<
>

La Máquina volvió a funcionar

CARSON, CALIFORNIA. (Enviado especial) -- De pronto, el público estalló y un alarido retumbó en el cielo nublado de California. Como el viento que agitó el estadio, así también sopló fuerte el drama sobre el ring. Lucas Matthysse, con el corazón estallándole en el pecho, derribó por última vez a John Molina y el referí, apiadándose tardíamente, ni se molestó en contar: fue nocaut en el 11er round, en medio de un alarido de aquellos que, celebrando el rigor del ganador, también celebraron el coraje del vencido.

Lo dijimos en la semana previa: Molina, un boxeador que cuando subió al ring del StubHub de Carson, sumaba 22 victorias por la vía categórica en 27 triunfos con 3 derrotas, era un rival peligroso. El argentino, que ahora suma 35 triunfos con 33 antes del límite, y 3 derrotas, era el favorito, pero flotaba el gran interrogante: ¿Qué podía ocurrir si el californiano lograba conectar sus golpes?

La primera señal de alarma se encendió en el primer round. Más alto que Lucas, Molina parecía jugarse a una mano, la derecha larga y voleada, ante un boxeador que generalmente, luce lento en los primeros asaltos. Y fue en la primera ronda, en donde hubo más amagues que acción, cuando Molina logró conectar la primera derecha, haciendo daño.

Entonces, con la señal de alerta encendida, llegó el segundo round, cuando Lucas parecía dominar la pelea. Faltando menos de treinta segundos, llegó el derechazo largo, voleado y semi curvo de Molina: impactó entre la mandíbula y el oído del argentino, quien se fue a la lona. Se terminaba el asalto y aunque no sería justo afirmar que a Lucas lo salvó la campana, quedó en claro que la amenaza de Molina era algo más que una posibilidad, sino una realidad.

Los boxeadores, como los hombres en general, tienen un momento de definición cuando enfrentan la adversidad. Matthysse, La Máquina, el favorito en teoría, llegó a su rincón sabiendo que el peligro era algo más que real. Había que buscarle la vuelta a esa derecha envenenada. Sin embargo, surgió para Matthysse una dificultad más, cuando en un choque de cabezas, tuvo un corte en la ceja izquierda, Las complicaciones comenzaban a ser más que las soluciones. Lucas, apelando a su mejor boxeo, logró establecer el manejo de la situación en el cuarto, pero chocando contra la altura del rival y su vocación por las réplicas constantes. De hecho, en ese cuarto round, cuando el argentino llevó la mejor parte por su velocidad de combinaciones, recibió una nueva mano neta casi con el final de la vuelta.

En el quinto, la situación se mostró de nuevo, en forma dramática. Porque Matthysse, que fue reestableciendo la distancia el ataque, comenzando a ordenarse en la combinación de golpes, mejorando su producción, sufrió un nuevo traspié, a través de una derecha que lo tomó casi en la nuca, provocándole una nueva caída. Había sido hasta ahora su mejor producción, pero era Molina quien, con un 10-8, volvía a llevarse el asalto.

Cuando una pelea empieza a escaparse de las manos, la técnica debe estar acompañada el temperamento. El boxeo es, ante todo, un choque de voluntades. "No deja de ser, sobre todo, un choque entre un hombre contra otro, y lo que más predomina es el corazón de cada peleador, el no entregarse en el momento difícil", nos dijo, ya en la trasnoche de Carson, Keith Thurman –campeón interino AMB de los welters- quien le gano a Julio Díaz, por retiro.

Eso fue lo que comenzó a rondar en el ambiente del estadio, sacudido por el tremendo calor de la pelea y el frio viento de la noche que nacía. Era, ante todo, una lucha de voluntades. Matthysse porque no podía perder esta pelea, puesto que hubiera sido para él un enorme retroceso. Molina, porque en ningún momento resignó su condición de acompañante, dispuesto a ser protagonista.

Solamente que, mientras el californiano comenzaba sentir el rigor de una pelea de ritmo tremendo y dramático, Matthysse –que mostró una gran condición física- comenzó a rotar su estrategia. En el séptimo, el argentino se lanzó a trabajar con el jab de izquierda, torturando al rival, castigándolo además con la derecha larga. Por momento, se jugaron ambos en los cruces: anunciados los de Molina, cortos y peligrosos los de Lucas, aunque en el estadio flotaba una duda apasionante: ¿Cuánto era el riesgo al que se exponía Matthysse en semejantes intercambios? Se sumaba otra pregunta: ¿Hasta cuándo podría resistir Molina?

Mientras en la esquina le llovían las indicaciones, Matthysse asumió su salida al octavo asalto ya totalmente suelto, con las manos a veces bajas, sabiendo que dominaba la situación. "Sabía que podía estar abajo en las tarjetas y había que jugarse", nos dijo después. Si, había que jugarse puesto que, con dos caídas en contra, la pelea se le podía escapar si no ajustaba los golpes.

