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No hay marcha atrás

Tras 20 años de carrera profesional aún me sorprendo de lo cierto del estribillo de la canción "Si yo fuera mujer… yo me tendría que querer". No importa el rubro que una mujer escoja para desarrollarse, si no se tiene un espíritu inquebrantable, un profundo amor propio, el camino será doblemente difícil.

Desafortunadamente, las primeras caras femeninas que salieron en la televisión, por lo menos en Latinoamérica, fueron para "adornar" más que para aportar. Y todavía hay muchos ejemplos de eso. Contra esa imagen varias generaciones de comunicadoras han tenido que vender más de dos veces su potencial. Nadie habla de estar peleado con la presencia física, muchos conductores varones también tiene lo suyo. Pero esa etiqueta de ausencia de conocimiento por el simple hecho de tener el cabello largo y los labios pintados sigue acechando a mi generación.

Como mujer hacerse notar representa el doble de trabajo por lo que se dice y no por como te ven. Imagínense lo que esto implica en el terreno de los deportes. La sagrada parcela de la convivencia masculina. Hay que estar un poco loca y ser demasiado valiente para salir a jugar en el patio del club de Tobi. También hay que tener la suerte para que alguien te diga que el periodismo sí es lo tuyo y soportar ciertas burlas de tus amigos en las aulas cuando quieres discutir sobre la tacleada o el gol de la semana.

A diferencia de otros rubros de la comunicación, el deportivo ha sido de los últimos en recibir el estatus de especialización, pero todavía hay muchos ejemplos de quienes por el simple hecho de ser "enfermos del deporte" ganaron un espacio como comunicadores. Afortunadamente, ese ya no será el caso para los periodistas del futuro. Pero lo peor es quererse vender como comunicador del deporte solo por un look específico cuando se es mujer.

La mirada desdeñosa no solo puede provenir de jefes o compañeros, también de ciertos deportistas. Hay que borrar el mito de que las pestañas rizadas tienen mayor acceso a la entrevista. No todos los atletas quieren dirigirse a las féminas, contestan cualquier cosa o se portan cortantes y altaneros, cuando eso puede ser signo de la intimidación de les causa la dama con el micrófono en su ecosistema (v. gr. vestidores o campo de entrenamiento).

Pero uno de los momentos cumbres de una periodista es hacer la pregunta mas inteligente, con aplomo y en voz alta, a la que ningún entrevistado podría evitar contestar.

Los mismos atletas o directivos pueden también elevar el trabajo de cualquier colega a cierta categoría, porque son ellos los que conocen más íntimamente cada disciplina y los que pueden ponerle un termómetro a la credibilidad del periodista.

Tampoco se le puede mentir al público. Y es ahí donde personalmente encuentro la recompensa del derecho de piso en mi carrera. Aquellos que deciden tomarse su tiempo para dar un retroalimentarte con un comentario y compartir la experiencia que les causó evento y una opinión. Esa comunicación y sincera atención no tiene precio ni como pagarla. Muchos ni siquiera se imaginan cómo soy, pero sus palabras me hacen sentir que estoy con ellos en la sala, charlando como amigos sobre un evento.

El deporte no es una ciencia que haya que estudiar para entender, porque mayormente se disfruta por la sensación de alegría, derrota, excelencia y pobreza que provoca hasta al más casual de los aficionados. Si uno como comentarista puede lograr que esa experiencia sea más rica, más instructiva, pero mayormente más divertida, entonces creo que objetivo se ha cumplido. Es difícil logar la mezcla perfecta de información y descripción. Pero aún más difícil crearle una expresión de asombro o una sonrisa al que nos oye o nos lee.

La dama que le da paso a la duda por culpa de otros tiene la batalla perdida. Por eso, me quiero porque soy mujer, pero sobre todo, porque soy Yo. Y más vale que nadie intente cambiarme.