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Caminando por la cornisa

BUENOS AIRES -- ¿Por qué River sigue buscando el límite? Cuando la dura derrota en La Bombonera parecía haber acabado con la paciencia de los hinchas, la gente volvió a poner la otra mejilla. Y el equipo despilfarró la extensión del crédito que había recibido.

Porque el conjunto que dirige Leonardo Astrada tropieza siempre con la misma piedra. Es tan previsible...

Los primeros 20 minutos en el Monumental tuvieron a un River con iniciativa y la pelota, pero incapaz de llegar más allá de los tres cuartos. A falta del enganche (Gallardo, lesionado), los juveniles Roberto Pereyra y Facundo Affranchino abrieron la cancha por las bandas y consiguieron cierta profundidad. Pero Gustavo Canales y Rogelio Funes Mori carecieron de oficio en el área. Rodrigo Rojas equivocó el camino y quedó atrapado en la defensa de Argentinos.

Hasta ahí, el clima era de cierta expectativa. Aliento, nada de insultos ni reproches más allá de "pongan más huevo, pongan más corazón...".

Matías Almeyda es el único que se salva del incendio de este River, no porque nunca se equivoque, sino porque no sólo parece que quiere ganar si no que también lo demuestra en cada pelota que disputa. Porque nunca da por perdida una batalla. Atrás todo parecía en calma -Vega ni la había tocado, aunque Ojeda tampoco-, hasta que Argentinos se aburrió de esperar. Y en su segundo ataque, justo de una pelota perdida por Funes Mori en campo rival, Sabia lanzó un pelotazo largo para Ortigoza en la mitad, la habilitación para Calderón, que dejó en evidencia de nuevo, los problemas defensivos del local, abrió para Sosa y el ex Independiente definió cruzado para el 1-0.

Argentinos hizo fácil lo que para River parecía imposible. Y el Millonario se descalabró. El equipo de Borghi se agrandó, aprovechó las debilidades del rival y podría haberse ido al descanso 3-0 (no le cobraron un penal y le anularon un gol válido).

Otra vez, River estaba abajo en su propia casa, permitió que la visita jugara a su antojo. Mercier y Ortigoza le robaron el dominio del medio a Almeyda, que tuvo que cargar con todo el peso de la contención. Coria, de golpe, se convirtió en un jugador temible. Y la gente, por primera vez, perdió la paciencia: "Jugadores la c... de su madre, a ver si ponen huevo, que no juegan con nadie..."

El cántico no es casual, lo que se pedía era más entrega y es que resulta inentendible que River no sea capaz de hacerse respetar como local y cuando el rival lo complica, tampoco saca de adentro ese plus que se puede esperar de un jugador que viste la camiseta de un grande. Porque River no presionó y Argentinos sí. Porque River regaló los espacios y Argentinos se cerró y ahogó. Porque en cada pelota dividida, River cedió el paso. Porque River no ganó una en el área rival.

Sencillamente cuesta entenderlo. No se trata de la calidad de los jugadores. Se trata de su actitud. El plantel de La Paternal no es mucho mejor, ni tuvo grandes incorporaciones. Pero fue todo lo que River no pudo: inteligente, práctico y efectivo. El equipo de Borghi no se llevó por delante a River: marcó la diferencia y después, cuando el local salió desesperado a buscar, cuidó su ventaja.

Porque, al fin y al cabo, es lo que siempre hace este River. Se despierta cuando ya es tarde, cuando todo parece perdido, se desespera y va por el triunfo heróico. Y aún peor: el empate heróico.

Y entonces, que haya vuelto después de mucho tiempo -desde el final de la era Aguilar- el "que se vayan todos...", ya no parece apresurado ni injusto. Pasaron once fechas y el equipo sigue a la deriva y hundiéndose en la tabla de posiciones y promedios, cada partido un poco más.

Después de desperdiciar 45 minutos, Astrada buscó la reacción con los ingresos de Mauro Díaz y Daniel Villalva y con ellos consiguió la entrada al área. River acorraló a Argentinos (como lo hizo en los últimos minutos contra Boca), estuvo cerca del empate, pero falló Funes Mori en la definción, y Mauro Rosales y cualquiera que haya tirado al arco. Y los pocos contragolpes del Bicho, ya replegado, fueron significativos, ante la débil defensa millonaria.

No hubo héroe ni milagro. Fue derrota. Otra vez.

Demasiado tarde se acordaron Astrada y sus jugadores. "Me parece que River no quiere ganar...", le cantaban en los minutos finales. Ya no hay esfuerzo que sea creíble. Lo que vale es la actitud en los 90 minutos, la entrega y, más que nunca, ganar.

Entre silbidos, abucheos e insultos y el grito de guerra "Ortega, Ortega..." se fue el equipo, excepto Almeyda, ovacionado. Más claro, imposible.

River sigue caminando por la cornisa, el crédito se acaba...hasta para "los pibes del club" y cuando eso pase, sólo queda el abismo.