<
>

El efecto Ramón

BUENOS AIRES -- Es comentario generalizado que Ramón Díaz cambió de raíz al plantel de River. Se dice que aunque los nombres no sean tan distintos, sí lo es la actitud, el ánimo y por ende la disposición a ganar.

Los torneos de verano parecen haber corroborado esta teoría. Pero sólo porque River lo tuvo de hijo a Boca. Algo que, se supone, marcó el regreso de River a su grandeza extraviada, le puso fecha a la recuperación definitiva luego de la depresión post descenso. Y todo gracias a Ramón.

Tal vez es cierto que el DT de River es una especie de encantador de serpientes, capaz de inflar la autoestima de cualquier grupo con un par de charlas.

Si fuera así, tiene bien ganada la veneración que le demuestra la hinchada de River. Pero es algo difícil de chequear.

En la cancha, el ánimo de los futbolistas no se percibe muy claramente. Como profesionales que son, deberían cada vez emplear el máximo de sus energías y combatir un esporádico déficit de confianza con perseverancia y voluntad.

De modo que, a falta de descripción objetiva de la actualidad psicológica de un plantel (al no estar ni en el apogeo ni en el ocaso, con River se hace más arduo), no tenemos que limitar a hablar del juego.

Y el juego de River, en su debut en el torneo ante Belgrano, ha sido más o menos el del campeonato pasado: la aspiración de protagonismo mediante el dominio de la pelota y la insistencia ofensiva, pero con escasos resultados. Por lo menos en la primera parte.

El partido se abrió con un zapatazo que tuvo algo de azaroso (el pase de Trezeguet no era para Vangioni, que hizo el gol, sino para Rojas) y también mucho de ese virtuosismo que se manifiesta, aún en jugadores de respetable técnica, sólo muy de vez en cuando.

Quizá River ligue más que antes. Pero ahí Ramón no tiene parte. Sí aprovechó el angosto margen de acción de los entrenadores durante el juego para reorganizar el tablero a través de los cambios. Cambios que obedecieron a una lectura ambiciosa del partido. A una idea clara.

Con un hombre menos por la estúpida expulsión de Ponzio (cándido el volante de River y exagerada hasta la ridiculez la tarjeta del árbitro Delfino), Díaz eligió variantes de ataque en lugar de preservar el equilibrio.

Por caso, el gol de Luna se produjo porque allí había un delantero fresco que superó por un campo a los agotados defensores locales. Claro que a la hora de definir, el Chino fue paciente y certero.

Renegado como es de la modestia, el riojano salió a proclamar el acierto de sus modificaciones. Sabe que, más allá de la picaresca que ensaya ante los micrófonos y de su fama de motivador serial, su aporte clave al equipo, su incidencia real tiene que ver con la elección de jugadores. Tanto antes como durante los partidos.

Podrá irle bien como ante Belgrano o mal. Pero esa es su gran herramienta para moldear un equipo y definir su táctica. Y en ese plano, Díaz ha demostrado tener tanta habilidad como para condimentar los clásicos con alguna chicana simpática.