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Un mundo desenganchado

BUENOS AIRES -- Con el Mundial muy cerca y los equipos ajustando los últimos detalles en amistosos aquí y allá, los observadores más finos ya lanzan sus predicciones sobre las novedades tácticas que presentará Brasil 2014.

Uno de los debates que conserva vitalidad y que, por lo que se escucha, sumará un nuevo capítulo durante el Mundial, es el que gira en torno a los llamados enganches, es decir aquellos jugadores que organizan el juego.

Hay quienes han declarado su defunción (y la celebran), mientras que los más apegados al juego de elaboración defienden su permanencia. Y aducen que cualquier equipo que pretenda dominar el caos, debe disponer de uno de estos estandartes del buen pie, que acostumbran a jugar con la cabeza y los glúteos en alto, y a salpicar fútbol y elegancia en dosis idénticas.

Veamos: para un juego tirando a frenético, con escasas escalas en la mitad del campo, como el de la Selección Argentina, el puesto de enlace sobra. Obstruye. El equipo de Sabella, más cómodo en la réplica, no depende de un cerebro para el armado, sino que ejecuta su veloz dispositivo a partir de Messi.

El rosarino es el nervio del equipo. Y, como los buenos jugadores modernos, es polivalente. Asiste y define. La pasa y encara. Es enganche y goleador, según el caso. Eso sí, no le insistan con que apele a la pausa.

España es el ejemplo inverso. Afecto a macerar sus jugadas en el medio de la cancha, allí cocina sus planes. Claro que no existe un único enganche, sino que se trata de una tarea repartida para la que muchos tienen aptitudes.

El gran Iniesta, Cesc, Xavi, todos reúnen las condiciones del antiguo armador. Pero son más completos. Defienden como jugadores de marca y van al área adversaria como delanteros. España gana con el gesto solidario y suma sorpresa a su gestión ofensiva.

Otro tanto ocurre en Alemania, donde la línea de volantes, donde tampoco hay un armador excluyente, tiene más gol que la propia delantera. Götze, la perla del Bayern, sigue el modelo de Messi. Tiene las destrezas de un diez habilidoso y la profundidad de un nueve.

Alemania es un buen ejemplo de cómo el fútbol ha ganado riqueza técnica, en contra de la queja sostenida de algunos nostálgicos.

Hace 30 años, el zurdo Overath, un crack con perfil sudamericano que merecidamente se llamaba Wolfgang, como Mozart, era la rara avis que –junto a Beckenbauer–hacía jugar al resto, en general futbolistas potentes y rápidos, en un equipo más proclive a buscar el gol por lo alto que a entrar tocando.

Hoy la sutileza –y no sólo en Alemania– ya no es patrimonio de un jugador bien dotado por el que forzosamente tiene que pasar la elaboración.

El gran ídolo brasileño, Neymar, llamado a ser uno de los protagonistas de la Copa del Mundo, tampoco oficia de enganche. De hecho, su trabajo cotidiano en el Barcelona transcurre muy cerca de la línea, donde parecen haberse refugiado los grandes talentos de estos tiempos.

La táctica del doble cinco ha volcado el desarrollo del juego –los intentos de profundizar– hacia las bandas. Ahí se definen los partidos y por eso han cobrado vital importancia los laterales y los carrileros.

Acaso el holandés Sjneider, que usa la diez y le gusta ocuparse de las pelotas paradas, conserva un aire del enganche clásico, cuya figura más prominente en los últimos años ha sido Zidane, subcampeón del mundo en 2006.

De todas maneras, la ausencia de aquel organizador emblemático (o, pare decirlo mejor, su transformación) no le ha quitado al fútbol nada de su espesor estético.