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La perfección solidaria

Un par de cracks que retroalimentan su juego EFE

BUENOS AIRES -- Hace unos días, un columnista perezoso dejó la página en blanco para ilustrar la frustración que le producía Messi. Quiso decir que se le habían acabado las palabras para describir el milagro permanente.

La palabras no se acaban, claro. Sólo que, en el caso de Leo, pueden tornarse redundantes o insuficientes. Porque los récords se suceden como rutinas. Messi hizo de lo excepcional una costumbre.

Esos goles en los que cruza la cancha de derecha a izquierda apilando rivales parecen idénticos. Goles seriados de los que hace uno por partido. Como si no le costaran, como si esa fuera su dieta diaria. Esos golazos son, para Messi, los goles estándar.

No sé cómo reaccionó el columnista cuando el diez del Barcelona superó la marca de Gerd Müller en el triunfo de su equipo ante el Betis. Supongo que no repitió el recurso, pues sería un desocupado más en la vasta población ociosa española. Pero ganas no deben haberle faltado. Si ayer no había adjetivos, hoy mucho menos.

Sin embargo, quien observó el partido acaso se haya sorprendido menos con la eficacia quirúrgica de Leo que con la inagotable enciclopedia de su ladero favorito, Andrés Iniesta.

El segundo gol, en el que hizo un repentino pase de taco allí en donde otros titubean, es una buena muestra de su destreza, pero una prueba mínima.

Porque Iniesta, en el partido del domingo y en casi todos los partidos, con una regularidad pasmosa, con una energía que no decae, ofrece el más amplio repertorio que público y compañeros pueden pedir.

Pelado en ciernes, menudo y con cara de bueno, Iniesta es el revés perfecto del súper atleta. Pero lo sabe todo. Ninguna zona del campo le resulta ajena: en todas despliega con soltura su paso, sus giros, su paciencia o su vértigo para resolver la jugada.

Tiene la clave de todos los lugares, y son claves personales, no de manual. La topografía depende de su voluntad. Y su voluntad enciende al equipo.
Pasador iluminado, exquisito gambeteador, goleador decisivo aunque esporádico (recordemos el último Mundial), ubicuo, estratega sin par, Andrés es también un abuso, un hombre al que le viene quedando chico el diccionario.

Tiendo a pensar que si Iniesta no es Messi, es decir el ocupante del trono del fútbol, se debe a que se ha reservado un sitio tal vez más importante por lo generoso.

¿Podría Iniesta convertir los goles de Messi? ¿Podría reproducir sus arremetidas sinuosas entre la espesura de rivales desconcertados? Creo que sí. Sólo que sus múltiples atribuciones lo obligan a desdoblarse en distintas tareas que no son colocarle la frutilla a la torta. Eso suele dejárselo a los demás.

Se diría que Iniesta es la condición de posibilidad de Messi. Y de todos los goleadores del Barcelona, asistidos por su geometría infalible. Por su perfección solidaria.

Iniesta multiplica el talento.