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Carlos Vela ya no cruza 'el Niágara en bicicleta'

LOS ÁNGELES -- Nadie es profeta en su tierra. Y Carlos Vela es el candil de la MLS y la oscuridad en el Tri.

Él mismo lo acepta. "Nunca pasó nada conmigo (en la selección mexicana). Me hago a un lado para que alguno (joven prospecto) que venga, consiga lo que yo no conseguí".

Hoy, la MLS es feudo de Carlos. Los Ángeles vive una #VelaManía comparable, guardando proporciones, con aquella #FernandoManía con Valenzuela.

(Precisión sin disculpa: yo aseguré que tras un primer año exitoso, Carlos apagaría la Vela de su compromiso y se tiraría a la hamaca en el segundo año, a vivir de sus réditos. En términos de redes sociales: #PeriodicazoEnElHocico. Gracias, Carlos)

En la temporada, pero especialmente ante el Galaxy, muy especialmente esta noche de jueves, el recargado Bombardero, merece un diagnóstico especial que seguramente sentará a muchos sobre un hormiguero, por pura rabia.

Este Vela, específicamente éste de la semifinal de la Conferencia Oeste, jamás mostró esa devoción, ese compromiso, esa concentración, esa rabia, ese despliegue, ese disfrute, ese placer, esa plenitud, que mostró la noche del jueves en ninguno de los juegos de la selección mexicana y me precio de haber estado en la tribuna de prensa de casi todos sus partidos oficiales.

Evidentemente no insinúo que Carlos Vela esté más enamorado del naciente LAFC que del Tri. Por el contrario, la diferencia es que cruzó esa frontera peligrosa del amor a la tierra prohibida de la obsesión que ciega.

Hoy Carlos Vela no juega bajo presión. Con el Tri, en términos de Juan Luis Guerra, era, cada jornada, "cruzar el Niágara en bicicleta". Ser un trapecista sin red... y sin trapecio.

Hoy, el delantero mexicano juega --en la extensa bendición del verbo--, al futbol. No se yerguen ante él, intimidantes arpías del fracaso. Ganar y perder con el LAFC es una disyuntiva del juego.

Con México, con la selección de futbol, con la que quedó en deuda, según él mismo se encanija en puntualizarlo, Carlos Vela era el Pípila moderno y lúdico -y tal vez ni tan lúdico-, que además, nuevamente, debía cruzar el Niágara en bicicleta y cargando con esa losa, casi lápida, a cuestas.

Y tal vez, nunca estuvo a la altura de semejante y herculina asignación. Tal vez, ante la tarea de hacer posible lo imposible, de hacer probable lo improbable, tal vez ahí, en ese desafío, surgió la perplejidad.

No sería el primero. Los más notables futbolistas de México fallaron en momentos cumbres. Porque pasaron, insisto, del amor a esa obsesión que ciega, obceca, nubla, entorpece.

Hugo Sánchez y Rafa Márquez están conscientes de que en la bandeja de pendientes se quedó ese, el del momento sublime con el Tri. En México '86, Hugo se descuidó y aparecieron los calambres en Monterrey. Rafa Márquez en 2002 enterró al Tri al hacerse expulsar al embestir criminalmente a Cobi Jones. Amor que ciega.

El otro, ese que parecía de la misma pasta ruda, bruñida, rebelde, le robaron su gran oportunidad, en plenitud. Ricardo LaVolpe, presa de sus hormonas y sus vísceras, más que de sus neuronas, marginó en Alemania 2006 a un Cuauhtémoc Blanco, en su mejor momento.

Por eso, es entendible, pero no justificable lo de Carlos Vela. La dimensión del reto se lo engulló entero. Apenas se arrimó al Niágara, pero sin bicicleta.

El humorista inglés Lawrence Esterne, aseguraba que "la temeridad cambia de nombre cuando obtiene éxito. Entonces se llama heroísmo". Y sin temeridad, no se cruza el Niágara en bicicleta... y menos con un uniforme tricolor.

¿Será acaso que es imposible extirpar al ADN del futbolista mexicano ese cromosoma que advirtió Octavio Paz, ese de que "el mexicano le teme más a la victoria que a la derrota"? Hugo, Márquez, Vela, y contando...

Es cierto, en la MLS, además de esa frescura infantil, de barrio, de futbol callejero, Carlos Vela está menos custodiado por los defensas contrarios que la garita para cruzar de EEUU a México a las 2:00 am.

Vela disfrutó de complicidad, tiempo y espacio, para imaginar, para generar, para crear, para inventar, para intentar, para espabilar, y hasta para patentar el tipo de goles que hacía. Cierto, ciertísimo, hay que estar ahí y poder, querer, y saber hacerlos.

Alguna vez hubo oportunidad de preguntarle a Juan Carlos Osorio porqué consideró en la Copa Confederaciones de Rusia que Carlos Vela no debía iniciar ante Alemania, cuando arguyó que no tenía la fortaleza de los alemanes.

A toro pasado, sacrificado y cocinado, Osorio entró en detalles: "No me refería a su físico sino aquí", y se tocó la sien derecha con el índice derecho.

Pero, hoy, reculando ante el Niágara, con bicicleta y con la monumental losa o lápida, hoy, Carlos Vela puede pensar tranquila, festiva, orgullosa y placenteramente, en cruzar Los Ángeles, en un camión descapotado.

Escribió Norman Mailer: "A fin de cuentas, un héroe es alguien que quisiera discutir con los dioses, y así debilita a los demonios para combatirlos".

Y Carlos Vela, al menos en temas de cancha, es ateo.