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Maestros del desorden

Pablo Prigioni aporta mesura en los Knicks, pero el entorno no favorece a su juego Getty Images

Cuando los Knicks eligieron quitar a Jeremy Lin de su alineación para transferirlo a los Rockets, dejando de lado la Linsanity que había despertado furor en la Gran Manzana, tomaron una vía correcta: el trío formado por Jason Kidd, Raymond Felton y Pablo Prigioni lucía más seguro y eficiente para aprovechar el cóctel de armas de destrucción masiva distribuidas en el perímetro.

Mike Woodson, en aquel entonces, no era este Mike Woodson. Sus equipos lucían serios, ordenados, disciplinados. No había correas en el cuello de nadie ni sogas esperando a deshilacharse para que el caos domine el ambiente.

Desde el cierre de la temporada pasada, los Knicks se han transformado en Harvey dos caras: un ataque coordinado, de pase extra, y otro en el que demuestran ser maestros del desorden. Genios del vértigo o desquiciados del desequilibrio. De la universidad del básquetbol al manicomio del playground, con sólo accionar una perilla.

Los Knicks ya no tienen a Kidd, flamante coach de Brooklyn Nets, y con él se han ido las esperanzas de ver un equipo con una línea de juego clara. Pablo Prigioni, el jugador con más criterio de New York a la hora de intentar una ofensiva fluida y regulada de mitad de cancha, luce como un relojero disciplinado que ve invadido su espacio de trabajo por una camada de chicos desobedientes: pasar el balón para un costado significa no saber cuando va a regresar. Ni siquiera saber qué es lo que se está intentando hacer.

Las pérdidas de balón, el flagelo crucial de este equipo en el arranque de temporada, se vuelven lógicas en el universo de hacer lo que cada uno quiere sin preguntar demasiado. "Perder el balón de esta manera no es tan usual en nosotros. Somos bastante buenos en esa categoría. Estos primeros dos partidos ha sido nuestro punto flaco", dijo Carmelo Anthony a ESPN New York.

Lo que dice Melo es cierto en parte, porque los Knicks terminaron la temporada pasada con el menor promedio en pérdidas de balón (11.6) y actualmente están cediendo la pelota 17.6 veces por juego, lo que los ubica en el 20º puesto de la NBA.

Lo que no dice Melo es que él, como líder del equipo, tiene una responsabilidad mayúscula en enviar cuesta abajo ese rubro estadístico. Su concepción del básquetbol de héroes conspira contra el juego que pueden -y deberían- practicar los Knicks. Por momentos tiene la mesura y la precisión de un matemático adiestrado y por momentos cae en el frenetismo desequilibrado de alguien capaz de lanzar una bomba atómica a la carrera. Como si su mente se pusiera en blanco en pasajes trascendentales. Sus compañeros, en tanto, son como chicos que copian lo que ven. Y mientras Woodson no ponga límites en este aspecto, el choque de planetas llegará muy seguido al Madison Square Garden.

Tic, tac, tic, tac. Hay pérdidas, por lanzamientos poco ortodoxos y mal ejecutados, que no se miden en las estadísticas oficiales.

Y todavía no hemos visto a J.R. Smith en acción.

La contratación de Andrea Bargnani, en tanto, es absurda por donde se la mire. El interno italiano puede dar cosas, pero han profundizado la posición de ala-pivote de manera innecesaria porque el mayor acierto que han tenido en la temporada que pasó es el hecho de hacer jugar a Anthony de falso cuatro. La puerta de entrada que desarrolla Melo de espaldas al aro es fantástica, porque es demasiado rápido para los internos y demasiado grande para los perimetrales.

Un híbrido que quiebra cualquier quinteto que se ponga enfrente. Saca diferencias cuando empieza las ofensivas en esa posición y pierde fuerza -e inteligencia- cuando quiere ser base, escolta, alero, ala-pivote y centro en una misma jugada. Apurarse, en este deporte, es sinónimo de no entenderlo: todavía la NBA no ha inventado anotaciones que valgan cuatro o cinco puntos. "Vísteme despacio que estoy apurado", decía con sapiencia Napoleón.

Volviendo a Bargnani, el italiano pasa a ser un tirador de pies asentados al suelo, un trabajo que bien podría haber hecho Steve Novak por varios millones menos. Cuatro abiertos y un interno natural suena bien, pero aquí hay dinero malgastado. Para quinteto tradicional, Amare Stoudemire y Kenyon Martin -dos que viven y vivirán con días garantizados en la enfermería- son quienes acompañarán a Tyson Chandler en esta hazaña noche a noche.

Y finalmente llegamos a dos puntos fundamenteles: a) la defensa, algo que parecía haberse recuperado de los fatídicos tiempos de Mike D'Antoni como coach de Knicks. b) el exceso de lanzamientos de tres puntos.

En el primer punto, los Knicks fueron un verdadero papelón en el cuarto de arranque. Según nos dice Elias, los Timberwolves vencieron 40-19 en el primer cuarto, el mayor caudal de puntos de un equipo visitante en ese período en los últimos 25 años del Madison Square Garden. Las rotaciones defensivas fueron espantosas y el balón en las manos de los Knicks era como intentar atrapar una liebre en un campo abierto: siempre en el lugar equivocado, a la hora equivocada.

Respecto a los triples, hay que hacer una salvedad: no hay problema con excederse en tiros abiertos si se tienen tiradores. El drama aquí es tomar lanzamientos que no tienen sentido, con marca encima, sin una rotación adecuada de balón y en manos de francotiradores poco confiables. El 9-32 total desde detrás del arco, con 4-16 en la segunda mitad, dice algo. Y siete tiros por un peso para Tim Hardaway Jr es a todas luces demasiado.

Los Knicks necesitan enderezar este barco cuanto antes. Han empezado la temporada con las mismas dudas con las que terminaron la serie de playoffs ante Indiana Pacers: el talento es inobjetable, pero si no tiene control, ese desparramo de energía viene con contraindicaciones. El caos puede transformarse en orden, pero para eso se necesita la intervención del entrenador, no de las estrellas. El Laizzes faire en este tipo de equipos jamás ha llegado a buen puerto.

Por ahora, los Knicks son maestros del desorden. Por suerte para los fanáticos de la Gran Manzana, esto recién empieza.

Queda mucho por delante.