Tim Keown 11y

¿El último gran campeón?

Él se encuentra parado en una joyería que le provee la plata al mejor un porciento del mercado, luciendo casi $3 millones en platino y diamantes alrededor de su cuello y muñeca, rodeado del al menos 20 de sus asociados, uno de ellos abrazando un bolso marca Nike que contenía bolsitas plásticas repletas de ataditos de billetes de $100 del grueso de un antebrazo y las joyas suficientes como para satisfacer caprichos sartoriales de su dueño para un recorrido promocional por 11 ciudades. Hay gente afuera en la calle de Nueva York con sus rostros presionando contra los escaparates de la tienda, parados a unos pies de distancia de una caravana de siete Suburbans y Escalades negras. Hay una Gulfstream IV y una Gulfstream V preparadas y esperándolo a él y a su séquito en el pavimento al otro lado del Hudson en Teterboro.

Ha gastado, en los pasados 20 minutos, cerca de un cuarto millón de dólares en aretes y un collar para su hija de 13 años, Iyanna, y envió a algunos de sus asociados a comprar tantas tiras de pollo y papas fritas que el lugar huele como un contenedor de aceite quemándose, y en esto momento él le está regateando a los joyeros por un reloj de $3.5 millones mientras un miembro de su servicio de seguridad -- al que llamó para que entrara en acción tras el comando lírico de "Jethro -- ¡desinfectante!" -- le está vertiendo tanto Purell en sus manos que cae como cascada entre sus dedos, creando un charco en el piso de mármol blanco.

Y es aquí, en este momento, en medio de este auto infligido caos de su vida, que Floyd Mayweather Jr. demanda la atención de todos en la habitación: gente comiendo de platos de espuma de poliestireno, los joyeros amonestándolo por programar su próximo combate en el día de Yom Kippur, el reportero, fotógrafo y equipo de camarógrafos que estaban allí para documentar momentos como estos. "Escuchen, escuchen, escuchen", dice, como un mal episodio de hipo. 'Escuchenescuchenescuchen". La sala cae en un silencio obediente. Él levanta los brazos extendiéndolos diagonalmente, como un cura dando las gracias. "¿Saben cuánto me gustaría tener un día normal?¿Un solo día normal? ¿Sin fotos? ¿Sin autógrafos? ¿Un día normal?"

Hay una pausa en la sala. Este es un hombre que usa su ropa interior una sola vez antes de deshacerse de ella, Este es un hombre que usa zapatos deportivos una sola vez antes de dejarlas en un cuarto de hotel para los de limpieza que puedan llegar a tener un conocido que lleven talla 71Ž2, que se afeita la cabeza pero aún así viaja en su jet privado con su barbero personal, que tiene dos juegos casi idénticos de autos ultra lujosos que van a juego en color con la mansión para no confundirse -- blanco en Las Vegas, negro en Miami -- donde está.

¿Un día normal? El momento de incredulidad silenciosa termina con algunas risas forzadas emitidas por los empleados de él que quieren permanecer empleados. La respuesta fue tenue y breve -- la sala regresa al tumulto estándar casi inmediatamente -- porque lo que Mayweather acaba de decir, de su deseo de ser normal por un solo día, es quizás la afirmación más delirante que este singularmente delirante hombre ha dicho jamás.

Se encuentra acostado en el sofá del G5 mientras vuela sobre la Ciudad de Nueva York camino hacia Washington, D.C., como segunda parada del recorrido promocional de su combate del 14 de septiembre contra Saúl "Canelo" Álvarez. En algún lugar detrás del G5, en el G4, están sus guardaespaldas, cuatro seres humanos masivos que viajan separados porque Mayweather tienen un miedo irracional acerca de compartir una cabina con tanto volumen humano. Su masajista, Doralie, una hermosa mujer con cabello irradiado y tacos de ocho pulgadas del diseñador Valentino, le masajea los pies mientras mira hacia el horizonte con una mirada de tres horas de sueño más o menos. Floyd es el centro de atención, hablando sobre más de 100 cosas al mismo tiempo, nunca deteniéndose para medir alguna reacción o hacer una pregunta. "Así es que se vive, nena", dice. "Simplemente relajándose en un G5".

