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Demasiado buen pie

BUENOS AIRES -- Luego de una remontada notoria en la segunda parte de la primera rueda, Independiente pasó de ser un equipo vacilante a consolidarse y a escalar en la tabla de la B Nacional hasta el tercer lugar, donde se accede al ascenso directo.

Para el tramo final de la carrera, el entrenador Omar De Felippe, gran responsable del cambio de rumbo, solicitó un centrodelantero, un puesto en el cual, más allá de los aciertos de Parra, el equipo siempre acusó debilidades.

No había dinero para Matos, pero en su lugar llegó el Pocho Insúa, pie sensible y un lujo de sibarita para la carestía que caracteriza esta etapa crítica del club de Avellaneda.

Aunque no era lo que había pedido, lejos de quejarse al camarero por el error, el DT lo colocó al Pocho, con apenas un entrenamiento en su haber, en el once inicial ante Brown de Adrogué.

Insúa contribuyó decisivamente a la victoria y al nuevo espesor futbolístico que insinuó el equipo gracias a la sociedad que formó con Montenegro y Pisano.

Ese día Independiente jugó, durante el primer tiempo, el fútbol más virtuoso de su campaña. No porque los tres hábiles se la pasaran todo el rato entre sí (pretensión demasiado básica que a veces disparan estas reuniones de talentosos), sino porque Independiente expandió su oferta ofensiva. Dato sustancial para un equipo que ha metido pocos goles.

A semanas de aquella estimulante presentación, el escenario y los ánimos han cambiado bruscamente de color. La derrota ante Atlético de Tucumán –indiscutible, redonda, de esas que te dejan sin peros– puso al celebrado tridente en tela de juicio.

Se supone (cuando los resultados no acompañan) que cuatro jugadores que no marcan (el nueve eventual tampoco lo hace) desequilibran forzosamente cualquier formación.

Si consideramos que esta ofensiva aparentemente voraz se compensa con dos volantes de contención que además juegan bien (en especial Zapata), más una línea de cuatro en sus cabales, no parece una desmesura. Nadie tira manteca al techo. Pero, al igual que en las turbulencias políticas nacionales, la zozobra despierta un reflejo conservador. Es casi un gesto supersticioso.

Lo que más cuesta entender es el razonamiento de De Felippe. "Hay que saber defender, si nos regalamos, pasa lo de hoy. Siento que somos el mismo equipo que cuando llegué. Hicimos un mal partido", dijo en entrenador.

Su análisis no necesita interpretaciones rebuscadas: fallaron al defender. Sin embargo, acto seguido adelantó que es "muy probable" que el trío creativo no se repita entre los titulares. Esto es, uno de los buenos se sentará en el banco, seguramente Insúa.

Es difícil captar la conclusión: defendieron mal, pero va a sacar a un jugador de ataque. Ah, ya sé: defendieron mal porque eran pocos para la tarea.

Sin entrar en discusiones sobre el punto de vista de cada quien (a los entrenadores y jugadores les va el salario, para el resto de los mortales el fútbol es una materia opinable más), De Felippe debería recordar que la gran demanda de sus colegas es que les otorguen un plazo razonable para trabajar.

Los DT siempre piden tiempo. Más tiempo. Como si fueran deudores con la soga al cuello. Pues bien, el "nuevo" Independiente con Insúa lleva apenas cuatro partidos. Por más urgencia que baje de la tribuna o de los despachos, el terceto, por jerarquía y antecedentes, merece que se le extienda el crédito.