Pablo J. Torre 11y

El último gran contendor

Cuarenta y tres mil pies sobre los Cayos de la Florida, en la privacidad de un Gulfstream IV-SP en dirección de la Ciudad de México, la leyenda comienza a hacer boxeo de sombra. Pero en esta tarde de junio, el 10 veces campeón mundial y presidente de Golden Boy Promotions no puede evitar lanzar jabs desde su asiento de piel, enviando brisas suaves a su protegido, un súper welter de 22 años sentado pacíficamente enfrente. Él no puede evitar enseñarle a "Canelo" Álvarez -- el futuro del boxeo con espalda ancha -- un par de cosas acerca del pasado.

¿Esta vertiginosa gira de prensa de 11 ciudades, plagada con miles de aficionados gritando en cada escala? ¿Estas confrontaciones cara-a-cara en el escenario con el indoblegable e invicto Floyd Mayweather Jr.? ¿La especulación incesante de que Showtime superará el récord de todos los tiempos de pago-por-evento el 14 de septiembre? De la Hoya pasó por todo esto antes de su propia pelea superwelter contra Mayweather el 5 de mayo de 2007. Ese evento, también en el MGM Grand de Las Vegas, de hecho impuso el récord de PPE para HBO: una disparatada cifra de 2.5 millones de compras. "He estado ahí, lo he hecho", dice De la Hoya, que tenía 34 años en ese entonces. "Sé qué esperar". En cambio, Álvarez, el adorable y pecoso orgullo de México, es ampliamente desfavorecido contra Mayweather, de 36 años, y el boxeador más joven en una pelea de esta magnitud desde Mike Tyson.

Así que Richard Schaefer, ejecutivo principal de Golden Boy, y Stephen Espinoza, vicepresidente ejecutivo de Showtime Sports, se unen a Álvarez para escuchar atentamente -- sí, sus futuros también están en juego --, De la Hoya reflexiona cómo evitar la inducción 45 en fila de la "Sociedad de los Vencidos por Mayweather". Entre mordidas a su pechuga de pollo y cebollas caramelizadas, De la Hoya le hace un examen a Álvarez acerca de cuáles de sus viejas peleas ha estudiado; qué peleas quizá le hayan dejado un impacto al muchacho que creció en Juanacatlán (9,000 habitantes), un poblado polvoriento a las afueras de Guadalajara. A mitad de la conversación, Schaefer deja su tenedor junto a su servilleta y va directo al grano. "¿Viste la pelea contra Mayweather?", pregunta.

"Sí", responde Álvarez, en español. "La he visto varias veces". Luego, el pupilo, que tenía 16 años cuando se llevó a cabo la pelea en 2007, voltea su cabeza para hablar con De la Hoya, el héroe que había apoyado en televisión, el ícono cuyos posters de golden boy todavía adornan una pared blanca descarapelada en el gimnasio de su tierra natal. "¿Quieres que te diga los errores que cometiste?"

Por un momento, hay silencio. Esta pregunta -- realizada con una confianza y ecuanimidad genuinas -- no era esperada por De la Hoya.

Por una parte, la pelea produjo la única decisión dividida para Mayweather en su trayectoria de 17 años y 44 peleas, lo más cercano a una cicatriz en un récord meticulosamente erigido. Por otra, Álvarez el campeón reinante del CMB y la AMB, tiende a abrumar a otros con su cuerpo, no su mente. De pecho fuerte, cara larga y cabello rojo, él asemeja más a un actor irlandés audicionando por el papel del mejor boxeador en México. En varias ocasiones este año, se han referido a él como la marioneta Howdy Doody (por De la Hoya); como el comediante Carrot Top (Mayweather); como la mascota de Notre Dame (por un aficionado en Miami); como Chucky el muñeco diabólico (por un aficionado en Nueva York); como el James Dean mexicano (Schaefer); como el niño que aparece en la caja del cereal Honeycomb sabor fresa (un ejecutivo anónimo de televisión); como Daniel el Travieso (Mayweather, de nuevo); y como Richie Cunningham (De la Hoya otra vez). La creciente popularidad de Álvarez en gran parte se debe a su novedad física –que, al igual que su naturaleza taciturna, oculta su intelecto.

