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Un superclásico como los de antes

Boca no generaba peligro y River, de la mano de Rodrigo Mora, puso el 2-0 a favor de los locales Fotobaires.com

BUENOS AIRES -- ¡Salió el sol, salió el sol!

River jugó un partidazo y llegó la gran tormenta tropical, un aguacero nunca antes visto en Buenos Aires. Mientras los negociantes de la ciudad trataban de salvar sus ropas y la gente se inundaba en distintas zonas del Conurbano Bonaerense; los autos quedaban dados vueltas, los árboles yacían en las veredas partidos al medio y la mayoría de las casas se quedaban sin sus chapas de rigor, nadie se acordaba ya del superclásico.

El pequeño huracán ocupaba todo el espectro de las noticias nacionales. Si Clemente estaba enojado con Falcioni, a nadie le importaba. Si los de Udinese se querían llevar a Ponzio, tampoco importó mucho. Si el plantel de Boca está dividido, pasó casi inadvertido. No hubo tiempo ni sol para sacar los clásicos "trapitos al sol".

Mis amigos preocupados me enviaron mails de Chile, de Perú, mi hermanazo Arcadio López Somoza me llamó especialmente de El Salvador. Estoy bien muchachos, fue mi única respuesta. Pero ayer, la pasé muy mal...

Y como ya es un clásico en esta columna, cuento todo, me desnudo ante el lector porque es la única forma que uno tiene de comunicarse, de transmitir eso tan fuerte que llamamos fútbol. El domingo por la noche fui a la última función del cine Gaumonth. Cuando salí una tormenta arrasaba con todo. Corrí a tomarme el colectivo 60 rumbo a mi casa y me quedé pensando en el gran partido que había jugado River. Sentí orgullo, pese a no ser hincha de ningún grande.

El superclásico fue lo mejor de los últimos años. Estaba feliz. River mereció ganarle a Boca con total facilidad. Velozmente, la lluvia me arrancó de mis pensamientos. El techo del 60 comenzó a retumbar como si un ejército de gigantes rumberos lo estuvieran apaleando, como si el mismísimo dios estuviera dándole con el martillo de Thor a las pobres chapas del techo del bondi.

El colectivo se quedó atascado en plena calle Lavalle y se sumergía. El chofer gritó. El colectivo iba lleno y se hundía en la profundidad de una alcantarilla defectuosa y burocrática. La parte trasera del colectivo se hundió a la altura de las ventanillas por las cuales entraba una tremenda catarata de agua. La gente gritaba, yo estaba quieto, asustado, pero viendo lo que pasaba. Me di cuenta de que tengo algo de periodista. La noche estaba horrenda, tétrica, oscura y aterradora.

Entre el tumulto de viajantes, apareció un señor con una camiseta de River, debajo de su campera, me di cuenta porque sólo le vi el escudito. Y me dijo "vení vos, ayúdame a sacar a la gente, hay niños y mujeres embarazadas". Pero no le hice caso, solo registraba lo que sucedía.

El hincha de River desconocido, todo mojado, se las arregló solo para sacar a la gente del colectivo. Cuando todos salimos vimos como el colectivo entre el fuerte viento y los golpes del agua, desaparecía en las profundidades emitiendo unos enternecedores ¡glub!, ¡glub!

De pronto, comprendí que tenía un notón, era la nota de mi vida que me redimiría ante el periodismo argentino. "El hincha de River salvador", pero cuando me di vuelta para buscar al tipo ya se había ido.

Llovía y me mojé. Sólo la magia de un River ganador, un River que finalmente cambió su cara y decidió, por un partido, por una tarde y por una noche, volver a ser como era antes.


PD: Al hincha de River, si lee esto, todavía podemos encontrarnos en un bar y hacer la gran nota.