Bruno Altieri 10y

La reconstrucción invisible

Gregg Popovich y R.C. Buford mantienen la receta bajo llave. El viejo laboratorio monocromático exhibe alquimistas adiestrados a ultranza, que manipulan tubos de ensayo gastados para encontrar, siempre, éxito donde los demás saborean fracaso.

Los Spurs han encontrado la fórmula de la inmortalidad. No se trata de alcanzar el rol de máximo referente de la fiesta, sino de estar invitado siempre a la misma. Los manuales del buen proceder han quedado obsoletos a manos de San Antonio: todos los capítulos, hojas e incisos han sido burlados en función de una lógica que contradice la cultura manifiesta de esta Liga.

Los entusiastas del progreso han visto la oportunidad de recomendar, año tras año, qué hacer a este grupo de muchachos perdidos en el estado de Texas. Como ocurre con la economía global, los más poderosos han querido enseñarle qué hacer a los más débiles. Con un bisturí en la mano, la cirugía mayor fue el diagnóstico más recurrente. Sin embargo, ninguno de los especialistas de turno poseían -ni poseen- un título habilitante que les permita tener razones concretas para prever el apocalipsis inevitable que habían anticipado.

Los Spurs han conformado, considerando las circunstancias adversas, la franquicia más exitosa de todos los tiempos. No se trata de títulos conseguidos, sino de resultados consistentes. En un mercado chico, que carece de las luces de Los Angeles y New York, un grupo de ejecutivos talentosos y perseverantes -dentro y fuera de la cancha- han vencido al tiempo, colocándose en el pedestal de la sabiduría. La mente por sobre la destreza física. Un equipo de poder internacional, con templanza de samurai, filosofía de sabio y conducta de militar.

La reconstrucción de San Antonio ha sido invisible. Como un truco de magia, han puesto siempre a su Big Three por delante, porque ellos conforman, junto a Gregg Popovich, el reglamento. Ellos son la mano que se muestra al público, entendiendo al resto como la verdadera ilusión. Los Spurs son la síntesis de lo que alguna vez pensaron los maestros célebres de este deporte: compartir el balón, defender, tener actitud. Ideales. En otras palabras, ser inteligentes. La suma de las partes para provocar rendimiento por encima de espectacularidad. Duración por sobre impacto. Triunfos por encima de la necesidad de lucimiento.

Es el amor lo que motoriza a los hombres. Y en este caso, ese poder intangible está apoyado en una idea madre que nace en el espíritu mismo de la franquicia. Es el entrenador quien lo afirma en la cancha, pero es la filosofía, la cultura, la ética, la que vive en todos los que están cerca de este equipo. Dice un cartel en el vestuario de San Antonio: "Cuando nada parece ayudar, voy a donde el cantero y lo miro martillar su roca, tal vez unas cien veces sin que ni siquiera se note una grieta en ella. Sin embargo, al centésimo primer martilleo ésta se partirá en dos; y sé que no será debido al último golpe, sino a todos los que vinieron antes" (Jacob Riis).

El monstruo de tres cabezas de Spurs (Tim Duncan, Tony Parker y Manu Ginobili) tiene un nacimiento completamente distinto a la política general de las franquicias poderosas. Esto no son los viejos Celtics, el nuevo Heat ni los posmodernos Rockets. No es una acumulación de estrellas, sino una consecución de las mismas. No se trata de sobresalir, sino de vivir conforme a un patrón de comportamiento. Ceder para conquistar. Ser ejemplo para enseñar. Vivir de acuerdo a ciertas políticas que conducen al éxito a través de los procedimientos, corrigiendo los correspondientes desvíos.

No es nada fácil jugar en San Antonio. La exigencia es demasiado grande, la aplicación de los conceptos es compleja. Existen jugadores que, literalmente, han aprendido a jugar al básquetbol en esta franquicia. Quizás el patrón más buscado en estas tierras tenga que ver con la capacidad de resignar en función de un objetivo común. Aún por encima de la inteligencia, el valor más premiado de este grupo de notables por años. En definitiva, si lo pensamos con serenidad, veremos que resignar es una forma poco reconocida de la inteligencia. La ubicuidad es propiedad de los dioses, y a cuentagotas de los genios. Desafiar el orden establecido puede ser excepcional, pero jamás un recurso sostenido.

Los procesos en los Spurs demoran un tiempo. A excepción de Kawhi Leonard, quien fue creciendo dentro de la cancha, talentos como Tiago Splitter, Boris Diaw y Patty Mills, entre otros, han tenido que construirse para tener un lugar decente en la rotación. Al propio Manu Ginóbili le pasó lo mismo en su llegada a la franquicia en 2002. No hay excepciones. Es casi un artilugio Zen: entender qué requiere el entorno de uno para luego, entonces sí, aplicarse al resto.

Los Spurs han alcanzado 18 victorias consecutivas, su mejor racha de triunfos en la historia, por encima de las 17 de 1995-96. Dominan la NBA en triunfos por 20 puntos o más, con 16. La clave está en la división de minutos y entendimiento de las piezas: Popovich no tiene ningún hombre en su rotación que piense primero en sí mismo y luego en el equipo. Y en ese proceso, Diaw es, quizás, la síntesis de la elegancia apoyada en la viveza y el oportunismo.

Luego de que los Spurs no cortaran con falta en el cierre del Juego 6 de las Finales de NBA ante Heat en la temporada pasada, Popovich fue terminante: "No es mi filosofía hacerlo". Ese movimiento, que podría haberle dado el título a su equipo con sólo una pequeña desobediencia de sus dirigidos, nos enseña mucho. Quizás demasiado: la idea y la cultura están por encima de todo. Y pese a que algunas veces esa premisa pueda resultar antipática -e incluso traer sinsabores-, al final del camino sólo vencerán los que tengan esta coraza encima. Los que puedan atravesar la desazón de haber fallado con la mente clara de haber obrado bien. De eso se trata el respeto apoyado en el convencimiento.

La reconstrucción invisible deja atrás el pasado y transita una nueva etapa. Y en ese recorrido, la eternidad, vestida en el laboratorio de este grupo de notables, parece cada vez más posible.

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