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Demandas a futuro

BUENOS AIRES -- Los golazos de Radamel Falcao ya no son sorpresa. Parece un delantero impedido de hacer goles normales. Todos conllevan algún lujo imprevisto, un efecto delicado, y ocurren en medio de un puñado de defensores despatarrados, casi ridículos luego de los enganches del colombiano.

Pasa en el Atlético de Madrid, acaba de pasar nuevamente en el partido que su selección le ganó a Paraguay gracias a dos de sus intervenciones brillantes.

Ávidos de temas y novedades (de eso también vive el fútbol, de discursos y especulaciones), algunos lo colocaron en la mesa chica de las súper estrellas, cuya cabecera ocupa sin discusión Lionel Messi.

Pero el jugador argentino es otra cosa. No por su probada y asombrosa capacidad, sino por el compromiso que carga sobre su menuda anatomía.

Habiendo ganado todo y cansado de hacer goles en el Barcelona, donde es la gema de una estructura perfecta, el rosarino tenía una cuenta pendiente con la Selección, donde siempre jugaba apenas a escala humana.

Progresivamente, Messi se convirtió en el centro de gravedad del equipo, en la herramienta de la victoria, en esa presencia que intimida rivales y que por sí sola destraba partidos. En el incomparable proveedor de juego en todas las instancias: creación, definición, belleza.

Tal vez el punto de inflexión fue el amistoso con Brasil, con tres goles memorables. Algo que, en contiendas más arduas, ratificó en la Eliminatoria.

El partido cerrado con Uruguay confirmó que su pie y su inagotable imaginación ofensiva (tiros libres incluidos) son la medida de las posibilidades argentinas.

Son la explicación de la marcha triunfal del equipo, donde, por más que esté muy bien acompañado, nadie le presta nada. Nadie puede tomar la posta de su participación decisiva.

El DT Sabella, para ilustrar su repetido protagonismo, su inclasificable estatuto, dice que hay que inventar un nuevo lenguaje para dar cuenta de su obra.

Si bien Messi se las ingenia para reciclar el entusiasmo y plantearse cada juego como un desafío (u otro divertimento en la serie, con él no está claro), todos saben que de aquí al Mundial de Brasil nada de lo que haga cambiará la perspectiva, su lugar central en el fútbol.

Es más, de aquí a la cita del 2014 se irá consolidando una expectativa de máxima que, tratándose de Messi, es casi una obligación: ganar el Mundial.

Todos sus goles de colección y la probable clasificación holgada y categórica de Argentina gracias a sus iluminaciones tomarán la forma de un prólogo para la "verdadera" consagración.

Luego de un buen Mundial en 2010 (aunque sin goles y con un final triste), la mira colectiva está orientada a Brasil. Hasta entonces, sus actuaciones seguirán sumando renglones gloriosos en un legajo refulgente y maravillarán al público. Pero no definirán su posición en la historia.

Sus prodigios actuales no hacen más que expandir las demandas con vistas al gran teatro del fútbol, donde cada cuatro años se inscriben las gestas más duraderas.

La referencia, el punto de cotejo insoslayable, es Diego Maradona, a quien amaga con destronar.

No es tiranía del hincha ni insatisfacción crónica. Es la dinámica que imponen los genios del tamaño de Messi. Despertar esta creciente exigencia es parte de su excepcional condición.

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