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Buenas intenciones, ¿ideas erradas?

El alemán Christoph Kramer sufrió un fuerte choque con Ezequiel Garay en la final del Mundial de Brasil 2014. Getty Images Sports

Una demanda colectiva a la FIFA de parte de padres y futbolistas en el estado de California, según la cual hubo casi 50 mil casos de futbolistas con conmociones cerebrales en diversas preparatorias en los Estados Unidos en el 2010, pretende cambiar la manera en que la FIFA y sus "Leyes del Deporte" lidian con las lesiones en la cabeza. Esa demanda es loable, no busca ganar dinero, solo cambiar las reglas, pero a la vez es poco práctica.

La demanda aduce que la FIFA ha sido negligente en ese tema y pretende que la máxima organización del fútbol mundial sea flexible y permita cambios temporales que vayan más allá del límite de tres sustituciones permanentes por partido para que el jugador pueda ser revisado apropiadamente. Además, sugiere que los niños y adolescentes menores de 17 años tengan un límite de veces en la que pueden cabecear la pelota.

Que la demanda sea presentada no quiere decir que las sugerencias se hagan realidad, pero evaluemos sus méritos. La primera idea es linda, pero poco práctica. La segunda es simplemente ridícula. La FIFA tiene 60 días para responder, según el reportaje del diario New York Times.

Repasemos la modificación hipotética inicial primero, la de los cambios temporales y el Mundial que probablemente inspiró la sugerencia.

Las imágenes quedaron grabadas en la retina de todos los amantes del fútbol, tanto casuales como fervientes. El uruguayo Álvaro Pereira, primero inconsciente y luego tropezándose por todos lados mientras el cuerpo médico lo revisaba tras recibir un rodillazo brutal directo a la cabeza. Pereyra regresó al campo de juego un minuto más tarde.

El argentino Javier Mascherano en la semifinal contra Holanda, colapsándose en la mitad de cancha tras chocar cabezas con un rival. Eso sucedió a los 25 minutos del primer tiempo, él jugó los 120 minutos del partido y tuvo el mini discurso alentador más memorable del Mundial antes de los penales que llevarían a Argentina a la final.

El alemán Christoph Kramer quedó tan desorientado en esa misma final tras chocar con Ezequiel Garay, quien se vio obligado a salir del partido. Eso, claro, tras jugar 15 minutos más tras el choque.

La demanda sugiere que los tres sean sustituidos temporalmente hasta que el doctor los pueda revisar, pero si el suplente en cuestión todavía no precalentó, él podría no estar listo hasta que el lesionado ya está listo para volver.

Además, digamos que por ejemplo Fernando Gago precalentaba, entraba temporalmente por Mascherano, salía cinco minutos después, vuelve a enfriarse al salir e ingresaba nuevamente en el segundo tiempo. Esa es una receta para una lesión muscular. El fútbol no es la NBA, el fútbol americano o el hockey sobre hielo, deportes en los cuales los cambios son constantes y no requieren precalentamiento, y me parece que la demanda pierde a eso de vista.

Si la idea es que no haya ventaja numérica ni apuro por revisar al jugador, mi idea sería que el rival con el que ocurrió el choque también se vea obligado a salir de la cancha hasta que el lesionado en cuestión vuelva a la acción o sea reemplazado con uno de los tres cambios.

Luego la idea del límite de cabezazos para chicos menores de 17 años no solo no es práctica, sino que es la representación de tenerle miedo a lo que uno no puede controlar en nombre de la seguridad. Millones de chicos juegan al fútbol en diversos niveles alrededor del mundo cada año, ¿y saben qué? ellos van a saltar a cabecear por instinto competitivo, porque no quieren perder contra el rival y eso es algo innato que las reglas no pueden ni deben castigar.

Es posible que al saltar haya un choque de cabezas, que al caer ese niño o niña se disloque un hombro o un codo, o que apoye mal la rodilla y se rompa los meniscos o los ligamentos, pero así es la vida, las heridas sanan y las lecciones se aprenden. En ese caso, las reglas y el sentido común a nivel juvenil deberían estipular que el jugador en cuestión debe salir del partido, pero limitar el número de cabezazos no es la solución.

Si las conmociones cerebrales se repiten, los padres y el club deberían tomar la decisión que sea mejor para el niño, pero decir que cabecear una pelota dura constantemente es peligroso es como decir que todas las vacunas producen autismo. Si ese fuese el caso, los grandes cabeceadores de la historia del fútbol mundial estarían en graves problemas.

El riesgo de una conmoción cerebral aislada es mucho menor que el de poner a los chicos en una burbuja y no dejarlos disfrutar del deporte más hermoso, más saludable del mundo.