó años después. En el vestuario, el médico le comunicó que debía abandonar la competencia.

Japón se había quedado con el oro en gimnasia por equipos en los cuatro Juegos anteriores y Fujimoto no pensaba romper la tradición en Montreal. No le dio el gusto a la Unión Soviética, el otro aspirante a la medalla dorada, y continuó como si nada hubiera pasado. Le ocultó la lesión a los jueces y hasta a sus propios compañeros y entrenador. Y continuó.

Fujimoto padeció el resto de la competencia. En el caballete con arzonas completó una primera parte casi sin fallas y en la peligrosa salida logró aterrizar con las dos piernas juntas. El jurado puntuó con un 9.5. El impacto de la caída acentuó el daño en la rodilla y en los ligamentos. La siguiente prueba para los asiáticos eran las anillas.

"Aunque estaba lesionado, tenía que hacerlo, por mí y por el equipo. Era bueno en las anillas, así que estaba confiado en que podía", sostuvo. Con algo de imprudencia y mucho de coraje, el japonés se colgó de las anillas. La performance fue excelente, como la salida: manteniendo el equilibrio, con las piernas rectas y los brazos levantados. En el cara, el gesto de un grito de dolor contenido. Los jueces devolvieron un 9.7, la mejor puntuación de toda su carrera.

"No pensé nada durante la caída, pero el dolor fue inexplicable. Solo pensaba en lo que había hecho y que no lo podría haber hecho mejor", recordó. Con solamente cuatro décimas de ventaja sobre la Unión Soviética, Japón defendía el oro olímpico.

"Cuando ganamos el oro estaba tan aliviado que empecé a llorar, tenía la responsabilidad del éxito de mi equipo", expresó Fujimoto. Con la ayuda de sus compañeros, eternamente agradecidos, subió al podio donde recibió la merecida medalla dorada. El sacrificio había valido la pena.

REY SIN CORONA
Hasta el más extremo exitista hubiera aplaudido frenéticamente cuando vio al tanzano John Stephen Akhwari ingresar al estadio. El razonamiento de "lo único es ganar" no se sostenía. Hacía 65 minutos que Mamo Wolde, de Etiopía, se había consagrado en la maratón, la última competencia en los Juegos de México 1968. Los tres medallistas ya habían bajado del podio con su respectivo reconocimiento y el público empezaba a abandonar el lugar.

El atleta con el número 36 apareció por el túnel, rengueando, con la rodilla chorreando sangre y precariamente vendada. A pocos kilómetros del inicio de la maratón Akhwari se había tropezado, provocándose un profundo corte en la rodilla y una luxación en la articulación. Pero a pesar del dolor y del consejo de unos de los asistentes de la competencia, decidió terminar la carrera.

Cuando pisó la pista, se puso a correr. Como podía, arrastrando la pierna herida y con un claro gesto de sufrimiento en su cara. Los últimos 400 metros de los 42.195 kilómetros los recorrió en medio de la ovación del público. Llegaba último, pero lo aplaudían más que al mejor primero.

Tuvo que permanecer internado dos semanas en un hospital por la lesión y la cantidad de sangre perdida. "Rey sin corona" lo bautizaron los medios de comunicación al día siguiente. No era para menos. Cuando le preguntaron por qué había continuado, a pesar de la lesión y de las nulas posibilidades de conseguir un buen resultado, su respuesta fue simple: "Mi país no me envió a 15 mil kilómetros, a la Ciudad de México, para iniciar la carrera. Me enviaron a 15 mil kilómetros para terminar la carrera".

LA SÉPTIMA MAGNÍFICA
"Lloré de alegría y de dolor", reconoció Kerri Strug después de conseguir la medalla dorada en gimnasia en Atlanta 1996. Con un detalle: tenía un tobillo dislocado.

El equipo de Estados Unidos llevaba el lastre del historial. Enfrente estaba Rusia, a quien nunca habían logrado ganarle en un Juego Olímpico. En el inicio de la competencia las Siete Magníficas, como se conocía al conjunto norteamericano de la década del 90, consiguió una ajustada ventaja sobre su rival. Sólo faltaba la prueba de salto, y Strug era la encargada de llevarla a cabo.

En la preparación para los Juegos, la joven de 18 años había superado una lesión y el abandono temporáneo de su entrenador y mentor Bela Karolyi. Recurriendo al lenguaje cinematográfico, era una actriz de reparto en el equipo, la única que no estaba representada por un sponsor.

El yurchenko que ejecutó en el primer intento fue excelente, a excepción de la caída. Pisó mal, se dobló el tobillo y cayó hacia atrás. Recibió un 9.162. El oro se alejaba un poco más.

Strug le dijo a su entrenador que no sentía la pierna. "Tienes que hacerlo otra vez. Olvidate del dolor" fue la respuesta de Karolyi. La seguridad de su maestro fue contagiosa. La joven gimnasta se paró firme frente al aparato. Respiraba profundamente para intentar calmar el dolor. Sus compañeras, a un costado, también sufrían. El gesto de determinación antes de iniciar el recorrido hacia el salto parece anticipar el final. Giró por al aire y cayó firme con un pie, mientras que con el otro rozó el piso para mantener el equilibrio. Enseguida, se arrodilló en la alfombra tomándose el tobillo lastimado. El jurado puntuó con un 9.712 y Estados Unidos se convirtió en el campeón.

Strug le pidió a su entrenador que la llevara al hospital. Karolyi se negó. "De ninguna manera. Tienes que recibir la medalla. Nunca vivirás un momento como éste", le contestó y la llevó en brazos hasta el podio. La joven recibió la premiación entre lágrimas de emoción y de dolor. Otra vez en alzas, dio la vuelta de honor frente a los 30 mil espectadores en el Georgia Dome. Ellos sí, de pie, aplaudían a la séptima magnífica.