Eric Núñez 17y

¿Hora de represalias?

NUEVA YORK -- Cal Ripken está fijo. Tony Gwynn ya puede ir
redactando su discurso. ¿Mark McGwire? Alto ahí.

El toletero que en 1998 protagonizó junto a Sammy Sosa un
memorable duelo de jonrones podría recibir la factura por las
sospechas de dopaje que han manchado su figura tras retirarse del
béisbol.

Todo hace indicar que a McGwire le aguarda una valoración
negativa por parte de los integrantes de la Asociación de
Redactores de Béisbol de Estados Unidos, que el martes dará a
conocer los nuevos miembros del Salón de la Fama.

En el caso de Ripken y Gwynn los méritos son impugnables.
Jugadores que forman parte del club de los 3.000 hits y que
militaron con el mismo club de principio a fin en sus carreras.

Pero la candidatura de McGwire, en su primer año de
elegibilidad, no obtendría el 75% mínimo necesario en los
resultados de la votación.

Se trata de algo impensable si uno se remonta a 1998, cuando sus
70 jonrones eclipsaron la marca histórica para una sola temporada.

Su ingreso al templo de los inmortales en Cooperstown se daba
por descontado ante la magnitud de sus proezas en la parte de final
de una carrera en la que jugó para los Atléticos de Oakland y los
Cardenales de San Luis.

Pero esa gesta se ha visto embarrada por las denuncias sobre
consumo de esteroides, que han puesto en tela de juicio la validez
del auge de jonrones de fines de la década pasada y principio de la
actual.

McGwire tampoco respaldó su propia causa con su comparencia ante
una comisión del Congreso en 2005, en la que reiteradamente empleó
la frase: "no estoy aquí para hablar del pasado".

Poco convincente al hablar, su imagen distó mucho del admirable
bateador que aterrorizó a los lanzadores de las mayores.

Ahora, el pasado de McGwire es lo que está sobre el tapete con
una fuerte corriente de opinión que pide que se le cierre la puerta
a Cooperstown.

"Los periodistas deben mandar un mensaje a los propietarios,
que hasta hace poco fueron muy cobardes o timoratos, con la
siguiente advertencia: 'hacer trampa está mal y a (McGwire) no se
le debe premiar con el máximo honor que puede recibir un
beisbolista"', comentó en un editorial reciente el diario San
Antonio Express-News.

El rechazo a McGwire parece ser alto, según algunos sondeos
entre los votantes.

En noviembre pasado, The Associated Press sondeó las
preferencias de un 20% de los votantes y sólo uno entre cada cuatro
dijo que se inclinaba a darle su apoyo a McGwire este año, lo que
le deja muy lejos.

Uno de ellos, Hal McCoy del diario Daily News en Dayton, se
refirió sin bagajes a que uno de los requisitos para ingresar a
Cooperstown es que el pelotero debió haber tenido un comportamiento
ejemplar.

"¿No quiere hablar del pasado? Pues entonces yo no voy a tomar
en cuenta su pasado", dijo McCoy.

Si fuese por su producción y su impacto en el deporte, McGwire
no debería tener problema alguno.

McGwire jugó en las mayores entre 1986 y 2001, los primeros 12
años en Oakland y el resto en San Luis.

Cuando conectó sus 70 jonrones en 1998, su figura alcanzó
ribetes de ídolo nacional en Estados Unidos.

Pero su reputación se hizo trizas cuando José Canseco, ex
compañero suyo con los Atléticos, publicó un libro en el que
aseguró que ambos se inyectaban esteroides.

Mientras Ripken y Gwynn suelen dar declaraciones a cada rato,
McGwire ha guardado un silencio sepulcral.

No han faltado las voces que le apoyan, principalmente con el
argumento de que las acusaciones y sospechas que pesan en su contra
no se fundamentan con pruebas y que nunca lo agararon con las manos
en la masa como el caso de Rafael Palmeiro.

Eso no ha servido para disuadir a votantes como Paul Sullivan,
del Chicago Tribune.

"No va a recibir mi voto este año, el próximo año y en ningún
otro", afirmó.

^ Al Inicio ^