Alejandro Caravario 10y

La soledad del inexperto

BUENOS AIRES -- Sólo el triunfo puede cosechar una adhesión constante. Allí reside la única coherencia en el fútbol. Habrá gratitud, elogio, tolerancia y espíritu democrático mientras los resultados acompañen. De lo contrario, el pulgar bajará como un martillo en la subasta.

Tal conducta no es exclusiva de los hinchas. También alcanza a los periodistas: basta con echarle una mirada a los diarios de Barcelona en estos días de vacas flacas para el equipo de Messi.

Pero en el caso de los fanáticos, subsiste un equívoco: se cree –y se dice a viva voz– que son incondicionales. En realidad, pueden ser tan vehementes en la alabanza como en la puteada y el pedido de renuncia (por eso la confusión, seguramente), aunque es improbable que apelen al aliento solidario en la penuria.

Cuando se pierde, hay que echarlos a todos. A esos mismos que ayer eran dioses. El famoso aguante es el burdo autobombo de algunos habitantes de la popular, que acaso tenga sentido para la pelea callejera y los ajustes de cuentas internos.

Es que el fútbol es el lugar sin represiones. Allí aflora en forma espontanea la más cruel perfidia, la violencia o la euforia absoluta. No existe el deber ser. Y esa transformación la experimenta hasta el más respetable vecino.
Cosas de todos los días. Verdades primarias, me dirán. Sin embargo, algunos siguen cayendo en la trampa. Como Javier Cantero, el presidente de Independiente, quien supuso que los apoyos, bastante sonoros en la primera época de su gestión, provendrían de su necesario y valiente enfrentamiento con la corrupción que anudaba a dirigentes y barras. Y de encaminar las finanzas después de años de saqueo.

Pero no. Había que ganar. Y en lo futbolístico no la pegó. A pesar de que, por inexperiencia o por fidelidad a los que lo votaron, se inclinó a escuchar la voz del pueblo.

Y así fue que, entre otros malabares para enderezar un rumbo que apuntaba inexorablemente al descenso, contrató a Américo Gallego (reclamo unánime del público), el supuesto gran alquimista que obtuvo resultados tan pobres como todos los demás.

¿Podría haber llevado jugadores mejores sin presupuesto? Difícil. Aun así, los que hay son competitivos, plantel suficiente para mantener las expectativas de ascenso, en una categoría quizá más ardua que la Primera.

Pero como la pelotita no entra, Cantero fue quedándose cada vez más solo, cada vez más cercado y propenso al error, como el que lo llevó a claudicar ante la extorsión de la Agrupación Independiente, que ponía la chequera de Moyano a cambio de elecciones anticipadas y el manejo del fútbol. Finalmente no hubo acuerdo, pero, ante la situación política inflamable, de todos modos se anticipará la votación.

Como la pelotita no entra (lo contrario de lo que sucedió con Macri, quien forjó su carrera política gracias a los goles de Palermo), la barra del insigne Bebote vuelve a tomar protagonismo y a expresar la voz del descontento. Un descontento que incluye el amedrentamiento. Por ejemplo, merodear la casa de Cantero, el típico gesto de todos contra uno que distingue a estas pandillas.

No es lo correcto, dirán los hinchas de la platea, pero cualquier cosa es mejor que no ascender. Cualquier cosa es mejor que la continuidad de Cantero, por más que lo haya votado casi el 60 por ciento de los socios.

Independiente Místico, el nombre de la lista de Cantero, describe ajustadamente la distancia entre su deseo y la crudeza de los hechos. La veneración a Bochini debe ir acompañada de triunfos, único placebo para todo tipo de males, entre ellos la debacle financiera, y único argumento consistente en la realpolitik futbolera.

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