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Acróbata, caballo y toro

BUENOS AIRES -- Jamás buscó un pedestal. No lo quiso. José Froilán González pasó de pueblerino campechano a piloto profesional, corrió contra los mejores y les ganó, tejió una entrañable amistad con Juan Manuel Fangio y dejó anécdotas indelebles que lo pintan a imagen y semejanza del hombre que fue.

Como su familia no quería que corriera porque su tío Julio Pérez había muerto en una carrera de TC, Froilán decidió anotarse en las carreras con seudónimos. Primero se hizo llamar Canuto, como el acróbata de un circo. Y ganó su primera carrera. "Mirá, Froilán, acá dice que este Canuto es de aquí, ¿tenés idea quién puede ser?", le preguntó su padre mientras miraba el diario local. "Qué sé yo, papá, hay tantos locos en Arrecifes". Luego se cambió el apodo y se inscribió como Montemar, tal como se llamaba el caballo ganador de cuadreras que tenía un amigo. Cuando sus padres descubrieron que corría en autos, lo echaron de su casa.

A diferencia de Fangio, Pepe jamás ocultó su simpatía por el peronismo ni siquiera luego de la caída de Perón. El propio general intervino cuando Froilán recibió seis meses de suspensión en 1949 por haberle pegado a un comisario deportivo. González concedía que había sido buen amigo de Evita.

Después de una prueba en Reims, Ferrari le ofreció un contrato para la temporada de 1951 y le aseguró que iba a ganar el mismo dinero que Alberto Ascari. Froilán aceptó la palabra de Enzo y cuando le acercaron el convenio lo firmó sin leerlo.

Poco antes de largar el consagratorio Gran Premio de Gran Bretaña de 1951, el de la primera victoria de Ferrari en Fórmula Uno, Froilán se sintió mal. Largaba desde la pole y "estaba muy nervioso. Cuando faltaban minutos para la partida, empezó a sonar una sirena que me volvió loco. Me dio dolor de estómago. Desde boxes se veía una casilla de madera, le saqué un pedazo de diario a mi mujer y me mandé, pasando al lado de dos mujeres que había cerca de la puerta. ¡Los nervios habían hecho lo suyo! Cuando salí, vi el cartelito: Ladies. ¡Por eso estaban las viejas!"

Cuando paró a cargar combustible, pocas vueltas antes del final, le ofreció su auto a Ascari, que había abandonado. Era una práctica normal en la época y ya lo había hecho en Francia, donde Froilán y el italiano compartieron el segundo puesto y los puntos. Sin embargo, Ascari le apoyó su mano en el hombro y le dijo que siguiera. "El Toro de las Pampas", como le decían los europeos a ese corpulento retacón de casi 100 kilos, terminó dándole a la Rossa aquella victoria inicial, la primera de las 221 que tiene la escudería más ganadora de la historia, única que ha participado en todas las temporadas.

Compinche de Fangio, alguna vez ayudó al Chueco en entreveros de polleras: "Cuando Juan se accidentó en Monza, en el 52, estuvo mucho tiempo internado. Y él tenía una novia en Italia, que quería verlo a toda costa. Pero resulta que la mujer del Chueco estaba siempre al lado de su cama en el hospital. Como la novia insistía y ya no podíamos pararla, la disfrazamos de monja para que entrara a verlo. Así, con Juan convaleciente, de un lado de la cama estaba su mujer y del otro, la novia vestida como monja. Cada una le tenía agarrada una mano y el Chueco no quería ni hablar".

La muerte del argentino Onofre Marimón en la clasificación para el Gran Premio de Alemania de 1954, la primera de un piloto durante la actividad oficial del Campeonato Mundial, minó el ánimo de Froilán. Al otro día, González abandonó la carrera, apesadumbrado por la pérdida. Aquella competencia fue ganada por Fangio, al cabo campeón mundial con la Flecha de Plata. Froilán, quien no compitió en la última fecha, fue subcampeón.

El primer vencedor con Ferrari manejó hasta sus últimos días. Le gustaba pasar un par de horas diarias en su oficina de Uruguay al 150, donde recibía a quien quisiera verlo siempre con calcada amabilidad.

Aprovechando esa característica, el autor de estas líneas y tres colegas que preparábamos un libro sobre los primeros 50 años de Fórmula Uno tuvimos la osadía de pedirle a Froilán que escribiera el prólogo. Aceptó con gusto. Cuando fue invitado a la presentación, en un frío mediodía de julio y lejos de su casa, también agradeció el convite y sólo pidió que lo pasaran a buscar. Despuntaba el nuevo siglo y Froilán estaba cerca de cumplir 78. Hasta con sus gestos mínimos contribuyó sin proponérselo a forjar la fantástica leyenda que su muerte sólo pone en marcha.