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La patada del Mundial

Ilustración Sebastián Domenech

MADRID -- Como el cometa Halley, como el que apretó el interruptor de la bomba nuclear, así fuimos despedidos por los aires e ingresamos en la barrera sagrada del tiempo y caímos
de refilón en un época desconocida, sobre una plaza de toros.

-¡España aparta de mí este Cadiz! -nos gritó un tipo al vernos en plena arena, mientras un toro nos bufaba a cuatro o cinco metros de distancia.

Azulino Riquelme, tenía la camiseta de Independiente de Avellaneda, roja, intensa, sanguínea y el toro nos identificaba como totales enemigos.

-Sacate la camiseta Azulino... que el toro nos va a matar...

Tuvimos tiempo de ponernos de pie, sacudirnos las pilchas y correr por la arena con el toro detrás. El público aplaudía porque éramos unos toreros domésticos, comunes o incluso hasta modernos.

Estábamos en Sevilla, corría el mejor mes del año, junio de 1982.

-En Argentina acaba de concluir la guerra de Las Malvinas y nosotros estamos acá -pensamos.

Nos sentimos mal.

Enfrente estaban jugando un partido de fútbol los alemanes contra los franceses. El estadio estaba lleno y el toro nos pegó unos cuernazos que nos envío directo a las tribunas del estadio.

A todo esto es bueno decir que España, entera, vivía una gran revolución del buen vivir, comían y chupaban a lo loco; disfrutaban de sus mujeres y hacían del fútbol una verdadera fiesta. Acompañados por sus vecinos italianos que también hacían de las suyas.

Las tribunas estaban llenas de españoles que alentaban por Francia, no querían que Alemania llegara a la final del campeonato.

-Pero, coñazo, mira eso, hombre. ¡Hombre, ese chaval es un desastre! -nos decía un gallego mientras nos tironeaba la ropa en el histórico estadio de Sanchez Pizjuan de Sevilla. ¡Viva Sevilla siempre!

Alemania dominaba en el terreno de juego, pero los franceses con sus camisetas azules marino eran más rápidos y espontáneos para jugar. Nos sorprendimos de verlo a Platini de pelo largo y tan joven. Jugaba con una elegancia única.

Todavía chamuscados y con un fuerte dolor en las nalgas producto de los cuernazos del toro, ya no queríamos saber nada de continuar con este viaje por el tiempo y pensábamos seriamente en volver a casa.

España era una fiesta, chaval. De pronto, sucedió una jugada que nos dejó atónitos. Patrick Battiston, delantero francés, pica en profundidad solo, tras un paso de Platini. Era el gol del triunfo. Entra al área sin ningún defensor cerca, solo tenía adelante un ropero rústico y fácilmente gambeteable: el arquero Harald Schumacher.

El arquero se pone nervioso debe resolver todo en un segundo y no llega a la pelota, e impacta con todo su cuerpo al jugador francés que queda tirado en el piso.

-¡Penalty, coño, esto es un penal tan grande cómo toda España! -grita nuestro amigo el gallego. Y nos agarra y nos zamarrea en las tribunas. A nosotros nos duelen mucho las nalgas.

-¡Qué le pasa a este hombre! ¡No piensa cobrar nada! ¡Ha quedado el individuo muerto, tirado en plena área! -grita otro.

Nuestro ocasional hincha gallego, se desespera. Pero el partido continúa mientras se llevan en camilla al jugador francés.

Nos costó separarnos de nuestra fervoroso hincha español y cuando salimos a la calle, en toda Sevilla se festejaba porque Italia jugaría la final con Alemania. El Mundial, la fiesta, estaba a punto de finalizar. Entramos a un restaurante de pescados y creo que nunca comimos pescado frito tan rico.

-Ojalá vuelvan en un futuro no tan lejano, a organizar un Mundial en España, un precioso país.

(continuará...)