Tim Keown 11y

Mayweather siendo Mayweather

LAS VEGAS --
Los cuatro calentadores en el camerino de Floyd Mayweather estaban fijados en los 94 grados, y no tomó mucho para que se comenzara a quejar de que hacía demasiado frío. Llevaba puesta una sudadera mientras estaba recostado en un sofá de cuero con dos toallas blancas dobladas y una sábana marrón de Yves Saint Laurent sirviendo como almohadas. Faltaban como dos horas para su pelea contra Canelo Álvarez, una hora antes de que Justin Bieber hiciera una ruidosa y prolongada entrada, y como tres horas antes de que redujera a Álvarez a un cualquiera más lanzando puños con la esperanza de dar un nocaut.

Todo estaba en calma. Esa era la cuestión. Uno esperaría que la escena precombate se pareciera al vestuario de un equipo de fútbol -de a poco la adrenalina aglomerándose in crescendo. Pero no fue así para nada, al menos no en la noche del sábado, no en el camerino del hombre cuyos bolsos de equipamiento llegaron al MGM Grand Arena bordados con la inscripción "45-0". Tener confianza es una cosa. Hacer esto por adelantado es otra.

El disturbio más grande vino cuando Bieber entró a la habitación y con poca fluidez -y ruidosamente, dado el silencio profundo que lo precedía- se rió y saludó a Floyd. También le presentó a Mayweather a su hermanito de tres años, que parecía más equipado para leer el ambiente de la habitación que su hermano.

Este es el santuario interno, uno de los lugares más privados y menos accesibles en los deportes, y el impacto de la escena podía encontrarse en la acumulación de pequeños momentos: Floyd Mayweather Sr. -en algún momento distanciado y ahora de regreso como el entrenador de su hijo- entró y se arrodilló al lado de su hijo, hablándole en un tono bajito al oído por un buen rato. Un miembro del grupo de trabajo de Canelo estaba parado como estatua, brazos cruzados, con la gorra hacia atrás, mirando al hombre de la esquina de 84 años, Rafael García, vendar las manos de Mayweather.

Mayweather está recostado en el sofá cuestionándose si no había muchas cámaras en la habitación, preguntándole a su director ejecutivo, Leonard Ellerbe, "Oye, L- ¿cuántos equipos de rodaje tengo?". Mayweather, con unos pendientes de diamantes puestos, caminaba por la habitación cantando, con tono bajito y horriblemente desentonado, "Sigo escuchando pasos, nena -en la obscuridad".

Se preparó para el día de pago más grande en una sola noche en la historia deportiva viendo los eventos secundarios de la cartelera cuando fracasó en sus intentos de tomarse una siesta. No mostró expresión cuando la trasmisión mostró entrevistas a celebridades que alababan sus talentos, e igualmente inexpresivo cuando miraba los videos de Canelo entrenando y diciéndole al mundo que tenía la estrategia para vencer a Mayweather. De hecho, no dijo casi nada, con la excepción de una breve pero cortés queja acerca del resplandor de las luces brillantes cada vez que la transmisión pasaba en vivo hacia la habitación. Entraron los cuatro hijos de Mayweather- tres de ellos vinieron acompañados por su madre, Josie Harris, cuya queja policial llevó a Mayweather a la cárcel por casi 70 días el año pasado. "Ten un buen combate", le dijo ella mientras se iba. "Te amo y eres grandioso".

En este momento, con 36 años, 45 combates y 17 años de carrera, puede parecer que grandes peleas de título como esta son un día más en la vida de Mayweather. Pero piensen un momento: 45 en 17 años. Esas no son tantas noches grandes, y esta era más grande que la mayoría. La única señal de ansiedad o nervios o anticipación vino cuando pisaba repetidas veces con sus talones o cuando mascaba efusivamente su chicle. Estrés, lo poco que parecía haber, salía de su cuerpo a través de sus pies o dientes. Hubo animosidad solo cuando necesitaba encontrar a alguien para que le dijera al anunciante del ring que llevaría puesta su trusa azul pitón. Apenas miró cuando Lil Wayne llegó. Quizás no lo reconoció con una camiseta puesta.

La pelea fue como muchas de las que han acontecido antes: un habilidoso pero técnicamente superado oponente, respaldado por un bullicioso público que era equitativamente anti-Mayweather y pro-Canelo, volviéndose más y más frustrado en el curso de los 36 minutos en el cuadrilátero con un hombre cuya velocidad y anticipación bordeaba el sexto sentido. Nadie entra y sale como él lo hace.

Mayweather siempre ha tenido la ominosa habilidad de bloquearlo todo: el momento, el público, el rival. Abucheos y cánticos de apoyo -y él escuchó más de la primera y menos de la segunda en la noche del sábado- lo afectan exactamente de la misma manera: no lo afectan en lo absoluto. Él no pelea ni para ni en contra del público. No lo escucha de la forma que uno esperaría. No se motiva por los cánticos de "T-M-T" más de lo que se disgusta por los "Ca-ne-lo!". Simplemente los rechaza y continua peleando de la manera que se necesita pelear.

Sin embargo, hubo momentos en donde Mayweather pareció enfurecerse con Álvarez. En el cuarto asalto, Álvarez golpeó a Floyd bajito y tarde en el muslo izquierdo. Mayweather estaba molesto con el golpe y aún más por la decisión de Álvarez de preguntarle a Mayweather repetitivamente, "¿Estás bien?". Era en tono burlón, arrogante, una manera más de Canelo anunciarle al mundo de que no se iba a acobardar por el dominante Mayweather. El hacer enojar a Floyd es una estrategia, pero no una buena.

La victoria fue decisiva aún si la decisión no lo fuese. En la victoria de Mayweather por decisión mayoritaria, la juez C.J. Ross anotó el combate como empate, para el desconcierto de muchos y el enojo del resto. "Para ser honesto, no vi a Canelo ganar un round", opinó Floyd padre. "¿Dónde encontraron seis de ellos?".

Mientras Mayweather salía del cuadrilátero y se encaminaba hacia el vestuario, se detuvo para una breve entrevista al final del pasillo. De repente, de la nada, un hombre corrió hacia el vestíbulo, enfocándose en Mayweather. Fue perseguido por tres oficiales del alguacil, quienes lo atraparon a 15 pies de distancia de Mayweather y de sus cuatro guardaespaldas, miembros de se equipo de seguridad que combinan para 1,470 libras. Uno casi podía garantizar que parte de ellos, y quizás una buena parte, estaban decepcionados de que los oficiales lo atraparon primero.

La escena afuera del vestuario después de la pelea no se parecía en nada a lo que era anteriormente. El santuario interno se convirtió en Mardi Gras. La gente de Floyd pedía que alguien- cualquiera- le consiguiera agua al campeón. Las condiciones espartanas del camerino eran difíciles de desentrañar. El hombre acababa de ganarse unos $41.5 millones garantizados e indudablemente mucho más de un posible récord en ventas de pague por ver, y tenían que estar pidiendo agua por ahí.

El servicio de seguridad de Mayweather empujaba a la gente que intentaba entrar a la habitación, y la cerraron temporalmente hasta que la puerta se abrió y el guardaespaldas llamado Jethro gritó, "Que alguien busque a Wayne. Que alguien traiga a Wayne". Momentos después, Lil Wayne, sin camiseta en esta ocasión, entró a la habitación para unirse- entre otros- con Lil Kim, quizás para batir el récord de la mayor cantidad de "Lils" en una habitación al mismo tiempo. En medio de todo, Bieber estaba sentado en una esquina, con sus gafas puestas- solo Bieber siendo Bieber como secuela de Floyd siendo Floyd.

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