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Pacto de caballeros

BUENOS AIRES -- Gerardo Martino pidió las disculpas del caso por "no haber alcanzado los objetivos que el club se había trazado", rescató el orgullo de dirigir al Barcelona, elogió la calidad deportiva y humana del plantel y se fue silbando bajito de uno de los principales emporios futboleros del planeta.

De parte del club, Andoni Zubizarreta, en la misma conferencia de prensa, alabó la capacidad de Martino como entrenador y se refirió a él como un "amigo". Imposible concebir mayor corrección política, mejor trato que el que se dispensaron mutuamente empleador y empleado a la hora del adiós.

A pesar de que el Tata duró menos de un año al frente del equipo, a nadie se le ocurriría, como en otras latitudes, hablar de urgencias, presiones, adrenalina viciada y demás pestes como razones de una relación corta.

El no haber ganado ninguna de las tres competencias encaradas fue motivo suficiente –así lo entendió el propio Martino– para que la fecha de despedida violara piadosamente las formalidades del contrato y se anticipara.

El trabajo de largo aliento que suelen invocar los entrenadores para justificar su permanencia aquí lo hace el club, a través de un surtido de responsables técnicos de disciplinas diversas que mantienen la cantera viva y apegada a una cultura futbolística.

Las decisiones acerca incorporaciones y ventas también corren por cuenta de las autoridades. La entidad controla su patrimonio deportivo en todos los eslabones. Al entrenador de turno sólo le resta preparar al plantel. Y obtener los resultados que se esperan de un equipo de máxima jerarquía e insuperables condiciones laborales.

Si tales expectativas se defraudan, no hay voluntarismo ni rebusque discursivo que enmiende la cruda realidad de los números.

Así sucedió esta vez; así lo comprendió Martino, quien acaso exageró al decir que no le había dado la talla. Por el contrario, demostró personalidad y buen tino para calibrar el lugar que le cabe a un técnico en un equipo colmado de estrellas y que funciona de memoria (a esta altura, con piloto automático, con más oficio que deseo).

El Tata sigue siendo un excelente entrenador, sometido como cualquiera a las reglas del juego. Reglas que supo acatar sin excusas ni quejas y que sin dudas le otorgarán una revancha.

En los clubes de esta magnitud, como en las grandes empresas, los entrenadores son gerentes que deben presentar, al cabo de su gestión, planillas favorables. O, mejor dicho, un rendimiento superlativo. Si no lo consiguen, un acuerdo implícito los eyecta amablemente de su puesto.

Tan sencillo e impersonal como eso. Es quizá el lado amargo de ese mundo resplandeciente y opulento. Es el lado amargo de toda gran industria.

El fútbol, a este nivel, no sólo no encarna una excepción a la lógica corporativa, sino que es una de sus más prominentes expresiones.

Eso sí: como toda gran organización, el Barcelona prefiere a los hombres que han mamado su cultura. Y cuyo valor simbólico disemine adhesiones entre el público.

Ya no está el prodigioso Pep Guardiola, pero la elección de un sucesor como Luis Enrique, buen alumno blaugrana, apunta en esa dirección.