La experiencia Mayweather es una invitación a ceder el control de tu vida, el simplemente dejar todo -- dónde ir, cuándo dormir, inclusive qué comes -- en manos de Floyd Mayweather. Si estás acostumbrado a la medida mínima de autosuficiencia, hay que aprender a ajustarse un poco. Para el final del segundo día en mi tiempo compartido con él durante el recorrido, paré de preguntarme la única pregunta que está constantemente en mi cabeza: ¿Qué estamos esperando? La respuesta, de cualquier número de personas, es o encogerse de hombros o decir con un tono de estar sin dormir "Floyd".

No hacen falta explicaciones.

Mayweather es la encarnación moderna de lo que Gay Talese, describiendo a Frank Sinatra, llamó "el macho completamente emancipado". Puede hacer lo que quiera cuando quiera y con quien se le plazca.

Él es el último personaje carnavalesco de la vieja escuela del boxeo, la última de los narcisistas de tercera persona, el último de los grandes altamente cotizados peleadores norteamericanos. Atrae y repele a la gente en igual proporción. Es mucho más grande que el deporte mismo, usualmente el atleta mejor pagado en el mundo, y verlo pavonearse de Nueva York a Washington y a Grand Rapids, Michigan, hasta Chicago y de regreso a casa a Las Vegas -- aplaudido y abucheado en igual medida -- se siente como el comienzo del final de una era.

Tiene un récord de 44–0 y una pelea adentro de su acuerdo de seis combates, 30 meses y potencialmente $300 millones con Showtime. Si las gana todas, tendrá 38 años y una marca de 49–0, el mismo récord que Rocky Marciano, el mítico campeón de campeones. Un récord de 49–0 sin un contrato podría dejarlo en libertad para negociar un monstruosa cantidad de dinero para un combate número cincuenta. Por sus buenos negocios, programaciones astutas y el declive de Manny Pacquiao, Mayweather es la última megaestrella del boxeo.

"Todo el mundo quiere el día de pago de Floyd Mayweather; quieren las mimas cosas que Floyd Mayweather tiene", dice. "Pero Floyd Mayweather, él se lo ganó con trabajo duro".

El combate contra Álvarez será el de mayor recaudación en la historia del deporte, y sin embargo, resalta un inherente problema para Floyd y su profesión. Con la escasez de contendientes, la tormenta residencial del boxeo está en peligro de quedarse sin gasolina. Para que una corrida hacia la marca de 50–0 sea apreciada, su relación con sus oponentes, comenzando con Álvarez, tiene que ser más simbiótica que adversaria. En otras palabras, funcionaría a favor de los intereses de Mayweather que Álvarez se demuestre creíble.

***

Pero ahora mismo, Floyd tiene preocupaciones más inmediatas: tiene frío. La preferencia de Mayweather respecto a la temperatura es famosa entre sus conocidos; el gimnasio en Las Vegas está más caluroso adentro que afuera, sin importar la estación del año. Le pide a la azafata que suba el termostato y le dice, "No se puede cocinar con grasa fría, nena".

Está sentado en una mesa en el G5, comiendo Twizzlers y hablando sobre su padre. Un pensamiento se atraviesa: ¿Quién es él? Es una pregunta honesta, porque es difícil penetrar los flashes y el dinero y el aislamiento humano. Casi todo -- entrenamientos, entrevistas, incluso conversaciones -- se llevan a cabo en grupo y por el beneficio del grupo. Se dirige a salas más que a individuos, haciendo de cada discusión una especia de arte performativo.

Pero hay señales de que Mayweather, con 36 años, ha adquirido un poco de introspección. El hecho de que se le fue impuesta no debe hacerla menos. Tras su victoria en mayo del 2012 sobre Miguel Cotto, pasó dos meses en solitario en el Clark County Detention Center bajo una condena por violencia doméstica. Lo separaron del resto de los prisioneros y se le permitió una hora al aire libre, cinco días a la semana. El resto del tiempo se encontró a sí mismo en una circunstancia altamente inusual: solo con sus pensamientos.

Llenó sus días haciendo lagartijas y abdominales y escribiéndole cartas a su familia. (También se la pasó leyendo revistas de casas de lujo y el DuPont Registry, y dijo, "Seguía viendo mi nombre en la revista Forbes".) Le escribió a su madre y a su abuela, sus tíos y a sus cuatro hijos. Durante ese tiempo, 13 páginas de un cuaderno cayeron estrujadas al suelo de su celda. Cada una representaba un intento fallido de escribirle a su padre, Floyd Sr.

