<
>

El oro y el barro

Una fiesta se vivió con el ingreso de Maravilla Martínez al ring Fotobaires.com

BUENOS AIRES -- El deporte de alto rendimiento se ha convertido en un negocio. Hace tiempo que pasa esto y hay que ser necio para no verlo, no entenderlo y por último no aceptar que todos los involucrados son parte del mismo. Le sirve a los empresarios, a la TV, a los deportistas, a algunos periodistas y los espectadores pagan por ello, con lo cual si no les sirviera habría que pensar que son masoquistas...

Bien. Eso es una cosa que necesitaba aclarar antes de contarles lo que ví el sábado en Vélez. Sinceramente el espectáculo fue magnífico, con toques que lo realzaron a niveles muy altos. Pero lo deportivo quedó muy lejos del espectáculo.

Vayamos por partes. Descontemos que de los últimos once días, sólo llovió el sábado. Y llovió mucho. Pero ni la persistencia, ni caudal del agua caída apagó el entusiasmo de la gente que desde las 5 de la tarde empezó a llenar las localidades en el Amalfitani.

He visto boxeo en muchos lugares. En clubes de barrio, en la Federación de Box, en el Luna Park, en un JaiAlai (un estadio donde se juega pelota paleta, pero con capacidad para diez mil personas), en galpones gigantes, y así una lista enorme. Pero nunca me había tocado en una cancha de fútbol. Y la verdad es que, exceptuando las ubicaciones privilegiadas, nadie pudo ver lo que pasaba en el ring. Por eso lo imprescindible de esas tremendas pantallas gigantes que nos llevaron las imágenes a aquellos que estábamos más lejos.

El público que se acercó a Vélez para vivir la primera defensa de Maravilla en Argentina, fue de lo más variopinto. Había gente humilde (históricamente predominante entre los seguidores del boxeo), pero también había vestuarios exclusivos, mas dignos de una velada en Las Vegas. Y cholulos, mucho cholulo de ocasión. Se los descubría en el tipo de pregunta, desde cual sería la ubicación de Susana (por la Giménez, la diva de la TV argentina, a quien esperaban por su cercanía con el campeón y su asistencia a la pelea ante Chávez Jr.), hasta que significa ese sonido seco, cuando aparecía el golpe que anuncia los diez segundos finales de cada round. O la excitación cuando los alaridos del conductor elegido por la organización, Mariano Iúdica, intentaban transmitir una emoción que contagiaba poco.

Hubo cincoo combates antes de la cita estelar por el título mediano del CMB. Y hasta que punto habrá triunfado el espectáculo en desmedro del deporte, que a la pelea más importante de esas 5, con el título por el cinturón Plata welter del CMB entre el argentino Luis Abregú y el canadiense Antonin Decarie, le recortaron dos rounds en el mismo momento de la acción. Y mejor ni hablar del papelón de Sebastián El Grandote Ceballos frente al ruso Magomed Abdusalamov. Una vergüenza. Me repicaba la frase de aquel viejo periodista que en mis inicios en el boxeo me dio la bienvenida "al deporte con la menor cantidad de reglas en el mundo"...

Sin embargo a nadie pareció importarle. En definitiva todos habían ido a ver al campeón, al otro, al que sacudió una actividad que venía con bajo perfil. Y él estaba por llegar... Y con Maravilla Martínez llegó lo mejor del espectáculo. Y lo peor del deporte.

Desde el momento de la ejecución del himno por parte de la formación de Gustavo Santaolalla, Bajofondo, todo adquirió otro color. Una versión tremenda de la canción patria argentina levantó a los pocos que aún se mantenían sentados y erizó todas las pieles. Sencillamente emocionante.

Y la entrada de Maravilla Martínez al ring fue su mejor golpe en toda la noche. Con René de Calle 13 entonando Latinoamérica y un genial espectáculo de fuegos artificiales pusieron a todos en un climax especial. Ahora sí...ahora venía lo mejor.

Pero lo que pasó arriba del ring se encargó de ir apagando el fuego encendido. Las dudas mojaron más que el agua. Las súplicas ya no eran para que el campeón les regalara un nocaut, sino para que no se expusiera al nocaut. Del ofensivo "el que no salta es un inglés" al silencio. O peor, a ese murmullo de impaciencia que es todo un símbolo.

Pero a pesar de la caída y "el resbalón" de Maravilla, ambos boxeadores terminaron de pie. Había que ir a las tarjetas. Y llegó la lectura del fallo, las sonrisas irónicas, la sálida rápida, sin festejos. La desconcentración atravesando la plazoleta de la avenida Juan B Justo, que ahora era todo barro. Un barro en el que quedamos atrapados por la lluvia y un resultado que muy pocos decidieron creerse.