<
>

A 20 años de la presentación de Ronaldinho como jugador del Barça

play
Barcelona: ¿Se empieza a ver la luz al final del túnel? (5:32)

Carolina Guillén Alex pareja, Barak Fever y Fernando palomo analizan el presente del equipo culén en cuanto a fichajes, posibles salidas e inscripciones de jugadores. (5:32)

BARCELONA -- Ronaldinho y la alegría. Contra la depresión nada mejor que una sonrisa. Y si a esa sonrisa y a su saludo surfero se añadía después la magia futbolística que se le presuponía, y había prometido en voz baja Sandro Rosell a Joan Laporta, la apuesta tenía que salir bien. Bien no, mejor fue el resultado de una historia breve, pero inolvidable que comenzó un 21 de julio de 2003, el día que Ronaldinho se presentó como jugador del Barcelona en el Camp Nou.

La primera junta de Laporta cumplía un mes en el cargo tras ganar las elecciones del 15 de junio con el mayor apoyo social de la historia del club (27 mil 138 votos) y el nuevo y atrevido presidente se presentó dispuesto a recuperar el ánimo de un club derrumbado por la depresión. Apoyado por su entonces inseparable Sandro Rosell la revolución fue inmediata. Bonano, Enke, Rochemback, Geovanni, Frank de Boer, Andersson, Christanval, Alfonso, Mendieta, Sorín, Dani García.

Más de media docena de jugadores abandonaron la plantilla junto al entrenador Radomir Antic y a la llegada de Franck Rijkaard acompañó los fichajes de Rafa Márquez, Ricardo Quaresma y Rustu Recber, además de la cesión desde el Arsenal de Gio van Bronckhorst. Pero faltaba la guinda. Y la guinda fue un fichaje gestionado de manera soberbia.

La amistad de Johan Cruyff y Alex Ferguson provocó que el Barcelona anunciase su interés por fichar a David Beckham al Manchester United. A pesar del acuerdo del inglés con el Real Madrid, que ya discutía los detalles finales de su traspaso con los Diablos Rojos, mudos oficialmente ante la avalancha de especulaciones que relacionaban a Becks con el Barça.

En realidad el Barça usaba el señuelo para, en paralelo, discutir con el PSG el fichaje de Ronaldinho, con quien Rosell mantenía una estrecha amistad desde su etapa en Nike. Florentino Pérez también quería al brasileño para el Real Madrid, pero pidió a su hermano Roberto que se quedase un año más en París, lo que no aceptó, seducido por la propuesta de un Barça que le proponía convertirse en la estrella mediática de un equipo dispuesto a recuperar la alegría.

Y el 19 de julio se cerró el culebrón. Mientras el Madrid ya vendía camisetas de un Beckham que había sido presentado como el nuevo galáctico, Laporta sonreía en las oficinas del Camp Nou al lado de Ronaldinho, llamado a acabar con cuatro temporadas de travesía por el desierto, sucesor de Rivaldo y Ronaldo, de Romario, y posando con el 10 que semanas después perdió Juan Román Riquelme, que tras un solo año de azulgrana acabó cedido (después traspasado) al Villarreal.

BREVE PERO INOLVIDABLE

El impacto de Ronaldinho en el Barça fue inmediato. Se sospecha difícil, o imposible, encontrar un fichaje en la era moderna del club azulgrana que provocase un cambio de ánimo tal como fue el suyo. Los 25 millones de euros que costó el fichaje quedaron socialmente amortizados en un abrir y cerrar de ojos. Y, deportivamente, la magia que desprendió superó las mejores expectativas.

Al equipo le costó convertir su liderazgo en títulos, pero tras un primer año de claroscuros a nivel colectivo, las dos siguientes temporadas convirtieron al Barcelona en equipo de referencia y, en cierta medida, abrieron la puerta a lo que vendría después, ya sin él pero con los cimientos que se asentaron a su alrededor.

Fichado por cinco temporadas, doce meses después de su llegada amplió su contrato hasta 2010 pero se marchó dos años antes de su finalización, cuando su luz se había ya apagado y Pep Guardiola, entonces nuevo entrenador, determinó su salida, siendo traspasado al Milan.

Ronaldinho anotó 94 goles y repartió 56 asistencias en sus 207 partidos oficiales con el Barça en cinco cursos. Celebró dos títulos de Liga, dos de Supercopa de España y una Champions League, la de 2006 en París y que fue la segunda del club tras 14 años de espera, el punto culminante de su epopeya en azulgrana y cuando a su lado comenzaba a brillar con luz propia un joven Leo Messi, a quien el brasileño apadrinó personalmente y al que asistió en su primer gol frente al Albacete.

Ahora, veinte años después de aquella presentación inolvidable ante 25 aficionados entregados a él en las gradas del hoy irreconocible Camp Nou, el recuerdo de Ronaldinho permanece entre un barcelonismo que a pesar de su apagado final en el club no puede olvidar que fue él, en primera persona, el gran responsable del cambio de un Barça al que abrió la puerta de su mejor época.