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El adiós de Mourinho

La historia de José Mourinho en el Real Madrid se puede contar de muchas maneras. Dependiendo del narrador tendrá un inicio y un final distinto. En función del orden en el que se pongan los hechos se destacará el triunfo o el fracaso. Lo que nadie puede ocultar son los ingredientes comunes en la línea argumental que se quiera emplear para contar lo sucedido en el Real Madrid en los últimos tres años.

Los catastrofistas miran el tiempo desde el presente hacia el pasado. Pero en este caso no para decir aquello de "qué felices éramos entonces", ya que tratan de ocultar los buenos momentos vividos para no tener que reconocer el éxito del que los consiguió. Los ingenuos observan desde el pasado lo logrado por José Mourinho y dicen no entender nada del presente al que no miran de frente.

Los primeros se olvidan para qué fue fichado José Mourinho en el Real Madrid. Los años del imperio barcelonista con Pep Guardiola a la cabeza estaban haciendo mucho daño a la moral del Santiago Bernabéu. Elogios, títulos, buen juego y hasta goleadas del rival. Eso es lo que sentían los blancos el día que el técnico portugués llegó al despacho de Florentino para firmar su primer contrato.

La primera se la llevó en la frente. En su primera visita al Camp Nou como entrenador del Real Madrid recibió una manita de cinco goles blaugrana.

Sin embargo tuvo tiempo de reacción suficiente como para acabar la temporada ganándole una final a Guardiola, la de la Copa del Rey de 2011.

Por el camino se dejó ver en sus primeras peleas. Estrenó su balance de grandes víctimas con Jorge Valdano, al que el presidente Florentino Pérez despidió a instancias de Mou. El poder crecía.

En el segundo periodo los madridistas empezaron a vivir noches de fiesta por toda la ciudad, no se cansaban de bailar. Y es que el Real Madrid empezaba a meter el dedo en el ojo al barcelonismo.

La liga del centenar de puntos ofreció a Mou la capacidad de reivindicar más poder blanco. Y Florentino se lo concedió con una ampliación de contrato firmada el 22 de mayo de 2012.

Mientras unos madridistas seguían bailando otros empezaban a ver que se estaba haciendo crecer demasiado al monstruo.

Por eso en la tercera temporada llegó el tropiezo. El poder de Mou era tal que se permitía dejar a un lado la liga para mirar de frente a la posible décima Copa de Europa. Como dueño del vestuario podía tomar decisiones más allá de sus consecuencias. Con argumentos probablemente tan sólidos como incomprendidos quitó a Iker Casillas de la titularidad. Aplaudido por altas instancias del club y sin ser consciente del riesgo real, planteó el mayor desafío de su carrera. Y por ahí empezó su caída.

Hasta entonces todos los problemas generados, declaraciones fuera de lugar o enfrentamientos con personajes importantes del mundo del fútbol habían sido perdonados a José Mourinho. Florentino Pérez llegó a decir que los actos del entrenador también eran una forma de hacer madridismo.

Pero ahora había tocado algo sagrado para el madridismo, al capitán de la selección campeona del mundo. Y fue cuando aparecieron todos los leñadores agraviados con anterioridad repletos de hachas dispuestos a cortar el árbol y hacer leña del responsable de que el Real Madrid no logrará un solo título en la temporada. Ni su defensor principal, el presidente, se puso de su lado esta vez.

El mismo presidente que permitió sin un solo reproche cada uno de los actos fuera de lugar del entrenador. Los mismos actos aplaudidos anteriormente por una afición a la que había devuelto el orgullo arrebatado por el Barcelona. Un orgullo conseguido a base de títulos como la liga de 2012, con récord de puntos, o la Copa de 2011 ante el "posiblemente mejor equipo de la historia", en palabras del propio entrenador. Títulos logrados con unos jugadores que mientras el técnico los consideró imprescindibles le apoyaron en todas y cada una de sus decisiones y acciones y para los que entrenador pidió el mayor reconocimiento posible a nivel mundial.