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El insondable Messi

BUENOS AIRES -- "A veces me gustaría pedirles que no escriban de Messi por un par de días. Dejémoslo tranquilo y seguro que seguiremos disfrutando del mejor jugador del mundo".

Temeroso de que al chico de oro del Barcelona lo perturben los últimos comentarios acerca de su estado de ánimo, Gerardo Martino reclamó lo imposible en conferencia de prensa: que el mundo deje de hablar de Messi.

El entrenador sabe que para que la maquinaria se mantenga, para que el fútbol se coma la agenda y sus protagonistas permanezcan en su burbuja de opulencia y poder, entre otras cosas hay que hablar todo el día de Messi. Para bien y para mal. En especial, en un año en que se disputará el Mundial.

Sin embargo, expresa sus deseos. Quiere a Leo a salvo de preocupaciones mundanas, del bisbiseo malicioso. A Martino le gusta hablar de fútbol, de coordenadas tangibles. Ataque, defensa. Cuando los periodistas le buscan el pelo al huevo, sospecha y se molesta.

Por estos días, el debate en torno a Messi, quien no atraviesa un capítulo de esplendor, tiene que ver con su carácter.

Ángel Cappa, entrenador afecto a opinar fuerte, advirtió en el rosarino cierto desgano, como si hubiera perdido el interés por el fútbol.

Es cierto que Messi no proyecta un entusiasmo desbordante, pero nunca lo ha hecho. Sólo que ahora, que ha flaqueado su equipo y él no luce como en las mejores jornadas, alguien podría leerlo como falta de compromiso.

Quienes hayan seguido, aun a la distancia, la carrera de Messi consentirán que sus estados de ánimo son insondables.

Tal vez su genialidad se deba en parte a un mundo interior tan intenso que le permite sobreponerse a la adversidad sin resignar iniciativa ni riqueza creativa.

Cuando era resistido en la Selección, no se lo veía nervioso ni contrariado, sino que perseveraba en su libreto gambeteador como si nada sucediera. Esa obcecación sin registro de la frustración reiterada también irritaba.

Sospecho que tanto sus fugas temporarias cuanto sus apariciones determinantes y asombrosas no tienen que ver con estímulos externos que obran en su temperamento, sino con su lectura profunda de los partidos.

Da la sensación de que Messi juega (o intenta jugar) siempre igual. De espaldas incluso al resultado. Los datos de la realidad circundante probablemente son de escasa relevancia en su actitud.

Instrumento virtuoso siempre dispuesto a la exigencia máxima, Messi parece tener un propósito ajeno a los vaivenes del ánimo.

Como al resto de los mortales, sin duda, lo atraviesan las pasiones. Pero me resulta difícil imaginarlo transmitiendo en sus gestos el desasosiego, el desgano o, algo mucho más factible en su posición, el tedio de la gloria cotidiana.

Messi acepta con naturalidad las jugadas fallidas. El error o la prevalencia circunstancial del rival jamás lo inducirán a dudar ni a desistir. Para él no existe el miedo al fracaso.

Hablar de su personalidad nos arroja a honduras psicológicas para las que hay que estar teóricamente bien preparado. Sólo sé que su rostro inexpresivo nos lleva inexorablemente al misterio. Y los misterios suelen redoblar el interés.