Entonces vino el octavo, el mejor de Lucas, manejando el jab con dos o tres envíos encadenados, lanzando la derecha, a fondo. Cada vez que llegaba de zurda, el estadio explotaba con un "Uuuuuhhh" de incredulidad. ¿Cómo podía ser que Molina soportase tal castigo ante un pegador como Lucas? La respuesta fue cuando Molina cayó, tras una izquierda en cross de corto recorrido. Sí, parecía que ahora era el momento de Matthysse.

Los peleadores de raza se crecen al castigo. Para ellos, no existe la palabra imposible. Son aquellos que, ante todo, piensan en los golpes que lanzan, no en los que reciben. El corazón puede más que la mente. En el noveno, totalmente subordinado al trabajo de Matthysse, Molina no arrió ninguna bandera. Golpeado. Lastimado. Cansado. Como si esas dos caídas a su favor no fueran, ahora, más que una anécdota. Con el corazón abierto y la sangre caliente. Respondiendo todo. Pero… ¿Era suficiente? No.

Para el décimo, una pelea que había sido competitiva, emocionante y de ida y vuelta, se convirtió en un monólogo, con un Matthysse totalmente dueño de la situación. El estadio estaba encendido, en llamas, un ulular sin pausas. Matthysse trabajó a Molina en la corta distancia, dándolo vuelta, lanzando una izquierda cruzada que sacudía la cabeza del rival. Si, tal vez le faltaron más golpes ascendentes de corto recorrido. Pero, ¿Qué se le puede pedir a un hombre que no solo luchaba contra su rival, sino contra el infierno de un futuro incierto? Había que ganar, sí o sí. Lo sabíamos todos.
Matthysse también.

En el décimo no solamente Matthysse le pegó mucho a Molina, sino que fue demasiado. Tenía enfrente a un hombre que, desesperado, solamente se aferraba a la esperanza, ahora lejana, de un nuevo cruzado de derecha. Matthysse, lanzando jab tras jab, metiendo la izquierda en gancho cortita a la mandíbula, era ya dueño absoluto del ring. El final era inminente. Y, cuando Lucas logró provocarle una nueva caída al rival, entendimos todos que era aquello algo más que una paliza, era una pelea que ya no tenía sentido.

Cuando fueron al descanso del décimo, Molina ya estaba muy castigado. De hecho, en su rincón intentaron echar al médico, aunque quien podía parar semejante tortura era el referì, Pat Russell. Así que, cuando sonó la campana llamando a la acción, sabíamos todos que era el final.

"Sí, es muy fuerte, y eso que le pegué, pero también fue muy peligroso en todo momento –nos confesó luego Lucas-. A lo mejor me faltó algo de claridad, pero había que ganar o ganar".

Cuando salieron al décimo primer asalto, las tarjetas eran elocuentes. Max DeLuca lo tenía 94-92 a Matthysse. A su vez, Raúl Caíz Sr, lo tenía ganador en 95-91, mientras que Chris Téllez le otorgaba 97-90 (para nosotros, demasiado). Algo quedaba en claro: si en algún momento Lucas precisaba del nocaut para ganar (en el sexto, DeLuca lo tenía a Molina arriba 58-54 y Caíz 57-55) ahora la pelea había cambiado y el que necesitaba un golpe de suerte era Molina...

La suerte no existe. Y entonces, en el vértigo final, fue Lucas quien arrolló a un rival golpeado, impotente, vencido. Cuando cayó, Molina no pudo escuchar una cuenta que no existió, porque a los 22 segundos, Matthysse lo aplastó sin miramiento alguno y Patrick Russell, el referí, ni siquiera contó.

Así fue la fría y ventosa noche de Carson, cuando ese mismo viento se llevó al Océano Pacífico los fantasmas de Lucas, la noche de García, los fallos equívocos de Judah o Alexander. Un Matthysse que, a fuerza de corazón, sangre, coraje y potencia, ganó como tenía que ganar. Claro que la victoria, dramática y merecida, no puede tapar algunas fallas técnicas. Tal vez producto de la ansiedad –y también de los méritos del adversario-, pero lo cierto es que Lucas recibió golpes de más (tratándose, sobre todo de un boxeador de muy buena línea técnica y de defensa bien armada) y teniendo en cuenta que de ahora en adelante, las peleas van a ser como esta, muy duras y competitivas. Mientras cenábamos en un restaurante argentino, fuimos viendo la pelea en una pantalla gigante: no era, por cierto, el momento del análisis, sino del festejo, de la celebración y el aplauso, pero no siempre se sacan conclusiones solamente de la derrota, sino también, como en este caso, de la victoria: un triunfo difícil, complicado y por eso también muy valorable.

"Lo quiero a García, yo quiero esa revancha", dijo en la trasnoche, tras obtener el título Continental del CMB.

Y, más allá de sus deseos que tal vez no se concreten –nadie cree que García acepte una desquite- quedó en claro que Matthysse encontró a Lucas, La Máquina, el hombre que entre la sangre, la desesperación, el coraje y la voluntad de ganar, se encontró a sí mismo.

Bienvenido Lucas, el mundo del boxeo te estaba esperando.

Bienvenido...