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¿Persigue lo imposible?

EL MUNDO ESPERA

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OSCAR DE LA HOYA vs. FLOYD MAYWEATHER JR.
Sábado 5 de mayo, MGM Grand

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MÉXICO -- Tiene siete campeonatos mundiales, una medalla dorada olímpica, ganó 38 peleas y sólo perdió 4, posee una fortuna calculada en 200 millones de dólares, es un respetado promotor de boxeo, estuvo cerca de ganar un Grammy, sube al ring cada vez que se le antoja, pelea por mucho dinero, algunos expertos creen que es uno de los cinco mejores de la historia y no se le conoce vicio alguno de los muchos que generalmente rodean la vida de un boxeador. Pero, tengo la ligera sospecha de que Oscar de la Hoya se ha pasado gran parte de su vida envidiando la grandeza de alguien.

Nunca podré olvidar dos acontecimientos en la vida de Oscar donde, lejos de representar el sentimiento y el orgullo hispano por el boxeo, significó animadversión y odio por haber vencido a una leyenda del cuadrilátero."Me dio mucha vergüenza lo que sucedió esta noche. Yo no hubiera querido pegarle al hombre que siempre admiré y quise como un ídolo", dijo aquella calida noche de junio de 1996 en el estacionamiento del Hotel Caesar's Palace.

Oscar siempre anheló lo que Julio César Chávez significaba dentro y fuera del ring. No hubo tanta diferencia en la cuestión de técnica y clase, donde De la Hoya ha cumplido con los estándares de calidad exigidos por la época, pero sí hubo distancias abismales en el cariño, respeto y admiración que la gente tuvo y tiene por uno y por el otro.

Chávez fue un ejemplo de entrega, de superación de coraje y de ambición para todo el migrante hispano-mexicano del sur de los Estados Unidos. De la Hoya fue siempre El Chico de Oro, procedente del barrio "caliente" de Los Ángeles que enfrentó obstáculos, pero que siempre tuvo el apoyo de una comunidad y de un país. No hay mucho que buscar en el tema: Chávez nació en algún vagón de ferrocarril de Culiacán con muchas carencias y con el libro de la idolatría bajo el brazo y De la Hoya trató de comprar en Wal Mart algo que no tiene precio en el mercado.

Muchas personas podrán decir que la vida poco ordenada de Chávez no es un ejemplo absoluto para la juventud y que Oscar, por el contrario, podría ser el modelo de embajador de buena voluntad que la UNICEF esta buscando para su campaña en pro de los niños del mundo.

Esa teoría es correcta y, sin embargo, no sirve para explicar dónde, cómo y por qué nace el amor de un personaje con el pueblo. Puede que sea partiendo desde la hipótesis en que muchos seres humanos, en el fondo, pretendemos una vida alejada de los paradigmas que dicta la sociedad y que un modo de hacerlo es admirando a aquella persona que se aparta de los moldes convencionales y que vive cada momento como si fuera el ultimo de su existencia.

No entremos demasiado en cuestiones psicoanalíticas. Solamente hubo un Chávez y Oscar es otro, un boxeador que esta forjando una carrera de records, donde incluso en la indescifrable parte final de sus días como atleta de alto rendimiento, es capaz de pelear por las mejores bolsas y por la condición del mejor boxeador del mundo libra por libra.

El destino es caprichoso e irónico. Gran parte de la destreza, de la inteligencia y la motivación que Oscar necesitara el próximo sábado ante Floyd Mayweather Júnior, podría salir del propio Julio César Chávez.

El 17 de marzo 1990 pudo ser la fecha más importante en la vida boxística de ambos. En el Hilton de Las Vegas, Chávez venía de atrás de forma sorprendente para vencer por nocaut técnico en el decimosegundo y ultimo round al norteamericano Meldrick Taylor, con lo cual lo establecía como el mejor pugilista del planeta. Oscar De la Hoya tenía sólo 17 años, estaba concentrado con el equipo olímpico de Estados Unidos que competiría en Barcelona 1992, y aquella noche vio por televisión a quién él idolatraba como el gran guía de su carrera.

Hace algunas semanas, en su campamento de trabajo en Puerto Rico, un periodista le preguntó qué tipo de pelea necesitaría para vencer contundentemente a Mayweather. Oscar sonrió antes de recordar la gran batalla que Chávez le dio a Taylor aquella noche en Las Vegas. "Debo ser simplemente como él", dijo.

Muchas cosas han cambiado desde aquellos días. Durante los momentos previos y posteriores a cada uno de sus enfrentamientos, Chávez y De la Hoya intercambiaron insultos y ampliaron sus diferencias, pero habrá que apuntar a favor de la nobleza de Oscar que él siempre ha reconocido la carrera de Julio César.

Parece muy fácil de decir o de dictar, pero sí, ese es el camino: una de las pocas maneras en la que Oscar puede levantar los brazos el próximo sábado es siguiendo exactamente lo que vio por televisión aquella sagrada noche de inicios de la primavera de 1990.

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