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Messi y una renuncia comprensible

Getty Images

PARÍS -- Lo que parecían ser las dos grandes noticias del fin de semana, una nueva derrota de Argentina en una final y el bicampeonato de Chile, quedaron inmediatamente eclipsadas por una tercera: la renuncia de Lionel Messi a seguir jugando con su selección.

Lo primero que me genera una noticia así es mucha pena: por Messi, principalmente, porque él ha venido demostrando claramente cuánto quiere a Argentina, todo lo que está dispuesto a hacer para jugar con esa camiseta y el enorme deseo que tiene de ganar Copas y títulos vestido de albiceleste.

También entiendo su frustración: es increíble todo lo que se lo critica. Estamos en presencia del mejor jugador del mundo y, en mi opinión, del mejor de la historia. Y aún así, se lo sigue cuestionando y se le enrostra una supuesta condición de perdedor, contando los títulos que NO ganó, olvidando todos los que SÍ conquistó. Y aun si esta última lista fuera más corta o no existiera, ¿cuántos grandísimos jugadores no pudieron ganar absolutamente nada o incluso ni siquiera jugar un Mundial?

En paralelo se debate si es líder o no, como si eso importara. ¿O acaso Pelé fue menos grande por no haber sido capitán en Santos o en Brasil? La verdad es que duele escuchar todas las críticas sin fundamento y ayudan a entender un poco más la decisión que tomó. Porque en el fondo, yo creo que esta decisión la tiene que haber pensado bastante. Ya en otras oportunidades en las que no consiguió algún título se le debe haber pasado por la cabeza esta renuncia, porque nadie es invulnerable a las críticas. Van lastimando y mellando el ánimo y hacen que se crucen mil ideas por la cabeza, sobre todo cuando uno sabe que se está brindando por completo y desea más que nadie ese título que se escapó.

Con Messi, como con cualquiera que esté entre los mejores en su actividad y tenga tanta exposición, la crítica es inevitable pero insaciable. Haga lo que haga, lo van a criticar y van a ir en la dirección contraria. Ahora, porque se va, no faltará el que lo acuse de darse por vencido. Si se hubiera quedado, lo atacarían preguntándole para qué, si no consigue las consagraciones que tanto le reclaman. La clave es respirar profundo y dejar pasar ese primer momento de dolor, de impotencia. Y una vez que se entiende que esas críticas siempre van a estar, pero que son en esencia injustas, se puede darle la importancia que se merecen, que suele ser muy poca.

Ese proceso no es rápido ni sencillo, pero es importantísimo para salir fortalecido. Y a partir de ahí, volver a elegir. Independientemente de lo que Messi haga, de si cambia o no su decisión, sí creo que él puede seguir dándole mucho a Argentina. Estará en él definir si está dispuesto a volver a intentarlo.

ARGENTINA DEJÓ PASAR UNA GRAN CHANCE
Más allá de Messi, es cierto que Argentina no se dio cuenta de que estaba ante una gran oportunidad de ganar finalmente el título que tanto busca. No solamente por cómo llegaba a la final, sino porque en los primeros 10 minutos jugó el partido que necesitaba. Pero no duró más que esa ráfaga. Ni siquiera cuando quedó en ventaja numérica supo aprovecharla, y dejó pasar su momento, que se cerró en el momento en que la expulsión de Rojo los volvió a dejar en igualdad.

Independientemente de si la tarjeta que mostró el árbitro fue correcta o excesiva, Rojo debería haber sido más inteligente y no arriesgar, sabiendo que Argentina podría haber jugado una hora y media más con ese hombre extra en el campo. Y si bien es cierto que el brasileño se sintió demasiado protagonista, no fue para nada decisivo en el resultado.

Ahí aparecieron los karmas de Argentina, sobre todo para lo que se necesita para ganar una final: hacer goles. Higuaín, que en otras ocasiones tiene una tranquilidad y una serenidad tremendas, falló un mano a mano tal como lo había hecho ante Alemania. Agüero, cuando le tocó entrar, tampoco le encontró la vuelta al partido. Mientras tanto, el mediocampo, que había sido muy dinámico y creativo hasta entonces, no tuvo movilidad.

Banega terminó perdiendo la llegada a posiciones de ataque que había tenido y, con tres números cinco en cancha, faltó improvisación. Todo se hace más previsible: lo que se gana en pase corto y preciso se pierde en creatividad, ya que ese tipo de jugador tiene una visión periférica más corta y menos capacidad para la jugada que rompe con todos los esquemas.

En todo caso, una vez más la defensa fue la que más cumplió. Le convirtieron pocos goles en todo el torneo y le llegaron poco en la final, además de tener un arquero que respondió. Claro, eso sirve para no perder, pero no alcanza para ganar.

CHILE DEMOSTRÓ SU CAPACIDAD
Del otro lado hubo un gran equipo. Algo que no es novedad, pero que en Argentina los mismos que critican livianamente a Messi parecen haber subestimado en la previa de la final. Así como decimos que el mediocampo de Argentina no tuvo la creatividad necesaria para romper el partido, en Chile la capacidad para generar juego se nota desde el momento en que la pelota se pone en juego desde la última línea, porque circula prolija y bien jugada por toda la cancha, con jugadores que se mueven permanentemente para ofrecerse como opción de pase.

No puede dejar de reconocerse ese fútbol agresivo y ofensivo: Chile construye permanentemente pensando en el arco rival. Le ponen mucho vértigo al juego, pero con disciplina táctica y destreza técnica. La mayoría son actores de reparto en sus clubes, pero a la hora de amalgamarse en la selección, consiguen un funcionamiento muy aceitado.

Esa fue la diferencia ante Argentina, más allá de que el resultado final lo hayan dictado los tiros desde el punto penal.

Chile tuvo mucho sentido de equipo, aplicó su plan de juego y no le dejó al rival desarrollar el propio. Con esos argumentos, más el mérito agregado de haber dejado en el camino otra vez al que hoy tiene los jugadores para ser la mejor selección del mundo, celebró con mucha justicia el bicampeonato.

Felicidades.