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Buenos Aires 1951, primera parada


BUENOS AIRES -- Esta es la primera parada en la historia de los Juegos Deportivos Panamericanos, que ya llevan 14 ediciones y van por su 15° este año en Río de Janeiro.

En cada una de ellas, no pretendo dar un detalle minucioso. Sólo ubicar las referencias salientes, revivir a quienes fueron sus notables figuras, cuyos nombres están perdidos en el tiempo, y los ganadores latinoamericanos valorados en sus respectivos países.

COMO SE CREARON LOS JUEGOS PANAMERICANOS

Ya en 1940 el Comité Deportivo Panamericano, creado en Texas, en 1937, había resuelto organizar los primeros Juegos Panamericanos en 1942, con sede en Buenos Aires, pero la idea no cristalizó hasta los Juegos Olímpicos de Londres 1948, cuando ese Comité, base de la Organización Deportiva Panamericana (ODEPA), resolvió que se hiciesen un año antes de cada Juego Olímpico y mantuvo a Buenos Aires para la apertura en 1951.

El mundo aún sangraba de las profundas heridas de la Segunda Guerra Mundial. El deporte todavía mantenía una enorme cuota de idealismo. Mente sana, en cuerpo sano. Lo importante no era ganar, sino competir. Consignas, algo incompresible para la actualidad imbuida por el marketing y el dinero. Por eso los invito a cerrar por un momento los ojos e imaginarse, en las primeras versiones, estadios y deportistas sin publicidad en sus vestimentas, ni carpas para sponsors o venta de artículos. El entorno fue cambiando al compás de la transformación de la sociedad.

Los Juegos inaugurales de 1951 en Buenos Aires contaron con una entusiasta repercusión popular. Para los argentinos significaron el jalón más apreciado, pues dominaron el medallero, lo que jamás pudieron repetir. Para el nivel de los Juegos constituyó uno de los más altos, porque pocas veces en atletismo, natación, saltos ornamentales y pesas, estuvieron presentes tantos portadores de preseas olímpicas o de records mundiales.

LOS ALOJAMIENTOS Y LOS ESCENARIOS

Los Juegos eran un bebé dando sus primeros pasos. No existían las exigencias que rigen en la actualidad para este tipo de competencias. Se optó por hacer inversiones mínimas y utilizar cuanto estaba a mano. Por esa razón, algunos lugares pueden llamar la atención.

El Colegio Militar, en Campo de Mayo, a unos 20km de Buenos Aires, fue habilitado como residencia de los varones. Las mujeres fueron alojadas en tres lugares: en el Hogar de la Empleada y en dos hogares de tránsito, ubicadas en la ciudad. La delegación argentina se concentró en Ezeiza y allí permaneció durante la competencia, excepto el seleccionado de básquetbol que se trasladó al Centro de Educación Física de San Fernando. La causa fue el deficiente estado de la cancha.

En el Estadio Presidente Perón, del Racing Club, en Avellaneda, tuvieron lugar la ceremonia inaugural y el fútbol. El Monumental de River Plate fue elegido para el atletismo y la ceremonia de clausura. Muy cerca de allí, en las piscinas al aire libre que habían sido expropiadas al Club Universitario de Buenos Aires (CUBA), rodeada de tribunas tubulares, se efectuaron la natación, los saltos ornamentales y el waterpolo.

Como era lógico, el Luna Park albergó al boxeo y al básquetbol. Los demás se desarrollaron en las instalaciones de distintos clubes e inclusive en un teatro. La única obra que se inauguró la constituyó el Velódromo Municipal.

EL FESTIVAL ATLETICO

La pista de River Plate tenía seis andariveles. Sobre una base de carbonilla gruesa de 15 cm se colocó una cubierta de seis centímetros compuesta por 50% de carbonilla molida, 30% de tierra negra zarandeada y 20% de polvo de ladrillo, que fueron compactados por una topadora de tres toneladas.