"Canelo es un muchacho tímido, que no habla mucho", afirma Ricardo Maldonado, su promotor anterior en la Ciudad de México. "No es fácil saber lo que está pensando".

Ahora, sin embargo, con el destino de esta pelea -- y realmente, del mismo deporte -- sostenido en el aire sobre el Golfo de México, De la Hoya quiere hacer exactamente eso.

Como el menor de ocho hermanos, siete de ellos varones, Saúl Álvarez parecía destinado a cierta dosis de castigo. En casa, él era el enano; en la escuela, donde los niños le llamaban pecoso y "blanquito" y generalmente lo trataban como pera de boxeo, él tenía una posición aún menor. El mayor de los hermanos de Saúl, Rigoberto, trabajaba como boxeador profesional, y su pregunta siempre hacía eco luego de cada burla sin respuesta: ¿no tienes manos? Pero Saúl era tan tímido que incluso la profesión de su padre, vender paletas de hielo, era paralizadora. La primera vez que Santos Álvarez mandó a su niño a vender paletas a la estación de autobuses en Guadalajara, Saúl regresó una hora después, con su cubeta de plástico derramando hielo derretido y azúcar. Él se había petrificado demasiado como para subirse siquiera a un autobús.

Fue en la calle, afuera de una reunión familiar en Juanacatlán, cuando Saúl se toparía con el llamado del destino. Y para los hermanos Álvarez -- los siete llegaron a boxear profesionalmente, una ocasión todos en la misma cartelera --, el episodio se sintió como un sueño. Ahí estaba Saúl, un diminuto niño, mirando fijamente al bravucón del barrio, un niño con tamaño de Goliat que lo había llamado pecoso por vez número millón. Y ahí estaba Saúl, repentinamente golpeando la nariz de su oponente, esparciendo sangre prácticamente por todas partes. El más pequeño de los Álvarez, celebrando posteriormente con sus hermanos, nunca olvidaría lo electrizante que se sintió tener una de sus manos levantada.

Pronto, Rigoberto abriría la cajuela de su auto, donde caretas y guantes rojos aguardaban a Saúl como si fuera Navidad. Pronto, Rigoberto lo llevaría a un gimnasio de la localidad, el "Julián Magdaleno", un "gimnasio oloroso, escabroso y que parecía un vertedero", como lo describiría tiernamente De la Hoya. Pronto, un equipo de entrenadores padre-hijo, "Chepo" y Eddy Reynoso, notarían la ambición nata del niño de 11 años. Pronto, los Reynoso le pondrían un mote al muchacho con el cabello pelirrojo y la gran mano derecha: Canelo. "Chepo", un hombre relajado ligado de inmediato con la salsa, había entrenado a campeones mexicanos como Javier "Chatito" Jáuregui y Óscar "Chololo" Larios. Viniendo de él, el sobrenombre no sonaba como un epíteto; sonaba como un honor.

Santos, quien no podía sacudirse el recuerdo de Saúl y su cubeta, permanecía escéptico. "Tenemos que ser muy cuidadosos", decía Santos a Rigoberto. "No quiero que lo lastimen".

Pero todo el dolor se fue en la dirección contraria. Las primeras tres peleas amateurs de Álvarez comenzaron con una descarga de ganchos con la derecha, y terminaron con nocauts veloces. Él insistió en pelear tres sábados por mes, un paso exhilarante, y procedió a ganar oro en la Olimpiada Nacional Juvenil a los 14 años. De repente, "Chepo" y Eddy se encontraron rogándole a los mánagers rivales para encontrar rivales, los que fueran, jurando que Álvarez -- quien había abandonado la escuela para aprender cómo lanzar jabs como una navaja -- no era tan brutal como parecía. Los entrenadores no engañaron a nadie. A los 15 años, luego de meses de negociaciones fútiles, Álvarez no tuvo otra opción más que convertirse en profesional.

