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De Laberinto a Washington

Aun a sus 102 años, Conrado 'Connie' Marrero todavía puede agarrar un cigarro y una pelota. AP Photo/Franklin Reyes

Nota del Editor: Esta historia la pueden encontrar en inglés aquí.

Aquel guajirito de unos diez u once años observaba embelesado el desarrollo del improvisado piquete; eran nueve contra nueve y, en juego, esa rara cualidad latina de siempre querer ganar hasta a las escupidas. Su físico no levantaba tres cuartas del piso pero, si la faena en el campo lo permitía, atravesaba la frontera de la finca El Laberinto para presenciar aquellos duelos, que fueron perdiendo la espontaneidad hasta convertirse en algo muy serio.

Con el tiempo a Delfín López, alias Cucho Polaina, se le ocurrió armar una novena en la finca, a la cual nombraron Los Tigres. Y concurrieron presurosos casi todos los jóvenes del lugar, entre ellos Conrado Marrero, que ya usaba pantaloncillos largos y tenía bigotes, aunque mantenía activas sus peregrinaciones beisboleras. Él probó fortuna en el campo corto y desafió las sinuosidades del terreno, hecho por ellos mismos a puros guatacazos. Ahí, y a mano limpia, aprendió a fildear.

Entre una cosa y otra, Polaina se autoproclamó pitcher estrella y casi inamovible... hasta el día en que los palos fueron tantos que, a la desesperada, echaron mano del torpedero, cuyo dominio de un raro envío, capaz de "jorobarse" en el aire, o los sacaba del apuro o los hundía. Lo había aprendido a tirar con naranjas. La improvisación surtió efecto. Marrero aguantó las embestidas rivales y a partir de ahí monopolizó la lomita.

Desde ese momento comenzó a forjarse la reputación de Conrado Marrero, quien hoy es el pelotero más longevo vivo que jugó en las Grandes Ligas de Estados Unidos y que el 25 de abril cumplirá 102 años.

Hoy... Connie Marrero, como le rebautizaron en los Senadores de Washington, sigue aferrado a la vida. Y quizás... continúe escuchando en la radio las incidencias de la Serie Nacional y preguntándole a su nieto, quien está a su cargo, sobre ese béisbol de Grandes Ligas que es vilipendiado en Cuba, pero en el cual dejó su huella y no le olvida, sobre todo, porque contribuyó a despejarle el camino a cientos de peloteros latinos.

Sirvan estas anécdotas para que las nuevas generaciones conozcan a este patriarca que llegó a la Gran Carpa cuatro días después de cumplir 39 años, pero tuvo tiempo para jugar cuatro campañas, propinar casi 300 ponches y abrirse un espacio en la historia.

Una singular apuesta

En nuestra conversación con Connie, nos hizo el cuento de cuando le tocó lanzarle a un gran jugador moreno de apellido Robinson, quien en principio era su compañero en su nueva casa, los Senadores de Washington de las Grandes Ligas. Casi siempre el veterano guajiro le tiraba lo mismo: bajita, rápida y por encima del home. Recibía como respuesta descomunales batazos. Pero la estadía del toletero en la capital norteña sería efímera porque estaba a préstamo. Lo pasaron al Chicago y fue inevitable el encontronazo. Allá fue a lanzar Marrero y en medio del partido, con Robinson en turno, el mentor Bucky Harris visitó el box...

-A Robinson tírale alto, a la barba, sugirió Harris.

-¡Ooh! Si es así entonces hay que decirles a los jardineros que estén atentos porque va a dar un palo -- ripostó Marrero.

BH: Entonces, ¿cómo vas a pichearle?

CM: Bajo; sobre la altura de la rodilla.

BH: ¡Nooo! Ahí sí que es verdad que va a matar a uno allá atrás.

CM: Si la bola es bajita y dura es probable que conecte fuerte porque saca bien el bate. Pero si es bajita, a media velocidad, él adelanta el swing, se mete debajo y conecta flycitos. Varias veces en la práctica noté su debilidad.

Aquel diálogo desembocó en una apuesta peculiar.

-¡Un tabaco a que así lo sacó out! --confrontó Marrero a Harris.

-Acepto --contestó el entrenador, que ni siquiera se había acomodado en el banco y ya su pupilo había dominado en elevado al cuadro al peligroso bateador.

Después hubo otros dos tabacos y al final del partido, el manager del Washington le obsequió a su lanzador una caja de puros.

El retrato de Connie

Quienes tuvieron la fortuna de verlo actuar aseguran que sus virtudes histriónicas descansaban en su inteligencia, en el dominio del slider -- por aquella época le llamaban curva hacia fuera -- y en un control milimétrico de la zona de strike. No le quedaba otra opción a quién la providencia le negó las cualidades físicas óptimas para ser un gran atleta. Incluso su brazo de lanzar, el derecho, era más pequeño que el izquierdo.

El receptor Andrés Fleitas, su compañero de batería en tres Series Mundiales Amateurs y en el club cubano Almendares, aseguró que Marrero era capaz de completar un juego con solo 89 disparos, otro con 93 y un tercero con 92 y solo haber tirado entre diez o doce rectas en los tres. Algunos más osados, beisbolistas y cronistas, afirmaron que tiene que haber sido uno de los pitchers de más control de todos los tiempos.

Cara a cara con Ted Williams

Durante mucho tiempo circuló una historia que involucraba a Marrero y al mítico Ted Williams. "Lo que la gente dice es que lo ponché y le di la pelota para que me la firmara. Y que entonces él me dio un jonrón y me dijo: 'Vete a buscar la otra para firmártela también'. Eso es un cuento".

"El que lo ha dicho es... uno que es muy amigo mío... de Quemado de Güines, muy chistoso... Enrique Núñez Rodríguez. Eso lo dijo él, pero eso no es así. Williams siempre jaraneaba mucho conmigo, yo no le caía mal. A veces llegaba por la espalda y me cargaba de sorpresa y corría conmigo".

Al enterarse Núñez Rodríguez de lo dicho por Marrero, envió una crónica a la redacción de un diario que fue publicada días después. Con ese humor y agudeza que lo caracterizaba, Núñez Rodríguez inmortalizó aquel incidente: "La anécdota es tan simpática que merece ser verdad y la publiqué. [...]. Alguna gente se me ha acercado para decirme que Marrero me desmintió, como queriendo insinuar que debo estar molesto por eso.

"¡Todo lo contrario! A mí me suena a música en los oídos su afirmación", concluyó el cronista.