RAFAEL FORTUN CHACON

Este cubano ue la figura de la velocidad. A pesar de sus excelentes antecedentes, no era el favorito ante las grandes figuras del momento: el estadounidense Arthur Bragg y el jamaiquino Herbert Mac Kenley. Sin embargo, Fortún Chacón, de 31 años, surgió como un impactante y aguerrido bólido que los superó, en las infartantes definiciones de los 100 y 200m. Un detalle: a su regreso a Cuba, lo dejaron cesante de su humilde puesto público por haberse alejado sin permiso.

MALVIN WHITFIELD

Este moreno estadounidense, de bigotes pequeños, llegó a Buenos Aires para ser una de las estrellas y lo fue. Traía en sus alforjas un bronce en los 400m y un oro en los 800m de los Juegos Olímpicos de Londres y se llevó tres oros.

ADHEMAR FERREIRA DA SILVA

Un brasileño de 23 años, simpático y elegante, había establecido pocos días antes el récord mundial en salto triple, con 16,01m. Aquí comenzó a forjar una trayectoria extraordinaria compuesta de tres oros panamericanos, dos olímpicos y cuatro marcas mundiales. La elasticidad y la velocidad eran tan deslumbrantes que lo apodaron El Canguro Negro y se constituyó en la máxima figura atlética de todos los tiempos de su país.

BOB RICHARD

Un pastor protestante capaz de cautivar por su manera de ser y con los saltos utilizando las garrochas rígidas de esa época. Había conseguido el bronce en Londres 48. Pasó la varilla ubicada a 4,50m y obtuvo una cómoda victoria. Al año siguiente, en Helsinki, se convirtió en el recordman mundial, con 4,55. Repitió sus oros en los Panamericanos de México y en los Juegos Olímpicos de Melbourne. Fue el último gran exponente estadounidense en el salto con garrocha.

DELFOR CABRERA

Después de su triunfo olímpico en la maratón de Londres, la popularidad de Delfor Cabrera creció enormemente y todos esperaban que repitiera. En las calles y en la Avenida General Paz el público formó un compacto cordón para verlo pasar. Llevaba el número 209 y durante gran parte del recorrido tuvo a su la lado a otro argentino: Reinaldo Gorno, que un año después iba a escoltar a Emil Zatopek, en Helsinki. En los últimos diez kilómetros, Cabrera se escapó y superó con amplitud a Gorno. A su arribo, una ovación, que duró varios minutos, sacudió el estadio de River Plate.

ARGENTINOS QUE BRILLARON

El fondista Ricardo Bralo protagonizó dos emotivas carreras, las que se definieron cerca de la línea de llegada. Venció en 5000m y fue segundo en 10.000m. Ricardo Heber, notable jabalinero, con 68,08m, aventajó al estadounidense Stephens Seymour por un metro. Fue uno de los momentos más emotivos del certamen. También fueron vibrantes los triunfos de Emilio Ortiz, en martillo; de Ingeborg Melo, en bala y en disco, de Sixto Ibañez, en la marcha de 50 km y el segundo puesto de Estanislao Kocourek en 110m con vallas.

OTROS TRIUNFOS SUDAMERICANOS

En los 80 metros con vallas, venció la histórica chilena Eliana Gaete, escoltada por su compatriota Marion Huber. Además, las victorias sonrieron a la peruana Julia Sánchez, en los 100 metros, al derrotar a la morena y musculosa norteamericana Jean Patton, que se quedó con el oro en los 200 metros; al colombiano Jaime Aparicio, con récord sudamericano para los 400 metros con vallas; a la ecuatoriana Jacinta Sandiford, en alto; a la chilena Beatriz Krestschmer, en largo, y a su compatriota Hernán Figueroa, en decatlón.

UN NATATORIO PLENO DE ESTRELLAS

Buenos Aires tuvo el privilegio de ver en acción a los mejores saltarines de la época, a un grupo de los más destacados nadadores y excelentes waterpolistas.

