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Manteca Martínez quedó grabado a fuego en la historia de Boca Juniors a fuerza de goles

La camiseta en la mano. El torso desnudo. La adrenalina en el cuerpo. El piso de la cancha parece que se mueve. Los cimientos de la vieja Bombonera conmovidos por el estallido. Y allá va el uruguayo a treparse al alambrado, de cara a una tribuna que se le viene encima. A su alrededor miles de personas conectadas con la misma electricidad. ¡Qué locura! El festejo quedó inmortalizado. Un 11 de octubre de 1992, Sergio Daniel Martínez fue tocado por la varita mágica que parece decidir el destino. Su gol ante River Plate trasciende al paso del tiempo, forma parte de la mitología de Boca Juniors.

Sergio Martínez se formó en Defensor en tiempos donde, para no bañarse con agua fría en Pichincha, había que salir por el campo a buscar leña para la caldera. En aquellos años todo era a pulmón. Los zapatos de fútbol se cuidaban como oro.

Ahí aprendió y alimentó una virtud que lo acompañó a lo largo de su carrera: “Yo siempre fui a los rebotes, al error de los defensas, ahí empezás a presentir el gol”, expresó el goleador.

Sus características físicas le valieron el mote de “Pásula”, un ave de contorno flaco. Sin embargo, el sobrenombre cambió cuando en 1991 se incorporó a Peñarol. Un día, el kinesiólogo del club lo llamó para una sesión de masajes, y no tuvo mejor idea que decirle: “¡Dale Manteca, a la camilla!”. El apodo quedó para siempre.

A mediados del año 1992, con 23 años, Sergio Daniel Martínez se incorporó a Boca Juniors. Para la mayoría de los boquenses era un desconocido.

El día que llegó, el Maestro Óscar Tabárez, por entonces técnico del club, lo metió en el mundo Boca. “Uruguay es chiquito y esto tiene una dimensión muy grande, para bien o para mal”, le dijo el entrenador.

Acto seguido el profesor José Herrera pegó un grito: “Manteca, andá a pesarte”. Cuando Blas Giunta y Alberto Márcico escucharon el sobrenombre comenzaron las bromas. El Manteca se inmortalizó.

El 9 de agosto de 1992 debutó con la camiseta xeneize en el empate 0 a 0 de Boca Juniors frente a Deportivo Mandiyú de Corrientes. Martínez ingresó a los 9 minutos del segundo tiempo. Su primer gol lo anotó frente a Huracán.

Pero la huella que marcó su historia con la camiseta de Boca ocurrió un día como el de hoy pero de hace 30 años. El equipo de Tabárez recibía a River Plate en La Bombonera por la décima fecha del Torneo Apertura.

El partido estaba 0 a 0 cuando José Luis Villarreal cobró una falta cerca del área. El volante remató, la pelota rebotó en la barrera y el Manteca, fiel a todo aquello que había aprendido de ir a todos los rebotes, la fue a buscar. Le pegó a la pelota cruzada. Y allá fue, ante la mirada de todos los boquenses, incluida la de Diego Maradona y su esposa Claudia que estaban en la tribuna y la empujaban con desesperación, a meterse contra el palo más lejano de Ángel David Comizzo.

El estallido fue como una bomba. El Manteca sintió que se le movió el piso y corrió rumbo al alambrado. Se trepó lo más cerca que pudo de las nubes. A su alrededor una locura difícil de describir como lo dijo el propio Martínez en F10 de ESPN: “Lo que se siente en La Bombonera no se siente en ninguna cancha, vos ves cómo se mueve, sentís una sensación diferente que no sentís en ninguna otra cancha. A La Bombonera la hacen latir, sí, sí, se mueve, es así”.

Boca ganó aquel campeonato en un partido contra San Martín de Tucumán en el que el Manteca no pudo jugar por estar lesionado.

En la revancha, volvió a convertir ante River en el Monumental. Un gol increíble. A la salida de un tiro de esquina donde el goleador, en el corazón del área, se tuvo que agachar para conectar de cabeza. Vaya virtud, la de estar siempre en el lugar indicado y a la hora señalada, como dijo su excompañero Diego Latorre.

“Hay que entenderlos a los futbolistas, con quiénes pueden jugar, qué virtudes tienen. Manteca era un jugador que se movía por todo el frente de ataque, libre, sin una posición específica, con una desarrollada intuición porque estaba siempre donde estaba la pelota, en el momento exacto, y esa es una cualidad natural del jugador, genética”.

El Manteca jugó cinco temporadas y media en Boca Juniors. Al margen de los campeonatos, y que se brindó el lujo de jugar con Diego Armando Maradona, su nombre está grabado a fuego en la historia del club a fuerza de goles. Pero el detalle más significativo es que el Manteca se ganó un lugar en el corazón de los de a pie, esos habitantes de la tribuna que esperaban su gol para premiarlo con un inigualable y simple grito: “¡Uruguayo, Uruguayo!”.