Ellos siempre tuvieron una relación complicada y tempestuosa. Cuando Floyd tenía alrededor de dos años de edad, Floyd padre lo usó como escudo humano para evitar que le disparasen en un altercado con un pariente que cargaba con una escopeta. No funcionó, a Floyd padre le dispararon en la pantorrilla de todos modos -- y en la parada del recorrido correspondiente a Grand Rapids, Floyd detuvo la caravana y señaló la casa donde sucedió. Floyd padre, un ex contendiente de peso welter que en una ocasión se midió por 10 asaltos contra Sugar Ray Leonard, le enseñó a su hijo el negocio familiar antes de ser enviado a prisión por tráfico de drogas cuando éste era solo un adolescente. Desde su liberación en el 1998, Floyd padre ha estado yendo y viniendo como entrenador de su hijo en su campamento, y sus desencuentros a menudo son desagradables y públicos.

El proceso mental detrás de esas 13 cartas incompletas y arrugadas -- el que padre e hijo necesitan reconciliarse -- llevó a Floyd padre a la esquina de su hijo. Regresó como entrenador de Floyd Jr., y su relación pareció encontrar un ángulo relajado de reposo. Se saludan cariñosamente antes de cada entrenamiento y se hablan con calma respecto a las estrategias. Floyd padre es un maestro de las estrategias defensivas, y sintió que recibió innecesariamente mucho castigo por parte de Cotto, pero el reencuentro fue más allá de una decisión de negocios.

"No estoy diciendo que fue bueno que haya ido a prisión", dijo Floyd padre. "Pero estoy diciendo que fue bueno para él. Era algo que necesitaba. Tuvo la oportunidad de reflexionar sobre muchas cosas, de pensar. Tuvo la oportunidad de estudiar las cosas y de estar solo donde nadie podía pensar, salvo él".

Hay señales de un Mayweather más calmado, más en paz. Antes de su combate más reciente -- contra un Robert Guerrero desventajado en el fin de semana del 5 de mayo -- el padre de Guerrero interrumpió la conferencia de prensa con un loco ataque verbal, llamando a Mayweather un golpeador de mujeres y sugirió que lo aprendió de su propio padre. Un Floyd más joven hubiese escupido una respuesta viciosa. Sin embargo, en esta ocasión, bajó la cabeza, mirando a su teléfono, sin responder nada, como si Rubén Guerrero ni tan siquiera estuviese allí.

¿Es este el nuevo Floyd? ¿Un hijo mejor? ¿El hombre que pasó las noches en prisión escribiendo cartas sensibles a su familia?

"Se podría decir que estoy en paz", expresó Mayweather. "Pero la gente se hace de la idea equivocada. Solo porque uno sea callado, no significa que sea humilde. La humildad es saber de dónde vienen tus bendiciones".

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Se encuentra parado en una curva en el estacionamiento del Dunbar High School en Washington, D.C.. Es pasada la 1 a.m. -- tarde para la mayoría de las personas, mediodía para Mayweather -- y recién termina de jugar por más de dos horas un poco de baloncesto bajo el zumbido de las cicadas de las luces anaranjadas de un gimnasio que ha visto días mejores. Casi todos en el Money Team, como Floyd llama a su equipo, están aquí, y están parados en la vereda, esperando. Varios de los autos de la caravana están en reposo y vacíos, los conductores preparados, pero nadie camina hacia ellos. Todo el mundo por ahí parado, lerdos y obedientes, mientras Floyd le asigna a cada uno un vehículo y asiento.

Así es que esto funciona. Nadie sabe lo próximo que viene, pero todos saben que Floyd proveerá. Hay un orden jerárquico, y esta es otra manera más de Mayweather enviarle mensajes sutiles a su equipo. Entre más temprano llame tu nombre, más alto tu estatus. Él no es muy fanático del delegar.

"No sabemos lo que vamos a hacer hasta que lo estamos haciendo", dijo uno de sus asistentes. "Uno se acostumbra".