JOAQUIN CAPILLA PEREZ Y SAMMY LEE

Un duelo memorable. El estadounidense Sammy Lee, de origen filipino, venía luciendo el oro olímpico en plataforma. El mexicano Joaquín Capilla Pérez, el bronce.

De físicos disímiles. Capilla Pérez era alto y estilizado; Lee, pequeño y fuerte. El mexicano concretó una labor estelar. Triunfó no sólo en plataforma, sino también en trampolín. Al año siguiente, en Helsinki, el duelo cambió de dueño. Lee repitió el oro de Londres y Capilla Pérez fue segundo. Sólo cuando Lee dejó de competir, el mexicano, un clavadista fuera de serie, pudo obtener su oro olímpico en 1956.

PATRICIA MCCORMICK

Hermosa y maravillosa, así se la puede definir. Venció en plataforma y fue segunda en trampolín. Constituyó el comienzo de un asombrosa campaña: cuatro medallas de oro olímpicas (dos en Helsinki y dos en Melbourne) y otras dos panamericanas (en México).

RICHARD CLEVELAND Y ALLEN STACK

Los dos estadounidenses eran poseedores de marcas mundiales. Richard Cleveland, era el dueño de los 100 metros, libre y obtuvo el oro en tres pruebas. Allen Stack, medalla de oro en los 100, espalda, en Londres, tenía el de esa distancia y superó al argentino Pedro Galvao por tres décimas. Además, integró la posta ganadora de 3 por 100, tres estilos.

TETSUO OKAMOTO

Imposible de olvidar a este brasileño, hijo de padres japoneses, que deslumbró con sus potentes y rítmicas brazadas para ganar en los 400 y 1.500, libre, distancia que le permitió colgar en su pecho la medalla olímpica de bronce en Helsinki.

HECTOR DOMINGUEZ NIMO

El mejor pechista argentino de todos los tiempos, ganó con espectacular ritmo los 200m, dejando tercero al estadounidense Bowen Stassford, que al año siguiente obtuvo la medalla de plata olímpica. Dominguez Nimo repitió en los Panamericanos de México 1955.

LAS MUJERES ARGENTINAS

La gran figura fue Ana María Schultz, que ganó dos oro (200 y 400, libre), dos plata (en las dos postas) y un de bronce (100, libre), mientras que Dorotea Turnbukk venció en los 200, pecho.

CODARO Y LOS HERMANOS VICENTIN

Era la época dorada del waterpolo argentino. Osvaldo Codaro, Vicente y Carlos Vicentín eran los baluartes del dominador continental y entre ellos convirtieron 30 de los 38 goles del equipo.

UN FENOMENO LLAMADO JOHN DAVIS

El pesista estadounidense traía como antecedentes el récord mundial de los pesados y la medalla de oro olímpica de Londres. Su físico era un perfecto compendio de músculos y aquí demostró cuánto valía, pues no solo ganó, sino que también batió su propio récord mundial, con 482,500 kilos.

UN EQUIPO ASOMBROSO

Estados Unidos presentó un equipo de pesas superlativo. Además de Davis, estuvieron el gallo Joe De Pietro, campeón mundial 1947 y medalla de oro en Londes; el mediano Peter George, medalla de plata en Londres, subcampeón mundial en 1950, medalla de oro en Helsinki y medalla de bronce en Melbourne, y el medio liviano Stan Stanczyk, medalla de oro en Londres y de plata en Melbourne. Por supuesto, los oros fueron suyos.

EL BOXEO, TOTALMENTE ARGENTINO

Los títulos de las ocho categorías pertenecieron a los boxeadores argentinos. La jornada final fue inolvidable. El tradicional estadio Luna Park era un hervidero. Dos horas antes de iniciarse la reunión se cerraron las puertas de ingreso y miles de aficionados se ubicaron en los bares cercanos para seguir las alternativas por radio. Puede decirse que las ovaciones ante cada victoria eran más fuertes y prolongadas afuera que adentro del estadio.

