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El tiempo para arriesgar

BUENOS AIRES -- Ecuador fue un rival de nivel aceptable. Bosnia, no. Ante Ecuador, Argentina paró un equipo que respetaba su esquema de costumbre, con tres delanteros junto a Di María, y se enfrentó al difícil desafío de suplir la ausencia de Messi. No lo logró, evidentemente, y la reacción inmediata resultó una línea de cinco defensores para medirse ante una exigencia menor.

Es difícil entender cómo funciona la cabeza de Alejandro Sabella. No sólo por esa línea de fondo superpoblada que apareció en el arranque del segundo amistoso estadounidense de Selección. También, por ejemplo, por los cambios que decidió durante el encuentro. El ingreso de Biglia por Maxi Rodríguez cuando el equipo ya estaba en ventaja y el rival no atacaba, por ejemplo. ¿Qué quería buscar?

La entrada de Augusto Fernández por Di María recorrió un sendero de razonamiento similar, que terminó de construir su lógica con la aparición de Lamela para suplir al Kun Agüero. Posiblemente estas últimas dos modificaciones buscaban cuidar las piernas de los dos mejores jugadores del match, pero dado que ya había cinco defensas y dos volantes centrales en cancha, parecía una ocasión propicia para intentar una asociación más lucrativa de gente en ataque.

Sabella, en cambio, lo leyó al revés: se dedicó a cuidar el resultado en un marco que no pedía ese tipo de decisión. Había que empezar a sospechar cuando festejó con el puño cerrado dentro de su campera el primer gol de Agüero, después de una jugada bastante sucia. Si se ponen a pensar, el tanto llega de un rebote, después de que Palacio fuera derribado en el área tras una pelota perdida por un defensor. No fue, precisamente, el pináculo del juego en equipo y la estética.

Pero Argentina ganó, y ganó bien, con un engaño difícil de decodificar: la jerarquía de la poca gente que tuvo en ataque y la limitación de la última línea de su contrincante de turno le permitieron desequilibrar y llegar cómodo a posiciones de tiro. No hubo presión de la endeble zona bosnia. No hubo marcas férreas -aunque sí hubo alguna pierna fuerte de más- sino laxos acompañamientos que no alcanzaron para incomodar a atacantes más veloces y más dúctiles que aquellos que intentaban frenarlos.

Digamos que, esta vez, Argentina volvió a ser un equipo partido, pero con menos gente arriba. Si antes se la tenían que arreglar solos Messi, Higuaín, Agüero y Di María, esta vez se la tuvieron que arreglar Agüero, Palacio y Di María. La cuestión dio resultado, es cierto. Pero no parece lo importante. Lo importante sería establecer un sistema de juego que permita salir jugando con pelota dominada, que permita acortar el equipo para que el mediocampo se junte con los delanteros y la última línea se adelante, para que los laterales se proyecten sin necesidad de poner un central adicional.

Este es un punto delicado, también. Orban y Roncaglia sufrieron en la marca de dos muy buenos jugadores ecuatorianos, unos días atrás. Es innegable que Valencia y Montero los pasearon por la cancha. ¿Allí se acabó su oportunidad para mostrarse? ¿La solución fue agregar a Otamendi con Basanta y Fede Fernández, para que Rojo y Zabaleta tuvieran refuerzo en la espalda? ¿No valía la pena probar a Orban en ese esquema, que le hubiera permitido andar con la espalda cuidada para demostrar algunas de su características más valiosas, su velocidad para atacar espacios, sus movimientos de ataque y su facilidad de avanzar con pelota dominada?

Si esto es así, diría que Rojo es un afortunado: tuvo suerte de no estar contra Ecuador, de no tener que enfrentar a Valencia para que éste dejara en evidencia sus deficiencias.

Hay mucho por leer en el partido ante Bosnia. Se puede leer el resultado, o la evidente superioridad argentina. Se puede leer también el enchastre defensivo que sigue haciendo el conjunto albiceleste, sin importar cuántos futbolistas acumule en la línea de fondo. Así como se puede elogiar a Mascherano por su entrega y omnipresencia defensiva o criticarle que abusa del pelotazo largo en la salida.

Anoche parecía el tiempo de probar para ir definiendo identidades. Sabella, demasiado cuidadoso, terminó juzgando al partido como uno de alta competencia. Decidió, a partir de la formación inicial y los cambios, cuidar su arco en el arranque y tener la pelota en el final. Y si no traicionó la identidad construida, es porque la identidad todavía responde a la de un equipo de individualidades brillantes que no sabe cómo defenderse en conjunto.