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Dos buenas ocasiones para quedarse callados

La cordialidad con que podrían haberse separado los caminos del dominicano Robinson Canó y los Yankees de Nueva York duró menos que la llama de una cerilla en medio de un huracán.

Canó y el presidente de los Yankees, Randy Levine, intercambiaron envenenados dardos verbales que esfumaron cualquier atisbo de buena fe que pudiera quedar entre las partes.

Tanto el uno, como el otro, perdieron preciosas oportunidades de quedarse callados.

Todo comenzó con las desafortunadas y nada creíbles declaraciones del dominicano, cuando afirmó que su partida hacia los Marineros de Seattle no había estado motivada por el dinero, sino porque el equipo neoyorquino lo había tratado sin respeto.

¿Una oferta es 175 millones de dólares por siete campañas es irrespetuosa? Puede ser, según la matemática, inferior en 65 millones al contrato que consiguió de los Marineros, pero de ahí a la palabra irrespetuoso va un trecho aún mayor que la propia diferencia en dinero.

Canó citó además entre sus razones el hecho de que el manager Joe Girardi lo hubiera colocado en ocasiones como segundo bate sin consultarle.

Ponchado Canó: ¿quién dijo que el dirigente está obligado a hacerlo? En todo caso, el manager simplemente le informa, pero no le consulta ni aunque se trate de Babe Ruth reencarnado.

En ese sentido, el poco respecto lo mostró Canó hacia su ex director. Vamos, que no estamos hablando de Mike Redmond, el títere del dueño de los Marlins.

Si bien es cierto que el jugador acaba de garantizarle la seguridad económica a varias generaciones de los Canó, creo que hizo mal al alejarse de una base de fanáticos que incluye alrededor de 800 mil dominicanos que residen en el área de la Gran Manzana para irse a un terreno inhóspito en lo que a calor de público se refiere y con una sequía de resultados digna de lástima.

Además, los Yankees habían dejado en claro que no volverán a darle a nadie un contrato por diez temporadas, después del rotundo fracaso que resultó el pacto con Alex Rodríguez.

Y aunque diga lo contrario, todo se reduce al dinero. De no ser así, se hubiera quedado en Nueva York, donde tenía la posibilidad de hacer historia a cambio de 175 millones.

Pero Canó, en mi opinión el segunda base más puro y natural que he visto en mi vida, prefirió los 240 millones, lo cual no es para nada criticable, pues a fin de cuentas esto es un negocio.

Y sobre todo, escogió los diez años, porque, según sus propias declaraciones, es difícil conseguir trabajo con 38 años, edad con que tendría al finalizar el contrato que le ofrecían los Yankees.

Pero aquí también se contradice: ¿significa entonces que a esa edad estará tan acabado que no podrá honrar el resto del convenio con los Marineros, que debe llegar hasta que él tenga 41?

¿Seattle? Ya me imagino al mediocre Logan Morrison como protección del quisqueyano en la alineación.

Esa película la vimos con A-Rod en Texas, donde el también dominicano terminó pidiendo a gritos que lo cambiaran de los Vigilantes.

Pero para rematar la cadena de declaraciones desafortunadas, el presidente de los Yankees, Randy Levine, dijo que si acaso le daría un contrato de diez años a Mike Trout, el sensacional jardinero de los Angelinos de Los Angeles.

¿No es que los Yankees habían decidido no darle un pacto por una década a nadie?

Levine estaba sangrando por la herida tras haber perdido a su estelar segunda base y simplemente quiso devolverle el golpe.

Lo peor es que su mención a Trout fue vista por muchos como un intento de piratería para sentar las bases de una futura contratación del jugador de los Angelinos, cuando le llegue el momento de la agencia libre, por lo que ya MLB inició una investigación.

Buena ocasión para quedarse callado. En lugar de estar peleando a la riposta, los ejecutivos de los Yankees deberían estar buscando con seriedad un segunda base para reemplazar a Canó.

Por cierto, parece que no será Omar Infante, pues el venezolano estaría cerca de firmar con los Reales de Kansas City por cuatro años y 30 millones.