El libro oficial de récords atestiguará que en sus primeros 19 meses como profesional, "Canelo" Álvarez peleó contra no menos de 13 oponentes, todos significativamente más grandes de edad, noqueando a 11. Lo que no revelará es que él ganó otras 10 peleas profesionales, todas ellas por nocaut, señala "Chepo", y todas ellas sin documentación. El registro en escenarios pequeños del estado de Nayarit, vecino de Jalisco, era tan mal hecho, que los Reynoso dedujeron que pedir una corrección no valía la pena.

En lugar de eso, lo que destaca de esa época es un recuerdo: "Chepo", viendo a uno de esos oponentes misteriosos -- musculoso, entre 25 y 30 años, copiosamente tatuado -- y advirtiendo a Álvarez: "Estoy muy preocupado por este tipo. Si veo que la pelea se vuelve muy peligrosa para ti, me meteré al ring y yo mismo la detendré". Álvarez, un ansioso golpeador, rápidamente mandó al individuo en cuestión a la lona.

"Mira", le susurró calmadamente el muchacho de 16 años a "Chepo". "Ahí está tu maldita preocupación".

En un país loco por el boxeo, Álvarez rápidamente se convirtió de un prospecto oscuro a un fenómeno con un crecimiento acelerado. El muchacho podía llenar una arena, y él arrasó con una procesión de peleadores que le pusieron enfrente. "Tutico" Zabala, el promotor de Álvarez en ese entonces, llegó a creer que el adolescente invicto era, como boxeador, uno-en-un-millón. "Nunca había visto a alguien como él antes", diría posteriormente Zabala. "Y no conozco a nadie que lo haya visto".

Pero él, como muchos nuevos aficionados, no aplaudía el currículum de Álvarez (plagado con hombres de bajo perfil), su composición corporal (el cuello grueso de Álvarez asemejaba más a Tyson que a De la Hoya) o incluso su récord invicto (necesario para la fama, pero insuficiente). No, el ascenso de Álvarez se distinguió por la misma característica por la que sus compañeros de escuela lo habían atormentado: pigmentación. En un país colonizado, y dirigido durante siglos por europeos, persiste una preferencia cultural generalizada por el color de piel claro. Así que, mientras los boxeadores locales no se parecían en nada a Álvarez, las celebridades -- como se reflejaba en las pantallas de televisión y portadas de revistas -- sí se parecían. Y ver a este boxeador pálido dentro del ring y escucharlo hablar su español callejero produjo una disonancia llamativa y vendible. (La familia Álvarez atribuye la apariencia de "Canelo" a los colonizadores franceses por el lado materno).

El gigante de medios en México, Televisa, no se daba abasto. El monopolio es dueño del 70 por ciento de los mercados televisivos en el país, llega al 95 por ciento de los hogares y fue instrumental en la elección del actual presidente, Enrique Peña Nieto, un autoproclamado fan de Álvarez. La compañía pronto vendió al boxeador como el Oscar de la Hoya mexicano. "Televisa puso a 'Canelo' en todos sus programas: de entrevistas, de revista, de concursos", recuerda Maldonado, alguna vez promotor de Álvarez. "Cada semana, nos llamarían para preparar algo diferente". En el otoño de 2009, cuando Álvarez comenzó un noviazgo con Marisol González, una reportera de Televisa Deportes y ex participante de Miss Universo -- un romance narrado, desde principio a fin, por varios medios de Televisa --, más de algún consumidor afirmó que era falso. ("Era real", jura Maldonado. "Él me pidió la primera vez que le mandara flores").

