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Un festejo solemne

BUENOS AIRES -- Acceder a los valiosos archivos fotográficos de dos grandes agencias internacionales como Getty Images y Asociated Press, a este editor de fotografía le hace revivir el cosquilleo que de niño experimentaba al tomar por asalto un tarro de cartón de dulce de leche, en ausencia de adultos.

Entre aquellas memorables panzadas clandestinas en la cocina, una se destaca en el recuerdo por su banda de sonido: la transmisión por Radio Rivadavia del partido Inglaterra-Argentina, por cuartos de final del Mundial 1966.

Mientras yo le entraba sin parar al néctar, el relator se desesperaba ante la comedia de enredos protagonizada entre los ingleses, Rattín y el árbitro alemán, que terminó con la expulsión del capitán argentino, quien se marchó del campo dejando para la leyenda su patético numerito patriotero, la instauración de la tarjeta amarilla y el resbaladizo concepto de Campeón Moral.

De aquel mundial datan también las primeras imágenes futboleras del archivo virtual de mi memoria: el exótico Eusebio, La Pantera de Mozambique; Pelé, que duró poco en la lidia y salió herido; los robustos uruguayos mirando pasar a los aviones alemanes; el episodio de los postes elípticos, asociados al gol más polémico de la historia de los Mundiales, nada menos que en una final; y por supuesto los ingleses, con camiseta roja, comandados por Bobby Charlton levantando la copa en Wembley.

De ese momento supremo data la imagen que elegí para comenzar este blog.

El registro de la imagen es casi pictórico. El formato apaisado y la panorámica perspectiva del gran angular de 28 mm dan un contexto imponente y detallado a los jugadores, que avanzan a paso de vencedores celebrando la conquista.

La foto recuerda aquellos épicos óleos de batallas del siglo XVII: sobre una monocromía de tonos fríos, las camisetas rojas y la amarilla de Gordon Banks se recortan en primer plano, dejando en claro quiénes son los protagonistas y quiénes los figurantes.

El color, contundente novedad de la época, es el característico de las diapositivas Ektacrhome de 64 ASA, que realzaban los tonos cálidos y funcionaban muy bien en condiciones de resolana, como las que presentaba el cielo de Londres al caer la tarde del 30 de julio de 1966.

A diferencia de otras imágenes de festejos mundialistas, la foto es bastante limpia: sólo unos pocos reporteros y algunos particulares permanecen en el campo de juego, regado de trípodes y accesorios que recuerdan a las armas que quedaban inutilizadas en el campo de batalla después de la contienda.

Aprovechando estas condiciones ideales, el autor de la foto logró tener todo el tiempo el control del encuadre, sin necesidad de ganarse un lugar a codazos y empujones. Pudo plantarse de frente, a cinco o seis metros del grupo de jugadores, sin que ningún extraño interfiriese en la toma.

De hecho, nueve de los once flamantes campeones aparecen en trance de encolumnarse detrás de Bobby Charlton, símbolo del equipo y con rastros de la lucha en su uniforme, levantando la Jules Rimet. El arquero Gordon Banks se ha quitado los guantes y levanta los brazos. A su lado, Ray Wilson aprieta el puño y sonríe satisfecho, mientras que el capitán Bobby Moore, que recibió la copa en el palco de manos de la Reina, parece saludar a un conocido en la tribuna. No es un festejo eufórico, alocado: es flemático, de una alegría contenida, en sintonía con la ornamentación marcial del escudo de los tres leones.

La composición de la foto es sugestiva, dinámica, desordenadamente armónica; presenta varios puntos de atracción, pero todos confluyen hacia la derecha acompañando la línea del techo del estadio, que es el que marca el ritmo un poco circular de la imagen. Nadie mira al fotógrafo. Es de un alto valor documental.

Los inventores del fútbol jamás habían ganado un mundial y hasta hoy no han vuelto a hacerlo. Lo lograron en su casa, ganando una cinematográfica final a Alemania, que en el minuto 90 logró empatar y forzó el tiempo suplementario. Un disparo de Geoff Hurst que pegó en el travesaño y no transpuso la línea fue convalidado como gol y esto desmoronó a los alemanes. El propio Hurst marcaría mas tarde su tercer tanto y sellaría el 4-2 definitivo. Tras el pitazo final, imagino a los 50.000 espectadores entonando en las tribunas los versos de God Save The Queen, antes de asaltar los pubs del Swinging London.

Hablando de asaltar, tengo un dulce de leche en la heladera. Nos vemos.