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Buenos cristianos

BUENOS AIRES -- El concepto de pobreza voluntaria es muy valorado por los cristianos. Implica observar una vida austera, a imagen y semejanza de Jesucristo. Si bien los propios ministros de la iglesia no son muy apegados a este principio, muchos creyentes lo abrazan como modelo de conducta.

También se ha hablado de pobreza voluntaria en referencia a algún artista, por ejemplo Samuel Beckett, en alusión a la deliberada sequedad de su prosa.

Por motivos distintos, los clubes europeos que disputan las semifinales de la Champions League han decidido inscribirse en la misma tradición.

Con la excepción del Bayern Munich (un fanático de la posesión como Pep Guardiola está precisamente en la vereda opuesta a la pobreza, si es que entendimos bien el abecé del capitalismo), los equipos han decidido renunciar a la opulencia. Conformarse con poco. Ofrecer nada.

El Atlético hizo lo que pudo (su pobreza, digamos, es involuntaria), pero el Chelsea de Mourinho se aplicó a jugar como un combinado del ascenso, cuya máxima aspiración es mantener el cero a cero o, en su defecto, perder por un resultado decoroso.

Otro tanto le cabe al Real Madrid. Pragmático a ultranza, cedió la pelota y acertó temprano gracias a una brillante jugada de ataque. Luego esperó para contraatacar, y aunque en el segundo tiempo avanzó unos metros en el terreno, practicó siempre una política de protección.

Cristiano (a quien se lo vio hacer gestos para que los compañeros salieran de la cueva donde se habían encerrado) está subutilizado en este planteo.

Son jornadas en las que sobresale el despliegue de Pepe y de Xabi Alonso, y la conducción conservadora de Modric (dicho sea de paso, un crack). La copiosa inversión en estrellas, en talentos ofensivos capaces de un juego seductor, se ve reducida a dispendio.
Podríamos hablar de virtudes tácticas, si se tratara de un equipo batallador de mitad de tabla con un presupuesto ínfimo. En este caso, en cambio, se rifa un enorme potencial de juego. Se lo convierte en mero excedente, personal ocioso.

Cómo se explica si no que Gareth Bale, el galés de los 100 millones de euros, sea una alternativa a considerar sólo en el segundo tiempo, cuando se abrieron suficientemente los espacios para usufructuar su velocidad.
El jugador más caro de la historia resultó ser un híper especialista con un radio de acción muy acotado. ¿Semejante jugador no tendría que formar parte de la oferta básica del Madrid, de su primera línea a la cual confiar el destino tanto en la Champions como en la liga?

Del lado del Bayern, ¿por qué Mario Gotze y Thomas Muller tuvieron que ver buena parte del encuentro desde el banco, mientras la sinfonía de la posesión sólo contaba con el centro a un único y flojo receptor (Mandzukic) como dispositivo para la definición?

Las previsiones posicionales, la especulación intelectual de entrenadores poco dados a comprometerse con el espectáculo como Mourinho y Ancelotti parecen estar boicoteando lo más atractivo del juego.

El negocio también necesita cierta épica. Si las finales se transforman en exasperantes pulseadas sin goles, a quién le van a vender camisetas.

Hacen falta brillo, imaginación, vértigo, suspenso, destreza ofensiva y un módico sentido del heroísmo deportivo. Es lo menos que se puede esperar de los mejores y más cotizados clubes del planeta.