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La identidad en cuestión

BUENOS AIRES -- Newell's es el equipo argentino que ha acumulado mayor cantidad de elogios en los últimos tiempos. No es para menos: con un plantel al que no le sobra nada, compitió a la vez en el torneo doméstico y la Libertadores. En uno salió campeón; en el otro lo acaban de bajar en semifinales.

De todos modos, no son exactamente estos resultados lo que se subraya en el equipo que dirigió hasta el miércoles Gerardo Martino. El motivo de las repetidas apologías es su línea de juego. Su apego a la posesión, a la búsqueda ofensiva y a todos esos detalles que hacen del fútbol un bello espectáculo.
También se rescata con mucho énfasis su "valentía" para jugar "de la misma manera" en todas las canchas. O por lo menos para intentarlo.

Sin embargo, la reciente eliminación en Belo Horizonte demuestra que, salvo históricas excepciones (el Barcelona es la más notoria, no se me ocurre otra), los equipos, aunque se lo impongan a sí mismos por respeto a sus preceptos rectores, no suelen jugar igual en su estadio y fuera de casa. Tal diferencia se agiganta si la visita es al extranjero y lo que está en juego es una copa de máximo prestigio.

Newell's no dominó la pelota, salió a menudo con envíos largos desde el fondo y terminó defendiéndose cerca de su arco, un recurso de alto riesgo, que además dispone a la desesperación, a reventarla para salir del asedio, como intentó Mateo en el segundo gol.

Es decir, fue un Newell's bastante atípico. Muy inferior a la versión de alto vuelo que se observó en el partido de ida.

Si bien el equipo se estabilizó en el segundo tiempo, en el tramo final pesó en su actitud la ventaja obtenida en Rosario. Ante la presión del Mineiro -que tampoco lo apabulló-, dio la impresión de que a Newell's le cerraba perder 1-0, un resultado que le aseguraba la supervivencia. ¿Cómo no razonar así? ¿Cómo no contemplar las circunstancias y adaptarse a ellas?

¿Cómo no alterar el libreto cuando el adversario es más penetrante, más seguro con la pelota? Mineiro y Newell's intercambiaron los roles de un partido a otro. Los dos, entre ambos duelos, mudaron de personalidad y de procedimientos futbolísticos.

Y cuando el adversario es más, el ánimo puede resentirse y flaquear. Es razonable que el aplomo que insuflan los momentos favorables se transforme en vacilaciones.

Jugar igual en todas las canchas es imposible. En principio, porque no depende de la voluntad, sino de la capacidad. De la fortaleza real de un equipo. No se trata de un deseo, de un postulado teórico, sino de una performance. Todos queremos jugar como Messi, sólo él lo logra.

"Jugar siempre igual" suena a una declaración de coherencia irreductible. Pero también da cuenta de cierta obstinación, de cierta negación voluntarista de la realidad. Con el equipo del barrio no le podemos jugar "como siempre" a un campeón de liga. El Barcelona y sólo el Barcelona de Guardiola -caso único, quedó dicho- podía bailar al Manchester United en Old Trafford como si fuera un rejuntado.

Cabe decir que la actuación de Newell's fue muy digna. Que la derrota no diluye su gran campaña, su enorme esfuerzo. No jugó igual que siempre, pero no hay en eso ningún renuncio. Apenas una restricción cotidiana: nadie hace siempre lo que quiere. Y no siempre uno quiere lo mismo.