Bruno Altieri 10y

Durant no persigue a Jordan

Un documento enviado por el departamento de estadísticas de ESPN reveló similitudes radicales, en números, entre Kevin Durant y Michael Jordan en su séptimo año en la NBA.

Jordan y Durant pueden parecerse en estadísticas e incluso despertar algunos suspiros con logros obtenidos. Pero la comparación entre ambos, en materia del juego en sí mismo, no es viable. Además, por supuesto, de ser inútil.

Durant no persigue la estela de Jordan, porque eso sería algo así como cazar un fantasma. Peter Pan intentando atrapar su propia sombra, un ejercicio obsesivo recurrente que sólo conduce a la frustración para concluir en un síntoma de persecución propio de un ego insatisfecho.

La comparación entre estrellas de diferentes épocas ha ganado muchísimos caracteres en los últimos años. La búsqueda de la deidad, del gran héroe de todos los tiempos ha conseguido confundir a mucha gente. Bill Russell no puede compararse con Magic Johnson, ellos tampoco con Jordan y por una cuestión lógica -casi una consecuencia- tampoco pueden hacerlo con Durant o James.

De todos modos, a épocas diferentes le corresponden estrellas distintas. Y un juego que, al día de la fecha, ha evolucionado, merece una lectura un poco más inteligente. Es raro que este factor, en esta clase de ejercicios de realismo mágico, no sea ni siquiera considerado.

Los viejos exploradores descubrían nuevas tierras y establecían un límite. Cada una de esas marcas imaginarias era tomada por su sucesor para ir algunos metros más allá con el objetivo de clavar la nueva bandera. La vida está hecha de estos ladrillos y el deporte no escapa a este magnetismo. Se trata de construir para trascender, la única manera de resguardarse ante la muerte y el olvido.

Los analistas NBA mantienen esa obsesión recurrente de enfocar en la superación de sí mismo para aplastar al de al lado. La competencia sana es aceptable, pero esto es casi enfermizo. La Liga conserva esta clase de marcas célebres que, en épocas anteriores, tenían sentido por cómo se jugaba al básquetbol. Hoy han quedado obsoletas en función de lo que ha sucedido con el dinamismo del juego.

En la época de Magic y Larry Bird -quizás el momento más fantástico de esta competencia- la Liga abrió sus puertas al mundo. En la época de Jordan, la globalización sacudió las fronteras y todos pudieron ver, más de una vez por semana, al astro de Chicago Bulls en su máximo esplendor.

Luego llegaron otras figuras y la comparación siempre apareció entre el último gran guerrero que saltaba a escena y el ícono de tiempos anteriores. Una concepción individual en un juego que, en los tiempos que corren, ya no tiene nada que ver con esto. Jugar como lo hacía Jordan en los '90 era ser inteligente; jugar como lo hacía Jordan hoy en día es todo lo contrario.

James y Durant se venden como estrellas separadas del cosmos pero juegan dentro de un sistema preestablecido. Un orden de conjunto más allá de las marquesinas; el éxito deportivo se alcanza en la dirección opuesta a la que está enfocada la comercialización para alcanzar un éxito de ventas.

Tiempo atrás, las estrellas se vendían de la misma forma que hoy, sólo que jugaban también con esa naturaleza. Era la receta, el ADN con el que venían de fábrica. Desde la caída del Dream Team en los torneos internacionales, el básquetbol estadounidense dio un vuelco para aceptar nuevas teorías, en un gesto de humildad fantástico que nació en Mike Krzyzewski, se extendió en David Stern y se plasmó en los mejores equipos de la NBA.

Quizás pocos se atrevan a aceptar esta observación, pero el básquetbol que jugaba Jordan en sus años célebres tiene muy poco que ver con el actual. Otra velocidad, otra estrategia, otra profundidad de los equipos. Esto no significa que MJ no haya sido el jugador más determinante de todos los tiempos: simplemente que las comparaciones entre épocas jamás pueden ser fieles ni genuinas con los protagonistas, de hoy y de ayer.

James y Durant -podemos incluir a Carmelo Anthony aquí-, representantes de la evolución del básquetbol de los híbridos, están construidos con otro material. Ni mejor ni peor, distinto. Son multipropósito, capaces de jugar adentro-afuera (varias posiciones) con una naturalidad que años atrás resultaría catastrófica para el deporte. Y pese al talento descomunal que poseen, sólo alcanzó el éxito deportivo James, el único de este pedestal de tres que logró poner el equipo por encima de su combo de artilugios -en el momento preciso- para alcanzar el campeonato y, al año siguiente, repetir la proeza.

Podría estar un día entero hablando de los méritos de Jordan, el único jugador de la historia en alcanzar múltiples campeonatos sin un centro decente en la rotación. Pero eso no lo convertiría en mejor ni peor, sino en mi favorito. Y con esta lógica estaría siendo completamente subjetivo a la hora de evaluarlo en una ruta que, a mi entender, es absurda y sin retorno.

Durant y James no merecen ser comparados con Jordan, al menos en un ejercicio que pretende ser serio y objetivo. Y el ex astro de los Bulls tampoco tiene por qué participar en esta clase de discusiones estériles. Los jugadores, en definitiva, son mejores por épocas. Responden a un orden establecido, a una concepción de la vida y del juego propios del momento en el que les tocó desplegar sus armas.

En el tiempo que nos toca, la Liga es, individualmente, de James y Durant. Pero, por fortuna para todos nosotros, hoy los equipos le ganan la pulseada a cualquier talento extraordinario. Tapar doce agujeros es más difícil que uno solo. Rumbo a playoffs, los Spurs y los Pacers -primeros y segundos de Oeste y Este, respectivamente- han sido ejemplo vivo de esta apreciación.

LeBron ya logró hacerlo dos veces con el Heat y va por una tercera corona en esta postemporada. Durant deberá unir los puntos para poder estar a la altura de un accionar semejante con el Thunder.

Cuando el presente indica una cosa, es absurdo enfocar hacia otra: las comparaciones individuales no sólo lucen estériles sino que también son anticuadas.
La evolución del básquetbol nos lleva, por fortuna, hacia territorios más inteligentes.

Es hora de abrir los ojos y entender, de una buena vez, de qué se trata todo esto.

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