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Que no se vayan todos

BUENOS AIRES -- Lo más doloroso para el hincha de River debe ser que, además de no generar nuevos ídolos, ha perdido a dos que brillaban en el altar de los últimos cuarenta años: Daniel Passarella y Ramón Díaz. La decisión del presidente de alejarse del club está en plena consonancia con el sentir popular, que ayer lo insultó un poco menos porque sabía que ya se estaba yendo. Su anuncio ha llegado justo a tiempo, junto a un pedido popular que recuerda a otra década: "Que se vayan todos".

Cuando dicen "todos" se refieren a esos futbolistas que no despegan pese al rodaje y los minutos en cancha, se refieren al dirigente que llegó elegido por aclamación, descendió al club y echó por la puerta de atrás a Almeyda, Cavenaghi y el Chori Domínguez. Y se refieren a un riojano de piel gruesa que resiste y resiste.

Uno se va, es cierto. Algunos bajan la cabeza. El otro, en cambio, altanero en su etiqueta de ganador, permanece frío, encapsulado en un discurso político y esperanzado que no cubre lo mal que viene jugando el equipo. En su conferencia reciente, después de la eliminación con Lanús en la Copa Sudamericana, el entrenador con más títulos en la historia del club aseguró que podría construir algo positivo a partir de esta adversidad, y apeló a su muletilla canchera: "la gente sabe lo que es este club".

Sin embargo los hinchas lo insultan sin importarles ya sus pergaminos. Y cantan un grito de guerra que deja claro de qué lado de la cancha se paran cuando recuerdan el enfrentamiento entre el DT y David Trezeguet, que ahora hace goles en Newell's.

La gente sabe lo que es ese club, por eso le duele la persistencia en un nivel tan pobre. Por eso le duele oír a un hombre que arroja, una y otra vez, mensajes sin consonancia alguna con lo que sucede dentro de la cancha.

Dejemos clara una cuestión: los problemas de River no comenzaron anoche, en un partido que perdió con justicia ante un buen rival. Todo el club vive un momento que podría ser calificado como tibio, abúlico, desangelado, apático, triste. Pero sobre todo, con poca capacidad de liderazgo. Y ese mal es integral: institucional y deportivo. Puede que empiece en el rectángulo de juego. Puede que no.

Si anoche se dio un estallido de furia verbal y física -inexplicablemente algunos aficionados rompieron los vidrios de SU equipo y atacaron las instalaciones de SU club- fue por la acumulación. Por la insistencia durante casi más de un semestre por parte del cuerpo técnico para contar con Fabbro, que no demostró nunca cualidades que justificaran la inversión que se hizo por él. Por la chicanera frase acerca de Teo Gutiérrez y Mora, que iban a mejorar el cien por ciento del rendimiento del equipo. Por la incorporación de un Carbonero que no logra asentarse para alcanzar al menos el nivel que tuvo en Arsenal. Por la vuelta de Menseguez y la sospecha de que llegó a Núñez gracias a su amistad con Emiliano Díaz. Por Emiliano Díaz. Porque no rinde ni Ponzio.

Sin embargo, hay esperanza. Está Barovero -dan ganas de abrazarlo-, que es consistentemente la figura de su equipo en victorias y derrotas. Está Kranevitter, aplaudido por un estadio que volaba de fiebre en insultos y se tomó su tiempo para valorar lo hecho por un juvenil. Están Pezzella y Álvarez Balanta, proyectos interesantes surgidos de las inferiores (el colombiano, vale rescatarlo, fue promovido por el propio Ramón Díaz, que le hizo mucho más bien que mal al club durante el primer semestre de gestión). Están Lanzini y Andrada y Giovanni Simeone. Al menos un par de valores rescatables por línea. Todos jóvenes, todos surgidos en ese semillero gigante que supo alimentar tan bien al club.

Ahora hay que administrar los recursos. Hay que saber aprovechar sin presiones. Hay que evitar frases como "si estoy yo hago todos los goles que él se pierde" cuando se habla de un delantero nóvel. Un chico de 18 o 19 años no puede tener la misma responsabilidad en la debacle de un club que los encargados de organizarlo. Y tampoco se le pueden reclamar las mismas cuestiones, bajo el mismo marco, sin consideración de culpas. Porque a la hora de estar enojado también hay que pensar. Es la mejor manera de no andar rompiendo vidrios.

Que no se vayan todos, entonces. Porque todavía se puede entrar a la Copa Libertadores. Porque si se van estos deben llegar otros (e incluso los que llegan despiertan ciertas dudas: ¿Caselli? ¿D'Onofrio? ¿Kiper?). Y porque, con un poco de orden y autocrítica, efectivamente se puede construir desde el mal momento. Pero hay que aprender a renovar, a dar de nuevo, a bancar a los chicos -y esto corre también para los hinchas-, a armarse de paciencia y de humildad.

Algo que les faltó a algunos jugadores de River, encumbrados por el hecho de vestir esa camiseta histórica. Algo que le faltó al sospechado presidente del club. Y algo que, aún en la derrota más estrepitosa, mientras vuelan los vidrios, le falta a su entrenador.