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Nada se compara con la Ryder

BUENOS AIRES -- Esta semana se juega la Ryder Cup en las afueras de Chicago. Para empezar a palpitar los matches, conviene repasar cuál es el formato de la copa.

El viernes y sábado son similares, con 36 hoyos por día, en donde se juegan 4 foursomes (golpes alternados) y 4 fourballs (mejor pelota) cada día, quedando para el domingo los 12 individuales. Cada partido le otorga un punto al equipo ganador, y medio punto en el caso que el match quede igualado terminado el 18. No hay hoyos suplementarios en la Ryder. El equipo ganador de la última edición, en este caso Europa, necesita 14 puntos para retener la copa, en tanto que Estados Unidos tiene que llegar a 14 ½ para volver a ganarla.

Una de las curiosidades de la Ryder Cup es que no existe el sorteo para determinar quién juega contra quién, y ambos capitanes entregan los equipos con el orden de salida en un sobre cerrado a los oficiales. Se abren los sobres, se ponen los equipos de cada lado y así se establece el orden de los matches. La estrategia para el día final puede resultar la clave para dar vuelta un resultado adverso, y el mejor recuerdo de eso lo tienen los americanos cuando, en 1999, Ben Crenshaw puso a sus mejores jugadores en los primeros individuales, para revertir un 10-6 en contra y terminar ganando la copa.

En cada una de las sesiones del viernes y sábado hay 4 jugadores que no participan, y la tarea más difícil de los capitanes y asistentes es decidir quiénes no toman parte de la primera sesión. Las cosas son más fáciles a partir del viernes al mediodía, porque el capitán puede ir viendo quién jugo bien y quién no lo hizo, quién está cansado o no se siente bien y quién se acomoda mejor para jugar best ball o foursome.

Queda claro que esta semana no importa lo que pase en el mundo del golf, los ojos de todos estarán centrados en lo que ocurra en Chicago.

Los matches se han transformado en el evento golfístico más esperado por todos, y la emoción que genera en el público y en los participantes es incomparable. La explicación a esto es que por única vez en el año los jugadores dejan sus egos cuando salen de sus casas, para pasar a formar parte de un equipo. Nadie tiene privilegios, todos viajan en el mismo bus con sus mujeres y caddies, todos tienen las mismas obligaciones de concurrir a las cenas protocolares y, lo que es más significativo, nadie cobra un solo dólar por participar.

El público toma partido por sus jugadores como en ningún otro lugar, a veces en forma demasiado efusiva, y las más de 40.000 personas que están en la cancha viven una experiencia inolvidable.

Es cierto que, al no estar acostumbrados a jugar en equipo y a no tener muchos torneos match play, las reacciones de los jugadores a veces sobrepasan el límite de lo apropiado. Jamás uno podrá ver a Justin Leonard festejar un putt como lo hizo en 1999, o a Sergio García saltar y gritar de la forma en que lo hace cuando emboca un putt en la Ryder (y emboca muchos, para desgracia de sus rivales).

La Copa parecía olvidada, hasta que Europa volvió a ganar en 1985, y a partir de allí conseguir una entrada fue poco menos que imposible. El resurgir del enfrentamiento hizo también que las arcas de una alicaída PGA de América volvieran a llenarse, cosa que le permitió expandirse a la institución creando diferentes programas para la difusión del golf.

La cancha Nº 3 de Medinah será la sede este año y, más allá de la calidad indiscutida del trazado, no me parece una cancha "divertida" para match play. Cuando uso el término "divertida", me refiero a una cancha en donde el desastre esté a la orden y en donde un mal tiro pueda significar la pérdida de confianza del jugador. La Ocean Course, sede de la Ryder de 1991 y del PGA Championship de este año, es el mejor ejemplo de lo que trato de explicar. Una cancha en donde el jugador va al filo del peligro en forma permanente, y en donde el menor descuido cuesta caro.

Medinah va a dar muchos birdies, porque Davis Love III --capitán del equipo estadounidense-- ha pedido que bajen el rough y pongan los greens bien rápidos, cosa que hará que los largos pegadores de ambos equipos puedan desplegar toda su potencia.

Hay dos canchas en las que sería un sueño ver la Ryder, pero eso jamás ocurrirá: la Stadium Course en Sawgrass y Augusta National. Empiecen a imaginarse uno de los últimos individuales el domingo en el tee del 17 de Sawgrass, o en el tee del 12 de Augusta, y coincidirán conmigo en que sería fabuloso.

Un fin de semana cada dos años, el mundo del golf se detiene para ver un espectáculo que no se compara con nada, y esta vez le toca a la histórica cancha Nº 3 de Medinah recibir a los mejores de ambos lados del Atlántico. El jueves, luego de la ceremonia inaugural, sabremos cuáles serán los partidos de la primera sesión, y a partir de allí empezaremos a disfrutar algo único.

Esta columna fue inicialmente publicado en la revista online "Golf Los Lunes".