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América pierde la aristocracia ante Pumas

LOS ÁNGELES -- América deja de ser aristócrata. Pierde liderato único, sucumbe en El Nido, le arrebatan la virginidad, y suma además 180 minutos sin gol.

Y lo hace ante el que llegaba como el segundo peor equipo del torneo: Pumas.

Y es víctima del Síndrome de El Nido Vacío: se fue Raúl Jiménez al Atlético de Madrid, y con él se fugaron los goles y las jugadas que generaban goles.

Encima, el heredero de Jiménez, jugador otoñal, y en proceso de desahucio aplazado, Luis Gabriel Rey, ni juega ni deja jugar a sus compañeros; ni anota ni deja anotar a sus compañeros. Termina, nuevamente, por ser el mejor defensor del adversario.

Pumas no hizo mucho, pero cambió lo suficiente. ¿El rival? ¿El entorno? ¿La urgencia? ¿El escenario? O todo junto. Pero Pumas jugó sencillo, generó oportunidades, hubo atrevimiento en sus jugadores y fe en sus capacidades. Pero sobre todo, se recuperó la testosterona perdida.

Decir estrictamente que Pumas merecía ganar, es obsceno, pero la victoria la consigue sin demérito, a no ser el desvío de Auto-Goltz, que de nuevo en lentitud de marca, queda en evidencia en el juego.

¿El gol de Dante López certifica superioridad? No, porque América generó oportunidades, pero la cantaleta ritual, ordinaria y ajada de que "faltó contundencia", no cabe cuando claudican dos goleadores de casta: Oribe Peralta y Michael Arroyo.

El empate 0-0, que zopiloteaba como amenaza de un encuentro que no correspondía en espectacularidad a esa exaltada y exacerbada rivalidad, mal llamada Clásico, germinaba al final del encuentro, y hubiera dejado con amargo sabor de insuficiencia a todos, hasta que llega el disparo de Dante.

Con un registro de 13 goles en cinco partidos, ahora las Águilas suman 180 sin gol, como si maliciosa o mágicamente la exportación de Jiménez hubiera incluido en el equipaje la contundencia, y aunque Leones Negros parece un medicamento correcto para sanarlo de esos males, después se vienen Pachuca y Santos, es decir, empieza a confrontar equipos que están en la parte superior de la tabla, pues antes sólo se había medido a Tigres entre rivales de relativo respeto.

El único beneficio para Antonio Mohamed, más allá del futbol parásito que exige a su equipo, es que ahora tiene una oportunidad magníficamente perversa para chantajear a su directiva y exigirle un jugador que ocupe e sitio de Jiménez.

Mientras tanto, Pumas marcó sus propios límites. Ya no puede y no debe ser menos de lo que fue ante América.

Si la UNAM recae, demostrará actitud de equipo chico, miserable, cuyos jugadores eligen sólo sublimarse y sublevarse ante rivales de jerarquía, un sello al que los universitarios traicionaron hace tiempo.

Enfrente le aparecen Tigres, Morelia y Chiapas. Ninguno cómodo, especialmente porque ya Monarcas presentaría un nuevo técnico, con un recambio funcional.

Por eso, los Pumas se pusieron la soga al pescuezo. Si se atrevieron a recuperar la hombría competitiva, la masculinidad profesional y la responsabilidad ante el América, ante quienes vengan deberán jugar igual o aún mejor.

Si dejaron, durante 90 minutos, de causar lástima, como el segundo peor equipo del torneo que eran, les llega pues el momento de no conformarse con esta victoria sobre las Águilas, a menos, claro está, insisto, en que el cinismo de los jugadores sea tan manifiesto que decidan vivir de ese resultado las 10 fechas restantes.

Por lo pronto, América pierde ese tono de aristócrata del torneo, al que está obligado a de punta a punta, para justificar esos 25 millones de dólares en refuerzos, para satisfacer los caprichos de Mohamed, en aras, queda claro, nuevamente, de la mezquindad como estilo de juego.