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Llegó el día

ATENAS -- El gran día llegó con el nerviosismo esperado. La ultima orden fue determinante: los ingleses llegan en tren y los italianos en autobús.

Las calles lucían copadas hasta altas horas de la madrugada. Los cantos de los fanáticos del Liverpool se extendían desde Plaka y rebotaban contra la Acrópolis. Policías y efectivos militares observaban de cerca cada movimiento de los amenazantes visitantes, algunos de ellos bebidos, arrastrando su orgullo y su imagen y listos para permanecer en ese sitio, en la calle, en un parque, en un bar o restaurante o ante la carencia de un boleto para el juego final. El martes, un día antes del choque, el reporte desde la reventa destacaba la escalofriante suma de 7 mil dólares norteamericanos por un ticket.

La orden en la policía es totalmente precautoria. Hablan con ellos, tratan de convencerlos y no utilizan la fuerza a menos de que sea realmente necesaria. Nada había ocurrido en las horas previas porque los dos pueblos se mantenían perfectamente separados.

Los ingleses dominan el panorama de las principales plazas de la ciudad. Caminan amenazantes por las calles, presumen la camiseta numero "8" de Gerrard como su guerrero emblemático, beben cerveza como desesperados, muestran tatuajes en los brazos y enloquecen cuando se juntan con otro grupo de fanáticos que entonan sus famosos cantos.

Como un ejemplo de amor y de pasión autentica, nadie se puede comparar con los ingleses. El problema surge realmente cuando cruzan esa delgada línea que separa el fervor del fanatismo.

Recuerdo bien otras experiencias con los aficionados ingleses en Campeonatos Mundiales, pero la diferencia aquí es que se trata de un nexo más cercano y más profundo. El lazo con un club no respeta ningún tipo de frontera ideológica, material o nacionalista. Liverpool es un ejemplo perfecto de esa situación. Su historia, su grandeza, su leyenda y hasta sus cantos (Nunca caminaras solo) llenan una de las páginas más memorables de la pasión y el fútbol.

No hemos hablado mucho de los italianos y es que su postura no ha sido totalmente abierta aquí. Hasta un día antes de la final, eran pocos los que habían llegado a la capital griega. Se espera, sin embargo, que su proximidad geográfica les permita tener la misma presencia en las tribunas del Estadio Olímpico.

Nadie desea que la final de la Champions, con sus grandes protagonistas de la cancha, se vea empañada por lo que pueda suceder en la explanada o en las calles antes y después del juego. El fútbol europeo, sin embargo, vive eternamente con ese estigma y esa preocupación.

Veremos hacia el final de la noche que es lo que sucede. Yo, por lo pronto, me froto las manos y me emociono por lo que podré atestiguar esta velada.

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