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El público siempre tiene razón

BUENOS AIRES -- Parece que las "presiones" no sólo aquejan a los protagonistas del fútbol argentino, como suelen quejarse los jugadores y técnicos de este lado del mapa.

Sin ir más lejos, Ángel Di María, estrella internacional y habitante de unos de los vestuarios más exigentes del mundo, vive acosado por el público del Real Madrid.

Los orígenes tal vez haya que buscarlos en la llegada de Bale, la última apuesta de marketing del club. Lo cierto es que el rosarino, crack con todas las letras, ya no complace el paladar negro de los asiduos concurrentes del Santiago Bernabéu.

Por lo tanto, no le escatiman silbidos ni otras expresiones hostiles pero leves, muy a la manera inocente española. Este fue precisamente el motivo de una de las polémicas más estruendosas del invierno deportivo europeo.

Cuando Di María fue sustituido en el partido ante el Celta, se tocó allí abajo, entre las piernas, y en instantes se disparó la catarata de interpretaciones.

Jamás pensé que acomodarse los testículos, actitud frecuente (no digo que refinada) entre los futbolistas de elite, diera tanta tela para cortar. Promoviera tantos semiólogos lanzados a decodificar este tradicional lenguaje gestual de los varones.

Que se acomodó, que se rascó, que se sobó la bragueta para responderles a los que lo abucheaban, que en realidad el ademán estaba dirigido al entrenador. En fin, se dijo de todo.

Y si tanto detalle, tanta disquisición acerca de la expresividad genital, ya resultaba exagerado, qué decir cuando la comedia alcanzó verdadera gravedad institucional.

El propio Real Madrid abrió un expediente disciplinario y forzó al futbolista a disculparse por las dudas. Enseguida cerró el caso sin sanciones para Di María, pero se esmeró en demostrar que está atento a la conducta de sus empleados.

Quizá una falta de respeto ostensible ante rivales o un árbitro no habría provocado una reacción tan rápida y contundente. Con Mourinho, por ejemplo, podrían haberles dado trabajo permanente a los tribunales del club. Pero nunca le llamaron la atención por su perfil prepotente.

Real Madrid no se preocupa por la imagen pendenciera o maleducada de un jugador, pero sí cae con toda su autoridad, aunque sea pour la gallerie, ante la menor sospecha de menoscabo de los hinchas.

Los dirigentes no sólo les enseñan a sus figuras que el artista se debe a su público y que ese contrato es inviolable. También dejan en claro que, según los principios de cualquier negocio serio, la clientela es sagrada. Y está en su derecho de bajarle el pulgar al producto que no es de su agrado.

Los hinchas, en especial para el presidente, el magnate de la construcción Florentino Pérez, son consumidores de una marca que no puede defraudarlos. Esa marca además está llamada a conquistar nuevos mercados con su camiseta como emblema.

Gestos como el de Di María, por irrelevante que parezca, no sintonizan con esta cultura.