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Un salto que no se da

BUENOS AIRES -- En este 2013 se disputará la 11º edición del Campeonato Mundial Juvenil (Sub19) de básquetbol en República Checa y será la segunda competencia más importante que deberá afrontar una selección argentina masculina.

Estos torneos de menores suelen generar expectativas por conocer el desempeño de los valores más destacados de la generación inmediata, la que en no mucho tiempo más deberían convertirse en los recambios para la selección mayor.

Las circunstancias muestran que el grupo de los campeones olímpicos se encuentra en la etapa final y obligan a prestarles una mayor atención aún, ya que de una parte de estos jóvenes dependerá el futuro más o menos cercano del seleccionado nacional.

Ante esto resulta interesante repasar los aportes que brindaron las últimas selecciones juveniles argentinas que participaron de los Campeonatos Mundiales de la categoría.

Por tratarse de la última escala antes de convertirse en jugadores mayores y porque un Mundial permite medirse con varios de los más jerarquizados rivales de la misma promoción, es conveniente analizar las cualidades y la proyección de los juveniles, ya que a través de ellos se puede trazar un pronóstico somero de lo que puede suceder con el equipo mayor en un corto plazo.

Desde hace algo más de una década las selecciones juveniles que disputaron un Mundial no han hecho grandes aportes al equipo mayor, si bien en los últimos ocho años Argentina trepó hasta un formidable cuarto puesto en el ranking de hombres jóvenes de la Federación Internacional, solo superado por potencias indiscutidas como Estados Unidos, Serbia y Lituania.

Hay que remontarse a la edición de Portugal en 1999 (Argentina fue cuarta) para encontrar a Federico Kammerichs y Martín Leiva como muchachos que luego lograron asentarse con regularidad en la selección absoluta, aunque sin un protagonismo decisivo.

De la experiencia de Atenas 2003 (10º, la peor actuación histórica) salieron Leonardo Mainoldi y Matías Sandes como únicos representantes del grupo que logró acceder a la selección mayor, aunque no exentos de apariciones intermitentes.

Menor saldo quedó del plantel que estuvo en Serbia 2007 (aceptable 6º puesto), porque si bien Sebastián Vega, Nicolás De los Santos, Diego Gerbaudo y Federico Aguerre tuvieron su bautismo internacional entre los grandes, apenas suman entre todos 11 partidos. A pesar de que todavía tengan margen de progreso, ninguno aparece hoy como un potencial candidato a ser convocado en lo inmediato.

En definitiva, de los 36 jugadores que pasaron por esos tres torneos y que hoy rondan entre los 24 y los 32 años, solo cuatro (el 11%) lograron involucrarse con alguna frecuencia. El saldo no es para dramatizar, pero tampoco para festejar.

Por supuesto, que a estos grupos no se les presentó un camino despejado. Todo lo contrario. Sea porque la generación que defendió al seleccionado entre 1999 y 2012 mostró en muchos de sus exponentes un nivel extraordinario, difícil de emparejar, o también porque las responsabilidades y exigencias que rodearon al equipo fueron mayores y los entrenadores fueron a lo seguro, confiando en los hombres que le aseguraban saber desempeñarse en el ámbito internacional.

Por el contrario, a las camadas anteriores, algunas criadas en un contexto de pobre estructura competitiva interna, se les opusieron, sin embargo, menores dificultades para ingresar a un seleccionado que estaba todavía lejos de los poderosos, sin consistencia en su rendimiento, lejos de los resultados pretendidos y rodeada de una desorganización peligrosa.

En parte por esto, de los 48 juveniles que disputaron los Mundiales de 1979 (histórico 3º puesto), 1983 (7º), 1991 (otra fantástica 3º ubicación) y 1995 (6º) salieron 19 que se mezclaron entre los mayores. Allí la cuenta sube a un 39 por ciento.

Así pasaron desde figuras mundiales como Luis Scola o Pepe Sánchez, a otros valores de alto nivel internacional como Alejandro Montecchia, Rubén Wolkowyski, Héctor Campana, Esteban Camisassa, Leonardo Gutiérrez, Leandro Palladino, Gabriel Fernández, Jorge Racca o Lucas Victoriano y hasta algunos que mostraron virtudes para sostener cada una de sus muchas convocatorias como Sebastián Uranga, Sergio Aispurúa, Hernán Montenegro, Jorge Faggiano, Gabriel Milovich, Daniel Aréjula, Marcelo Richotti o Facundo Sucatzky.

Volviendo al aporte que las selecciones mundialistas juveniles pueden hacer para el recambio actual en la selección mayor argentina, en la actualidad la oferta de jugadores es más continua en cantidad, ya que el torneo pasó a realizarse cada dos años.

Del Mundial de Nueva Zelanda 2009 apenas Nicolás Laprovíttola y Juan Fernández aparecen hoy en la mira del entrenador Julio Lamas, mientras que habrá que observar la evolución de Luciano González para saber si tendrá otra oportunidad, en una posición en la que no sobran variantes.

Tal vez sea el último grupo, el del excelente cuarto puesto en Letonia 2011, el que haya hecho la contribución que más entusiasma: los centímetros de Marcos Delía y la versatilidad de Franco Giorgetti son virtudes preciosas y por eso ya debutaron en el Sudamericano 2012. Aunque con estos jóvenes, que recién se acercan a los 21 años (algo similar ocurre con Patricio Garino), habrá que confirmar si continúan la proyección que se les pronostica.

¿Dónde encontró entonces la selección argentina el recambio para los héroes de Atenas 2004?

Lo obtuvo de la misma camada de jugadores que subió al podio en Atenas. Las pruebas lo demuestran: Pablo Prigioni (1977), Román González (1978), Hernán Jasen (1978) y Paolo Quinteros (1979), junto a los nombrados Kammerichs y Leiva, son quienes mayores presencias registran.

Esto y la saludable continuidad de varios de los campeones olímpicos provocaron que la selección argentina fuera aumentando paulatina e increíblemente su promedio de edad hasta 2011, cuando llegó a los 32 años de media en su plantel.

Apenas tres jugadores nacidos en promociones posteriores, como Juan Gutiérrez (1983), Marcos Mata (1986) y Facundo Campazzo (1991), se ganaron un lugar en el equipo mayor. Y ninguno pasó por un Mundial Juvenil...

Ante estos datos, me gusta reafirmar que en las competencias de menores lo que se debe buscar es la proyección de los jugadores y no simplemente buenos resultados, que Argentina los consiguió.

Debe ser que me prefiero convencerme de que las medallas olímpicas de 2004 y 2008 fueron resultantes de una tarea integral y estructurada del básquetbol argentino (la que de sostenerse permitiría soñar con una continuidad acorde al pasado inmediato), y no producto de una inmensa, maravillosa e irrepetible casualidad.

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