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Pequeño gran campeón

BUENOS AIRES -- Una chicana fácil implicaría suponer que Agustín Canapino enterró los preceptos más transitados del automovilismo, que estipulan una escalera formativa desde el karting con peldaños en categorías promocionales de monopostos hasta terminar asentado en potentes autos con techo y tracción trasera.

Otro atajo concluiría en que el arrecifeño de 20 años es, sin más, un piloto extraordinario. Resulta más difícil, en cambio, exponer una postura a mitad de camino, un ensayo sobre las razones que convirtieron a Canapino en el campeón más joven de la categoría más vieja en funcionamiento en el planeta, el argentino Turismo Carretera.

Ciertos rasgos hazañosos de la consagración de Canapino en Buenos Aires también sirven para describir las particularidades del campeonato de TC. Agustín jamás había estado en la punta de una final. Y menos, claro, había triunfado en sus anteriores 31 participaciones. Ni siquiera había sido regular en la suma de puntos durante las primeras 11 fechas que definieron la docena de corredores que lucharon por el título.

Sin embargo, resulta que desde la inclusión de la Copa de Oro, versión criolla del Chase (Caza por la Copa) de Nascar, la validez de lo hecho en las 11 carreras iniciales se desvanece en las cinco finales: la retribución al mejor de la etapa regular son magros siete puntos que en los tres años de vigencia del sistema no han servido para que el piloto que lideraba el torneo luego de 11 fechas se coronara campeón terminada la 16a.

Para eso hace falta sumar más puntos que el resto en las cinco competencias de la Copa de Oro. Canapino no cumplió ninguno de esos requisitos, pero sí otro punto reglamentario: ganó una carrera, condición indispensable para ser campeón. Mariano Werner fue el piloto que más puntos anotó en el quinteto de fechas decisivas, en buena parte gracias a sus cuatro podios. Pero no pudo ganar en 2010. Entre los diez pilotos que sí triunfaron, Canapino fue el que más puntos consiguió en la Copa de Oro. Las circunstancias muestran cómo se resolvió el título.

Cinco años atrás, Agustín Canapino insistía para que su padre Alberto, uno de los constructores más exitosos durante los últimos 15 años, le permitiera probar un auto de carrera. El preparador desalentaba el deseo de su hijo porque considera demasiado escarpado el camino del suceso como piloto profesional. El chico despuntaba el vicio en los juegos de computadoras, los simuladores de Fórmula Uno. Casi siempre elegía un McLaren, y a Mika Häkkinen, como representante virtual de las proezas que soñaba con emular un día en la pista. Pasaba tantas horas frente a un monitor que descuidaba los estudios, algo que preocupaba a los abuelos paternos, con los que aún vive. Ellos son los responsables del taller de Arrecifes en el cual es alistada la Chevy campeona.

Como incentivo a cambio de que pusiera más atención en la escuela y no porque creyera demasiado en las cualidades de su hijo, Canapino padre propició un ensayo con un coche de la extinta Copa Mégane en el autódromo cordobés de Alta Gracia. Siempre le puso alta la vara. En aquella prueba, después de que Agustín dejó el coche, Alberto le pidió a un piloto consagrado que girara y le "bajara tres segundos el tiempo". El profesional apenas pudo rebanarle dos décimas. Cuando el test fue sobre un TC, en Nueve de Julio, ocurrió lo mismo. El pibe marcó casi el mismo registro que un ex campeón.

Siempre cerca de su padre y de los pilotos a los que asistió, aprovechó cada vacante para sumar tiempo y kilómetros de ensayos. Miró, aprendió, preguntó e indagó. La realidad virtual, los datos de telemetría que en los juegos remedan el comportamiento de los coches, resultaron buena introducción para cuando debió lidiar con los sistemas de adquisición de información usados en las verdaderas máquinas de competición. Agustín Canapino tiene talento, pero además trabaja. Analiza, escucha y averigua.

Con un auto a veces inferior supo plantarse ante consagrados, como fue durante la breve estadía que compartió con José María López en un mismo equipo de Top Race. Brilla en esa categoría y se destacó también en TC 2000. Fue campeón de TC Pista, la escala previa al septuagenario TC, en su primera temporada: 2008. Corre con Chevrolet porque el auto ya estaba armado de antemano: su padre pretendía que empezara con Torino porque suponía que en 2009 ofrecía ciertos beneficios reglamentarios. Ahora, dice Agustín, no cambiaría: se hizo hincha y los fanáticos de Chevrolet lo reconocen como ídolo en ciernes.

Aprendió a manejar siendo niño, como casi todos en el campo. Un día, cuando Agustín tenía 8 años, su padre lo sentó al volante de un Chevrolet Vectra mientras viajaban de Arrecifes a Carmen de Areco. Después fue piloto virtual, sin casco, con el monitor como parabrisas. El empeño que ponía en aquellas carreras, la concentración para ejecutar movimientos y replicarlos vuelta a vuelta en el afán por simular que era un piloto verdadero habían llamado la atención de su padre, que el domingo lloró tanto como el chico que manejaba, como nunca lo había hecho en los títulos obtenidos con Juan María Traverso, Guillermo Ortelli, Juan Manuel Silva, Norberto Fontana y Christian Ledesma. Agustín Canapino les ganó a los grandes porque antes supo jugar en serio.