Hay una psicología detrás del séquito. Aún cuando Floyd pelea dos veces al año, como lo hará este año por primera vez desde el 2007, hay mucho tiempo de inactividad. Comienza a entrenar aproximadamente dos meses antes de cada pelea, lo cual deja ocho meses de tiempo libre en un año de dos combates. Fuera del entrenamiento, no tiene ningún itinerario fijo. Pagarle a la gente para que se mantenga cerca significa que nunca está solo, nunca tiene que esperar a que alguien realice una diligencia o que se dirija al 24-Hour Fitness para jugar baloncesto a los 2 a.m. Muchos de sus roles no están definidos. Algunos viven en una de las muchas casas que posee en Las Vegas. Algunos son empleados de Mayweather Promotions. Todo parece ser compensado en diversos grados, aunque no siempre queda claro cómo. En la flexible estructura corporativa de Floyd, hay una garantía: él nunca está esperando que alguien salga de trabajar.

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Está parado en un Foot Locker en el centro comercial Woodland Mall en Grand Rapids, poco después de que aterrizara su avión. La cantidad de comercio dándose a su alrededor es sorprendente. Mayweather ha decidido que quiere jugar baloncesto en su antigua escuela pero no quiere registrarse en el hotel y cambiarse de ropa primero. La solución obvia: llevar a su equipo, incluyendo a un número de amigos y familiares de su pueblo natal, al Foot Locker para comprar lo necesario para ir directo al gimnasio. Zapatos deportivos, camisetas, pantalones cortos, medias -- son agarrados y probados y llevados a la caja registradora sin conciencia.

Ya para este punto, ya había arrasado la tienda de Apple (con dos bolsas de accesorios), Macy's (por una pila alta de ropa interior -- para usar y tirar) y North Face (por varios bolsos grandes). Pero esos fueron actos de calentamiento. En Foot Locker, la torre de cajas de zapatos en la caja registradora parecía que el camión de entregas acababa de bajar un mes de mercancía.

Alguien estaba comentando que las visitas de Floyd a Grand Rapids se pueden detectar por un alza en las ganancias en los impuestos del condado, cuando me llamó. Miró a su alrededor para ver si alguien estaba mirando antes de sacar un papel que tenía cubierto con su mano derecha. Era un recibo de banco, y Floyd me está viendo mirarlo mientras mis ojos intentan enfocarse en el balance. Miro los números explayados por el papel termal. Había escuchado que Floyd maneja sus asuntos bancarios a la vieja escuela: entrar al banco, hablar con un cajero de carne y hueso. También es conocido por ser un gran defensor de la liquidez máxima. Aún así, la cantidad de dígitos a lo largo de la parte de abajo del papel a la derecha no parecen ser posibles.

Alzo la vista y veo a Floyd sonriéndose. Él se comienza a reír. Digo algo ininteligible acerca de demasiados números. No estoy seguro de qué me llevó a hacerlo. ¿Quizás malinterpretó mi mirada de fatiga por desaprobación? Dados sus hábitos de gastar, está preocupado de evitar la inevitable conversación de que se irá a la quiebra? ¿O es simplemente un ejemplo más de la hibris de este hombre? Miro hacia abajo una vez más para ver si estaba en lo correcto. Y sí, ahí estaba, 11 números de largo.

Hay más de $123 millones en la cuenta bancaria de Floyd Mayweather Jr.. Asiente, dobla el recibo y dice, "Una cuenta, nene".

***

Está en el cuadrilátero de su gimnasio en Las Vegas trabajando con su tío y antiguo entrenador Roger Mayweather, cuyo rol ha sido reducido en parte por problemas de salud relacionados a la diabetes. Floyd lleva puesto unas medias rayadas directamente salidas del 1979 mascando una bola de chicle. Lanza algo cerca del vecindario de los 8,000 puños en el transcurso de una sesión normal. En este momento, mientras el tío Roger le hace señas con las guantaletas, los ojos de Floyd están cerrados. Y, sin embargo, de alguna manera logra pegarle a cada una. Roger mueve las guantaletas tan rápido como el lenguaje de señas, y aún así Floyd golpea cada uno sin el beneficio de la vista. Es brujería.

El dominio de Mayweather ha sido tan completo y su personalidad tan enorme que en ocasiones la destreza se pierde. Su velocidad y habilidades defensivas han frustrado a 44 oponentes y lo han dejado salir ileso. "No hay nada de bueno de recibir castigo", dice. "La gente puede decir, 'A él le gusta correr', o lo que sea que quieran. La verdad es que he estado en la cima durante 17 años. ¿Piensan que puedo decir lo mismo se me paro ahí e intercambio golpes?". De igual forma, hay boxeadores defensivos excepcionales y está Floyd. Él inclina la cabeza para salir de peligro antes que el peligro sea un resplandor en los ojos de su rival. Habla de que él juega "ajedrez, no a las damas", pero de la manera en que se mueve sugiere algo cercano a la magia.

