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Un día difícil

CRACOVIA -- Hoy fue un día difícil. Todo dependió de su comienzo, con la visita a Auschwitz, el más terrible campo de concentración nazi.

Voy a ser honesto: yo no quería ir. A mi no me gustan ciertas cosas, porque me tocan realmente, tanto que nunca voy a los cementerios. Quizás debería ir, de vez en cuando, pero es más fuerte que yo. Así, llegado con anticipo a Cracovia respecto a la Nazionale, elegí otras metas turísticas.

Cuando supe que todo el plantel italiano iría, pensé que no podía faltar. Entendí que más allá de lo que a uno le pueda afectar, hay cosas que se deben hacer y una de esas es visitar ese sitio si se pasa por Polonia.

Entrar ya fue muy traumático: en el quieto aire de la ciudad de Oswiecim, el campo de cautiverio y exterminio parecía tragar cada sonido y hasta era difícil de percibir el latido del proprio corazón. Todo eso contrastaba con el gran ruido de los pasos: cada vez que alguien caminaba, parecía que una multitud de personas estuviese moviéndose contemporáneamente.

Auschwitz es realmente aterrorizador y se puede sentir en la piel todo el sufrimiento que se vivió sobre ese lugar, durante los largos años de la Segunda Guerra Mundial.

Los jugadores, como todo el resto de los visitadores, se dieron cuenta de todo eso y evidentemente lo sintieron también ellos. Ya al pasar bajo el espectral cancel de entrada al campo, leyendo la frase "Abreit macht frei" y escuchando su traducción ("el trabajo hace libres") en los auriculares en los que hablaba la guía, más de uno quedó totalmente boquiabierto. Cada quien pasaba ese cancel, parecía cargar con un peso y achocarse a cada paso.

Yo seguí al conjunto, no para estudiarlos ni para molestarlos, claramente, sino para aprovechar de su guía y poder escuchar alguna información que pudiera enseñarme algo. Tuve la ocasión – y la suerte, porque fue una casualidad – de poder entrar con ellos también en el primer pabellón visitable, el número 4.

Les admito que todo lo que vi y escuché me tocó mucho, tanto que pensé que tenía razón en no querer ir, si bien, al mismo tiempo, entendí perfectamente que era muy importante estar ahí.

Vi muchas cosas que quedarán siempre en mi mente. Aún más fueron las que sentí. Pero una de las cosas que más me impresionó no fue algo del lager, o más bien no fue algo del lager en sí mismo, si bien algo que Auschwitz causó en una persona: Mario Balotelli.

El muchacho, por un tiempo, se separó del resto del Grupo y mirando las fotos en las paredes, escuchando lo que la voz le decía en los auriculares y leyendo las varias informaciones que se encuentran en el pabellón, pareció casi perderse. Me dio la impresión de estar confundido, chocado y hasta mareado por todo ese terror que se le prospectaba, en ese momento, en su mente.

Siempre supe que hay mucha gente que sigue sufriendo el odio y la discriminación, pero nunca en mi ida había tenido tanta conciencia de ese hecho como tuve justo en ese momento. Balotelli, estoy seguro, revivió íntimamente, en ese "paseo" por los campos del horror, todas las injusticias y los insultos y las miradas raras que le tocó soportar en toda su vida, por el simple hecho de ser diferente.

En ese momento yo me separé del grupo. Fui a ver en soledad algún otro pabellón hasta que algo adentro de mí me dijo que era hora de salir. No esperé al equipo, porque me daba cosa que alguien me mirara en ese momento tan delicado y pensé que los jugadores podían estar sintiendo lo mismo; así, no quise molestarlos.

No se ni cuando salieron ni en que estado de ánimo se encontraban dejándose a las espaldas el maldito cancel. Leí y escuché que algunos lloraron.

Lo que les puedo decir es que en el entrenamiento de la tarde, todo parecía normal pero, al mismo tiempo, cada risa duraba menos de lo que duraban ayer. Quizás haya sido sólo una impresión mía. Puede que mi estado haya hecho que mis ojos vieran en los demás lo que en realidad estaba adentro de mí. O tal vez - y yo creo que sea así - Auschwitz dejó una marca en todos nosotros.

Sin dudas fue un día muy raro. Un día en el que no se puede hablar de fútbol, pero en el que deseas con todas tus fuerzas que se empiece a jugar ya, para poder dar vuelta la página y para que quede la marca adentro, pero en forma de cicatriz y no de herida abierta.

Mientras rodaba el balón en el césped y los azzurri empezaban a calentarse, los envidié terriblemente: quería estar ahí con ellos, para poder darle yo también un par de patadas a la tristeza, al dolor y al a melancolía.