El boxeador más popular en la historia de México quizá siempre será Julio César Chávez (107-6-2), quien pasó el tiempo golpeando a todo mundo; el siempre parecía estar dentro del ring. Álvarez fue omnipresente de una forma distinta, como una celebridad, y su nueva reputación como una curiosidad brillosa y bien peinado, mermó su credibilidad en los gimnasios olorosos, escabrosos y que parecen vertedero. "Me di la vuelta y todo ocurrió repentinamente", afirma Álvarez.

"Fue muy extraño. No lo vi venir".

Tampoco lo vieron venir los promotores en Estados Unidos -- los valets de origen mexicano que trabajan en el condómino de Stephen Espinoza en Los Ángeles conocían cada fase del ciclo de fama de "Canelo" antes de que Golden Boy los conociera. "Llegamos tarde a esa fiesta", admite el jefe de Showtime. Pero se anticiparon a los estadounidenses y ultimadamente no se inmutaron por cualquier posible efecto negativo en su credibilidad. Cuando Eric Gómez, matchmaker de Golden Boy, realizó seguimiento a Álvarez cuando este tenía 18 años, regresó con dos notables veredictos que los hicieron salivar. Primero: el adolescente era precozmente juicioso dentro del ring, renuente a asumir el precio de recibir-dos-golpes-para-propinar-uno popularizado por el prototipo de Chávez. Segundo: su estilo de integrante de grupo juvenil podría ser recreado al norte de la frontera. De la Hoya, apostando por esta trayectoria, firmó a Álvarez en enero de 2010.

Ciertamente, el inglés era un obstáculo. Pero un boxeador hispano en un país donde la población hispana tiene $1.1 trillones de poder adquisitivo, de acuerdo a un estudio, el magnetismo de Álvarez atraería incluso a círculos de gente más grandes. Lo que al menos explica parcialmente cómo, después de convertirse en 2011 en el campeón superwelter más joven de la historia, agotó las localidades del Alamodome de San Antonio en abril de este año para una defensa exitosa de su título contra Austin Trout. La victoria reforzó tanto su imán de taquilla como su reputación en el boxeo: el dominar a un oponente relativamente anónimo pero altamente respetado por decisión unánime mostró que él no era meramente un producto de celebridad creado al vapor.

El mes siguiente, en un fin de semana, De la Hoya cerró la pelea contra Mayweather vía telefónica. ("Canelo" recibirá una bolsa garantizada que se estima en $12.5 millones; Floyd recibirá $40 millones). Y un mes después de eso, en junio, durante un día con el termómetro marcando 92 grados en Times Square, Álvarez se vistió en la habitación 5411 del Hotel W, inspeccionando a miles de fanáticos abarrotados en la calle de abajo, hasta en 15 filas de extensión. Todos esperaron, sudando en la humedad, para ver al fenómeno retar con la mirada a Mayweather.

Momentos después, abajo, un video comenzó a proyectarse en la pantalla, y los mismos gritos que "Chepo" y Eddy habían escuchado en todo México explotaron en el centro de Nueva York, sorprendiéndolos incluso e ellos. Las voces no dejaron duda acerca de quién era el favorito de la multitud: "¡CA-NE-LO! ¡CA-NE-LO! ¡CA-NE-LO!". Y echando un vistazo detrás de una cortina blanca –tal y como lo haría en cada ciudad de esta gira de prensa--, el hombre del momento, vistiendo ropa de Tom Ford, observó el video antes de ser llevado hacia la ruidosa escena. Erguido, con el pecho y el mentón en alto, "Canelo" no asemejaba en nada al niño que sufrió "bullying" y que no se atrevía a subir al autobús con su cubeta.