Sus ojos, cuando están abiertos, ven todo el gimnasio. Un día su asistente personal, Dave Levi, tuvo una breve conversación con un amigo en la parte de atrás del gimnasio mientras Mayweather estaba en una sesión de guanteo. Después del entrenamiento, Floyd le preguntó de qué estaban hablando. "Me voló la cabeza", expresó Levi. "No sé cómo pudo haber sido capaz de vernos". Quizás no sea una sorpresa que en el cuadrilátero, durante un combate, se da cuenta de los cambios más sutiles en la actitud de su rival. Debe sentirse como pelear contra una máquina.

Es difícil el imaginarse que alguien cercano a su división -- incluyendo a Álvarez, quizás especialmente Álvarez, quien nunca ha visto algo así a pesar de un récord de 42–0–1 -- pueda ser lo suficientemente paciente y oportunista para encontrar los puntos débiles poco frecuentes en la defensa de Mayweather y aprovecharse de ellos lo suficientemente bien para derrotarlo.
Hay una opinión en el campamento de Mayweather que Álvarez, de 23 años, se está adelantando a sí mismo con este combate. Puede que entiendan la importancia estratégica de que al fortachón de Canelo le vaya lo suficientemente bien para al menos ser digno de una revancha. Por la mayor parte, el récord de Álvarez se menosprecia. "Mencióname 10 campeones mundiales con los que él ha peleado", vociferó Floyd en una de las paradas del recorrido. "Solamente pido 10".

Álvarez es un boxeador robusto, mucho más grande que Mayweather. Esta pelea se llevará a cabo en las 152 libras, como peso acordado, y Mayweather -- con su metabolismo de colibrí y nivel de actividad -- se verá en aprietos para mantener el peso. Durante el entrenamiento, tuvo que cancelar ejercitarse porque se sentía muy liviano. Por el otro lado, Álvarez pesará cercano a las 152 el viernes y se rehidratará al menos hasta las 170 cuando suene la campana la noche siguiente.

La preparación de Mayweather para el tamaño de Canelo es limitada a su elección de compañeros de guanteo. La mayoría son más grandes, entre las 160 y 170 libras, y Mayweather estuvo ocho semanas esquivando sus puños y derribándolos por todo el ring. El boxeo, o al menos Mayweather, sigue siendo como la vieja escuela. No hay estudios de cintas o 'scouting report'.

"He visto a Canelo pelear un combate y eso fue suficiente", explicó Floyd padre. "He visto qué puede hacerse. Se cansó y nadie lo atacó al cuerpo. Cuando le pegan en el cuerpo y en la cabeza, créanme: no va a durar 12 asaltos".

Floyd tiene una razón simple por no mirar las cintas de las peleas de Canelo: Álvarez nunca ha peleado contra él. "Cuando uno pelea contra Floyd Mayweather, uno tiene que venir con una estrategia distinta", aclara. "No me sirve de nada verlo pelear contra alguien más".

***

Está parado en un cuadrilátero en las Vegas, dándole rienda suelta a una serie de combinaciones a la acogedora cara de Ramón Montano, un compañero de guanteo obligado a aguantar round tras round con Mayweather después de que se decidiera que otro boxeador estaba dejando demasiada sangre en la lona. Generalmente, las sesiones de guanteo de Mayweather consisten de dos o tres boxeadores alternándose los rounds, pero Montano está solo. Floyd puntúa cada jab bien colocado perfectamente sincronizado con la palabra "cállate".

El gimnasio está lleno. Hay al menos 100 personas aquí para verlo entrenar -- las mujeres tratando de cautivar su atención, los hombres audicionando para lo que esté disponible. Hay un hombre mejor descrito como fuera del círculo interno con 'Floyd' tatuado en la parte derecha del cuello. Tiene a su hijo pequeño con él. ¿El nombre del niño? Floyd.

Mientras la profundidad y la amplitud del castigo de Montano se desenvuelve, las reacciones van desde la compasión ("Ooh") hasta las burlas. Un miembro del servicio de seguridad de Floyd comparte un breve análisis: 'Eso está mal. Este tipo no va a poder hablar hasta que tenga 40 años, pero la gente no debe de estar riéndose de él".