Los oros pertenecieron a Alberto Berenghi (mosca), Ricardo González (gallo), Francisco Núñez (pluma), Oscar Gallardo (liviano), Oscar Pita (medio mediano), Ubaldo Pereyra (mediano), Reinaldo Ansaloni (semipesado) y Jorge Vertone (pesado).

UN FUTBOL DEVALUADO

Participaron cinco equipos con jugadores sin contrato, provenientes de las divisiones formativas. Las ausencias de Brasil y Uruguay le quitaron valor. La Argentina fue campeón invicto, 14 goles a favor y dos en contra, con un sólido y buen plantel dirigido por Guillermo Stábile e integrado por Dominguez; Glini (después Ambrosi) y Olivero; Miranda (Simón), Comaschi (Vallone) e Infantino; Pellejero, Cupo, Baiocco, Martinez e Intini. También actuaron Cuccaro, Giarrizo, Mendiburu y Rodenak. Costa Rica, fue segundo, y Chile, tercero, Paraguay y Venezuela fueron los otros dos equipos.

PETER O'NEIL, EL VERDUGO

Cuatro meses antes, la Argentina se había consagrado primer campeón mundial de básquetbol y se preparó para repetir la hazaña. Pero se encontró un seleccionado de los Estados Unidos superior al de aquella oportunidad. Siempre estuvo en desventaja, pero se acercó cuando su adversario perdió a cuatro de sus titulares por faltas personales. Entonces apareció en toda su dimensión O`Neil, un base corpulento, que se puso el quinteto bajo el brazo y lo condujo magistralmente a la victoria.

LOS REYES DEL POLO

El cuarteto de Venado Tuerto, integrado por los famosos hermanos Cavanagh (Juan y Roberto) y Alberdi (Juan Carlos y Enrique), fue la base del seleccionado argentino que ganó invicto el torneo, con 51 goles a favor y 11 en contra, en la única presencia del polo en los Juegos.

LA AVALANCHA ARGENTINA

Treinta y nueve medallas de oro, de las 68 que conquistó en total, le otorgaron a la Argentina entre el tenis, el ciclismo, la esgrima, la lucha, la gimnasia, el remo y el tiro.

El tirador Pablo Cagnasso, que posteriormente fue campeón mundial y presidente del Comité Olímpico Argentino, obtuvo cinco oros. Enrique Morea, actual titular de la Asociación Argentina de Tenis; Mary Terán de Weiss, Alejo Russell y Felisa Piédrola de Zappa se unieron para quedarse con las cuatro de oro y una de plata en tenis.

Juan Cavaglia y Pedro Lonchiabucco descollaron en gimnasia y en esgrima brillaron Félix Galimi, en florete; Elsa Irigoyen, también en florete, y Antonio Villami, mientras que en lucha lo hicieron León Genouth, Oscar Blebel, Urises Martorena y Adolfo Ramírez. Seis de las siete posibles consiguió el ciclismo. Los responsables fueron individualmente Antonio Giménez, Clodomiro Cortoni, Jorge Vallmitjana, Oscar Muleiro y Oscar Giaché, y en persecución por equipos Giaché, Caccavo, Salas y García.

ULTIMOS NOMBRES PARA RECORDAR

Sería injusto cerrar esta apretada síntesis sin mencionar a los jinetes chilenos Jorge Larrain y Alberto Larraguibel, estrellas indiscutibles de la equitación, o a los gimnastas cubanos Rafael Lecuona, Fernando Lecuona y Angel Aguilar, quienes deleitaron con sus labores en los anillos, salto al potro y caballo con arzones, como se los denominaban en aquel entonces.

Un aquel entonces, Buenos Aires, 1951, que al concluir esta columna retorna a la nube protectora de sus archivos en la eternidad.