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Rápido y furioso

BUENOS AIRES -- El clásico entre River y Boca jugado el sábado en la ciudad de Córdoba estuvo por encima de los partidos que suelen animar los dos equipos más importantes de la Argentina durante el verano.

Ambos se lo tomaron en serio, lo cual es un gran avance en los compromisos estivales, donde abundan los suplentes, los recaudos y las excusas.

River pareció encontrar la fórmula que hasta ayer nomás se le negaba, superó a Boca con toda claridad y se quedó escaso en cuanto a goles. Extraño; el equipo no ha cambiado demasiado. Casi nada. De hecho, la apuesta estelar de la temporada, Cavenaghi, no pudo estar entre los once.

¿Fue el subvalorado Menseguez el que aportó la fluidez y la profundidad que antes River no conseguía? ¿Pasó que Carbonero descubrió su lugar y entonces el resto de las piezas encajó de inmediato? No lo sé, lo explicarán los expertos. Tal vez sólo sea una golondrina de verano, otra muestra de la inestabilidad del fútbol.

Boca, por su parte, no logra que la modificación del dibujo táctico redunde en mayor presencia ofensiva. Sigue tibio, algo más sólido en defensa pero sin capacidad para el control de pelota y la elaboración de juego. Gago es una isla. Gigliotti igual, aunque por otros motivos.

De todas maneras, no es la diferencia acaso efímera entre uno y otro lo que quiero destacar, sino la elocuencia del partido para expresar el fútbol vertical y vertiginoso que caracteriza a la Argentina.

Sería interesante recurrir a una estadística sobre pases laterales o hacia atrás. La impresión visual es que no los hubo. Que, según el razonamiento de jugadores y entrenadores, sólo el envío hacia adelante (no hablo necesariamente de un pase) es positivo.

"Si pateás al arco, pasan cosas", decía Passarella con aires filosóficos. Según él, aunque falte puntería, el remate siempre promete réditos. Es un acto de fe, un modo de rendir culto a la carambola. Una ideología.

Del mismo modo, en el fútbol argentino se aprecia la propulsión de la pelota hacia campo adversario como el comienzo de un final feliz. Falcioni, con relativo éxito, impuso aquello de la segunda jugada, un especie de "a la carga Barracas" embellecido por la jerga táctica.

Sin llegar a ese extremo, River y Boca, como la mayoría de los equipos, sólo concibieron el pase vertical y a máxima velocidad. Raro que de ese modo, por más que haya atletas de pies sensibles, predomine la precisión. Cualquier jugada bien urdida exige al menos un segundo para pensar.

La conducta de los arqueros es un síntoma nítido. Cuando reciben la pelota, la mandan lejos, sin siquiera pararla. La eficacia del remate se mide en metros recorridos.

Este sistema se coloca en el polo antagónico al tiki-tiki consagrado por el Barcelona. A la maceración paciente (para algunos exagerada) de cada acción.

El verticalismo se insinúa como una transformación de las prioridades del fútbol, de sus elementos básicos. Pasa a imperar la lógica de conquistar territorio, de avanzar yardas, en lugar de la necesidad de construir juego. Veremos hasta dónde llega

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