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Las dos caras del cierre de La Liga

BUENOS AIRES -- Fue una imagen de aquellas que definen por completo el estado de las cosas. Mientras el Barcelona se iba cabizbajo de su propio campo de juego, a sus espaldas el Atlético Madrid celebraba la merecidísima obtención de una Liga en la que peleó cabeza a cabeza, de principio a fin, con dos rivales que lo superaban en historia y en poderío económico.

La salida de los jugadores locales, ante la apatía de su gente, fue una clara señal, otra más, del fin de un ciclo. Ya no solamente son los rivales los que le tomaron el tiempo al Barcelona: es el mismo Barcelona el que se muestra carente de recursos, de frescura como para quebrar a los equipos que lo esperan y le cierran los caminos hacia el arco.

Fueron demasiados rivales esta temporada, y no todos ellos de primer nivel, los que desnudaron las falencias de un Barcelona. Alcanza con recordar al Celtic en la Champions y a varios equipos en el torneo local, que fueron descubriendo cómo se impacientaba el Barcelona cuando no tenía espacios en el último cuarto de la cancha, y cómo dependía demasiado de un Messi que también, muchas veces, quedaba tan alejado del área que no conseguía hacer daño.

Peor aún, a medida que el Barcelona perdía la pelota, quedaba en evidencia que sus defensores son excelentes con la pelota en sus pies y a la hora de atacar, pero que quizás no lo son tanto a la hora de cumplir con la función que los define como futbolistas. Con poca exigencia, esas deficiencias pasaban desapercibidas, pero a medida que más y más equipos se animaron a atacarlos, la pasaron peor. Un Puyol con cada vez menos presencias nunca tuvo reemplazo y, en la hora de su adiós, queda todavía más claro que se terminó una era.

Nadie puede saber cómo será el futuro, aunque seguramente la apuesta seguirá en sintonía con su historia y su filosofía: buscar protagonismo a través de la posesión y el buen trato de la pelota. Pero después de la primera temporada sin títulos en seis años, de lo que no hay dudas es de que habrá cambios, que ya empezaron con Martino anunciando su partida.

Ni siquiera duró demasiado la ilusión que generó el golazo de Alexis Sánchez (¿cómo hizo para hacer pasar la pelota en esa dirección y meterla allá arriba?), después de un primer tiempo en el que fue muy poco lo que Barcelona asustó a Courtois. Porque apenas comenzada la segunda etapa, quedó claro que el Atlético Madrid iba por todo.

Y ese arranque fue una prueba más de lo extraordinario que es todo lo conseguido por Simeone con este plantel. No le importó haber perdido a dos de sus figuras, Diego Costa y Arda Turan, en el primer tiempo, ni tampoco fue factor tener que cambiar su libreto habitual, el de esperar y contragolpear, por uno en el que fue protagonista.

Todo lo contrario: sin dejar de estar convencido de sus cualidades, se adueñó de la pelota y salió a golpear al Barcelona. Lo tuvo un par de veces y el palo se lo negó, hasta que llegó una jugada de pelota parada, una de sus especialidades, y Godín selló el empate (un tema aparte sería tratar de entender por qué Piqué, el hombre más alto, no tomaba al uruguayo sino que cuidaba el primer palo).

Era temprano en el complemento, pero Barcelona no pudo hacer mucho más. O mejor dicho, Atlético Madrid no lo dejó. Mascherano, de muy buen partido, aportó su entrega habitual, Song trató, a duras penas, de cumplir el rol del lesionado Busquets, Messi se tiró bien atrás para tratar de conseguir la pelota... pero no hubo caso. Ni cambió el rumbo del partido la tardía entrada de Xavi, quien debe haber estado realmente muy mal para haber mirado casi todo el partido desde el banco.

Del otro lado, el Atlético Madrid dio pelea, igual que lo hizo durante toda la temporada. Con un despliegue físico admirable, con superpoblación de mediocampistas que aparecen tanto en defensa como en ataque, con delanteros que volantean y colaboran sin descanso, en definitiva, un equipo tan convencido de lo que quiere y de cómo conseguirlo, que ni falta le hace al DT dar demasiadas instrucciones, ya que es tal el entendimiento que con un par de gestos alcanza.

No hay duda alguna de que la consagración tuvo absoluta justicia, por lo demostrado en este último partido pero, sobre todo, por lo hecho en la temporada entera. De hecho, ni siquiera fue Barcelona el rival más difícil: en seis partidos, los de Simeone no perdieron nunca con los de Martino. Otra quizás hubiera sido la historia si el Real Madrid no hubiera tenido la cabeza en otra cosa, perdiendo puntos que hoy lamenta, como la derrota de la semana pasada ante el Celta.

Ese mismo Real Madrid, el que le ganó dos veces esta temporada, el que lo eliminó de la Copa del Rey, es el obstáculo que le queda para cerrar la que ya es la mejor temporada de la historia al Atlético Madrid. Hay una semana por delante hasta la final de la UEFA Champions League, tiempo más que suficiente para la recuperación física, con la cual la clave será cómo llega psicológicamente el equipo de Simeone a Lisboa.

Sinceramente, no creo que se relaje y conforme con el título de Liga: ningún futbolista lo hace, y menos los guerreros que tiene Simeone. Además, ya saben que pueden jugarle a cualquiera de igual a igual, y bien que lo hicieron en los tres frentes este año, contra los mejores de España y de Europa. Seguramente el Atlético plantee el mismo esquema de presión y asfixia para salir acelerado a aprovechar al máximo cada ocasión cuando recupere, aunque enfrente tendrá a un equipo que, además de tener buen trato de balón, puede ser muy vertical también a la hora de atacar.

Decíamos tras la final de la Europa League que hubo sabor a poco. La definición de La Liga nos llevó un escalón más arriba, al menos en intensidad; ojalá la final de la Champions traiga todavía más y mejor fútbol.

UNA REFLEXIÓN FINAL
Podría terminar escribiendo cómo, mientras el Barcelona cerraba una temporada sin títulos después de mucho tiempo, uno de los grandes artífices de este ciclo, Pep Guardiola, conseguía un doblete, ahora en tierras alemanas, con el Bayern Munich. Pero no: prefiero cerra recordando a otro técnico que hoy se fue ganador, un gran amigo, pero mejor persona.

Arsene Wenger lo hizo otra vez: después de nueve años, su Arsenal volvió a festejar, tras una final de FA Cup que fue alargue ante un Hull City que nunca se dio por vencido. Compartí club con él en Estrasburgo allá por 1980: ambos tenemos prácticamente la misma edad y desde entonces que nos mantenemos en contacto. Modesto, simple, honesto, cada uno de sus logros me pone feliz.

No por casualidad hace 18 años que trabaja en el mismo lugar, en el que consiguió lo más lindo que tiene este trabajo, el reconocimiento de quienes le mantienen el pulgar arriba hace tanto tiempo. Por empezar el de los jugadores, que saben que el técnico tiene que tomar decisiones, pero lo respetan mucho más cuando esas decisiones se explican y comunican frontalmente. Así es Arsene y por eso consigue lo que consigue, jugadores compenetrados y comprometidos con su sistema.

Pero hablo también del reconocimiento tanto de los dueños del equipo como del público, es decir los patrones económicos y los del sentimiento, ya que son ambos quienes dan su veredicto al cierre de cada temporada. Haber convencido a todos ellos de que su filosofía vale, y mucho, es un logro muy valioso en estos tiempos que corren.

Felicidades.