De vuelta adentro del silencio refrigerado de la cabina del Gulfstream, mientras el jet se dirige hacia la Ciudad de México, la disertación de la pelea De la Hoya-Mayweather continúa. "El primero error, el más importante", señala Álvarez a De la Hoya, "es que peleaste enojado. ¿Qué pasó cuando tuviste a Mayweather en la esquina? Intentaste matarlo. Gastaste mucha energía. No estabas con la mentalidad correcta, ejecutando tu plan de pelea".

El maestro sonríe. El pupilo tiene razón. Hasta la fecha, pese a tener una relación de negocios próspera, De la Hoya detesta al oponente que, durante su promoción con la prensa en 2007, hizo todo lo posible para atormentarlo: le robó su equipaje, le cambió su comida y llegó consigo una gallina viva que tenía colgada una medalla de oro, con las palabras "golden girl" esparcidas en la jaula. De la Hoya admite que su frustración, aunada a lo elusivo que Mayweather fue dentro del ring, lo habían agotado a la mitad de la pelea. Él admite que el querer algo de tal manera -- obsesionándose al respecto durante muchas noches -- alimentó su perdición.

Y eso, le dice Álvarez a De la Hoya, llevó al siguiente error. De la Hoya necesitaba atacar, pero "con una presión buena y constante", señala Álvarez. Al revisar su propio video de Mayweather, Álvarez observó a un peso welter natural que prefiere conservar energía mientras responde a golpes de poder erróneos, ahorrando ofensiva para instantes posteriores en la pelea. Mayweather, apunta Álvarez, es alguien que no quiere esquivar un jabbing incesante, y especialmente no quiere que un oponente vaya hacia adelante con lo que "Canelo" denomina "la clave" -- jabs rectos, justo en el medio, justo en el rostro.

Álvarez se dio cuenta de eso, señala, cuando él comenzó a experimentar con el movimiento defensivo emblemático de Mayweather, el giro de hombro, una vez que se acordaron los términos de la pelea. No porque Álvarez quisiera adoptar dicho estilo, le dice a De la Hoya, sino porque quería ver lo que Mayweather vio cuando estaba contra las cuerdas, eludiendo contacto y desviando el daño con hombros y brazos. Con esta explicación, las cejas del maestro se elevan.

En lo que fue expuesto, prosigue Álvarez, él detectó una oportunidad. "No me importa; iré al cuerpo, iré al hombro, iré a los brazos", dice. Y ahora De la Hoya, asintiendo emocionado y con una amplia sonrisa, ya no puede evitar interrumpir para dar consejos.

De la Hoya ofrece opiniones de acondicionamiento físico. De maximizar el poder en el peso acordado de 152 libras, un compromiso con Mayweather, quien es naturalmente más liviano. De golpear arriba y abajo. De medir distancia para simultáneamente eludir los uppercuts y jabs cortos de Mayweather. Muy pronto, ambos hombres se mueven hacia adelante en sus asientos, haciendo boxeo de sombra mutuamente, mostrando sus mejores imitaciones del giro de hombro y contrastando técnicas.

Seguro, cada alma de la industria estará al pendiente también de la pelea el 14 de septiembre a la orilla de sus asientos. Álvarez sabe que la pelea será virtualmente el juicio final, una oportunidad única en la vida para establecer credibilidad en Estados Unidos, cazar a Chávez en México y responder cada duda acerca de su legitimidad en el ring. Para De la Hoya y Golden Boy, la pelea será lo más cercano a su primera oferta pública de sus acciones más valiosas, donde el mercado estadounidense podrá elegir comprar a Canelo Inc. o despreciarlo. Para Showtime, sería el retar a HBO por la supremacía del pago-por-evento, una buena pelea detonará una revancha o incluso una trilogía.

¿Y para el boxeo? Dado que precisamente cero estrellas internacionales tienen menos de 30 años –Manny Pacquiao, quien fue noqueado por Juan Manuel Márquez en diciembre, tiene casi 35 años—el deporte debilitado necesita urgentemente que "Canelo" se comporte a la altura. "Luego que Pacquiao fue noqueado", afirma un ejecutivo de televisión, "esta es la pelea más grande que puedes pactar".