Después del entrenamiento, Montano se encuentra en el estacionamiento, el calor ascendiendo desde el asfalto en un día de 106 grados. Los guardaespaldas de Floyd están aburridos mientras doblan sillas en la vereda fuera del gimnasio, y uno de ellos le dice a Montano: "No te preocupes por eso. Nadie de aquellas personas están ahí adentro como lo estabas tú". Montano tiene un récord de 17–10–2 como boxeador profesional, pero ha pasado la mayor parte de los pasados tres años como un compañero de guanteo. Ha trabajado en el campamento de 23 campeones, incluyendo a Pacquiao, Zab Judah y Jose Luis Castillo. "Nadie se compara con Floyd", opina. "Es el boxeador más singular del planeta. Cada vez que guanteo con él, es distinto. Si tuviese que pelear con él mañana, pelearía totalmente distinto. Es el mejor y con él es con quien mejor me gano el dinero".

De regreso al interior del gimnasio, Mayweather golpea la pera como por un minuto, el sonido rebotando por el gimnasio como un fuego automático. Cuando termina, se queda mirando fijo un afiche con su imagen junto a Álvarez que cuelga en la pared al lado de la pera. Llama al 'cutman' Rafael García para que se le acerque y le dice que le traiga cinta adhesiva. Bajo las instrucciones de Mayweather, García pega cinta adhesiva en forma de una X gigante sobre uno de los ojos de Álvarez, entonces hace lo mismo con el otro ojo. Floyd da unos pasos hacia atrás y lo mira, ignorando las risas profesionales en la habitación.

"Ahora ponle cinta en la boca", le ordena a García. Irrumpen las carcajadas en el gimnasio. Mayweather permanece serio. Le enseña a García exactamente cómo quiere la cinta encima de la boca de Álvarez. Mayweather asiente. Parece complacido.

***

Se encuentra profundamente dormido en el G5, Doralie cabeceando sobre sus pies, un collar de $1.6 millones yacía en el sofá a su lado, una bolsita plástica conteniendo cinco o seis nudos de billetes de $100 descansaba sobre su pecho. Así es como se vive, nena.

Aún así, hay algo vagamente desalentador acerca de las escenas en el recorrido. Por una parte, Mayweather tiene dificultad en convocar algún tipo de desdén hacia Álvarez. En el vuelo desde Nueva York a DC, sugirió que alguien diseñara una camiseta con la cara del pelirrojo de Canelo como una mezcla de las caras de Dennis el travieso, Chucky y Raggedy Ann, pero eso fue lo más cruel que se puso. Mayormente, repite una frase trillada: respeta a Álvarez por sus logros y la trayectoria recorrida. Para Floyd, eso es el equivalente verbal de le da igual. El nuevo Floyd parece poco dispuesto a reflexivamente abrazar el rol del villano. "El muchacho no sabe hablar inglés", dice Mayweather. "No sabría lo que le estaría diciendo de todos modos así que, ¿cuál es el punto?"

Hay un sentimiento nostálgico, posmoderno, últimos estertores del imperio sobre la última corrida de Mayweather. Él es Crazy Horse rehusándose a morir en la cama de un hombre blanco, Tony Soprano jugando al jefe de la mafia en un mundo de posmafia. Es tanto una celebración como un réquiem.

En una noche de viernes a seis semanas del combate, después de un largo entrenamiento, Mayweather se va del gimnasio a pie, andando como un venado a través de un Chinatown miniatura antes de girar a la izquierda en South Valley View hacia un las Vegas comercial y de clase trabajadora.

Una camioneta con su videógrafo y dos de sus guardaespaldas lo siguen, las luces intermitentes encendidas, tratando de anticipar su ruta. Otro auto, llevando a uno de sus asistentes, sigue a la camioneta, creando una estela de conductores iracundos y además casi choca en el camino.

Tres hombres sentados en el porche delantero en su triste vecindario ven a Maywather venir por la calle y se ponen de pie para verlo. Mientras se acerca, se recuestan de una verja y comienzan a cantarle:

¡Ca-nel-o!

¡Ca-nel-o!

¡Ca-nel-o!

Cantan fuerte e insistentemente, bordeando lo vicioso, su sorprendente vehemencia en medio de los zumbidos del tráfico. Floyd sigue su paso constante, su cabeza en alto mientras inhala lo que queda del oxígeno de su deporte bajo la agonizante luz de una tarde de verano.

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