Semanas después que el jet completara su viaje a la Ciudad de México --donde un grupo de 1,050 policías alternadamente protegieron a los boxeadores y les tomaron fotos -- una Escalade negra llega hasta la puerta de otro integrante de la "Sociedad de los Vencidos por Mayweather". Álvarez rentó el gimnasio en el garaje del chalet de dos pisos propiedad de Shane Mosley, ubicado en Big Bear, Calif., el poblado de esquí donde De la Hoya usualmente entrenaba hasta la noche de la pelea. En cuanto llega, Álvarez corre hacia el iPod que reproduce canciones de Kanye West, sustituyéndolo con su iPhone 5, que contiene su tradicional lista-de-canciones-para-pulverizar-lo-que-sea: los Grandes Éxitos de los años 60.

El Chalet de Sugar Shane también hace la función de un refugio, donde Álvarez escapa de su propia fama. En Guadalajara, él no solamente tiene la sombra de las cámaras, sino también de un grupo de protección armado, que está con él en todo momento. La policía local a menudo detiene su vehículo simplemente para estrecharle la mano. Aquí, a casi 7,000 pies de altura sobre el nivel del mar, la rutina diaria de Álvarez, que incluye salir a correr a las 7 a.m. por las montañas de San Bernardino y entrenar a las 4 p.m., está libre de seguridad armada y espectadores que no son bienvenidos. Él puede caminar libremente vistiendo su ropa de entrenamiento Under Armour color verde neón, con su cabello despeinado y un largo bigote tipo Williamsburg que se dejó crecer en celebración de su cumpleaños 23 y por el final de la gira.

Mientras suena "Runaround Sue", con Dion, dando origen a uno de varios bailes extemporáneos de "Chepo", los dos compañeros de sparring de Álvarez, similares en estatura y con nombre idéntico, KeAndrae Leatherwood, de 24 años, y Keandre Gibson, de 23, se ponen los guantes. Los dos emplearán el giro de hombro ocasionalmente, pero Álvarez los ha puesto principalmente a que prueben su ritmo con rapidez, movimiento y contraataque durante tres rounds de cuatro minutos cada uno.

De este modo, se desenvuelve el montaje más retro en la historia del boxeo. Mosley, quien ha perdido decisiones tanto contra Mayweather como contra Álvarez, observa al joven hacer todo lo que le detalló en el avión a De la Hoya: lanzar jabs rectos, aplicar presión constante, y atacar los hombros y el hígado. La careta de Leatherwood casi se voltea cuando suena "Rock Around the Clock". Gibson absorbe ganchos contundentes al cuerpo al ritmo de "It's in His Kiss".

Para cuando suena la campana final, este peso súper welter amante de los años 60 ha reiterado lo que declaran las estadísticas de CompuBox. Ningún peleador activo conecta más golpes que Álvarez (42 por ciento), ni siquiera Mayweather (41 por ciento). Cuando restan el índice de contacto de los oponentes de esos porcentajes, por ende contando la defensa, el +18 de Álvarez solamente es superado por el +24 de Mayweather.

Pero Álvarez no piensa acerca de los números, mientras se acerca el día del juicio final. "Soy el tipo de persona que visualiza las cosas antes de hacerlas", dice, casi encogiendo los hombros. En su mente, le gusta separar su biblioteca de estrategias y errores conservada cuidadosamente. Él intenta asegurar que no se enfoca tanto en un rival hasta el grado de obsesionarse, como le pasó a De la Hoya. En lugar de eso, lo que dice a sí mismo cuando cierra los ojos --permitiéndole dormir muy bien, incluso si nadie más puede hacerlo—termina siendo muy simple.

Ahí está tu mano levantada, piensa "Canelo" Álvarez. Ahí está tu maldita preocupación.

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